CIPRIANO HEREDIA S. | EL UNIVERSAL
En un didáctico y accesible librito titulado La Inflación, escrito por los reconocidos economistas Hugo Faría y Carlos Sabino, ambos autores explican con sencillez y precisión la naturaleza y causas de este pernicioso mal que tanto afecta a las sociedades que lo padecen, y que técnicamente se define como "el aumento general y sostenido en el nivel de precios de los bienes y servicios que se producen y prestan en una economía".
En ese texto, en la parte donde se explica cómo la inflación adquiere un comportamiento viral una vez que se desencadena por cualquier causa, se trae a colación una conversación tenida como verídica entre un niño margariteño que vende mangos en pequeños tobos a la orilla de una carretera de la isla, y una pareja que le compraba los mangos con cierta frecuencia. Dentro de esa dinámica, se relata que la última vez que la pareja le compró un tobito de mangos al muchachito pagó por él Bs. 30, pero inmediatamente ocurre una de esas tantas devaluaciones de la moneda que hemos sufrido los venezolanos en las últimas décadas, por lo que en el próximo encuentro entre la pareja y el niño, que toma lugar apenas unos días después, se desarrolla un diálogo en estos términos:
-Sra.: "Hola. ¿Cómo estás? Dame un tobito de mangos".
-Niño: "Si señora, pero ahora no son treinta bolívares sino cincuenta".
Sra.: "¿Y eso por qué?"
Niño: "Porque subió el dólar señora. ¿No se ha enterado?
Sra.: "¿Pero qué tiene que ver el dólar con esos mangos que tú recoges por allí? ¿Acaso son importados?".
-Niño: "No, pero como todo sube, yo tengo que subir también el precio de los mangos, porque sino el dinero no me alcanza para nada", sentenció el muchacho con inconfundible estilo margariteño.
Este sencillo pero elocuente intercambio refleja de manera nítida y contundente la lógica perversa de la inflación, en la cual todo el mundo va subiéndole el precio a lo que vende, aunque no hayan aumentado de manera directa sus costos de producción, porque es la forma de protegerse ante una espiral que tiende a mermar el poder adquisitivo de toda la población.
En este punto nos encontramos en la Venezuela actual, en la que acabamos de registrar una inflación acumulada para el primer semestre de 2013 de 25% y una tasa anualizada (últimos 12 meses) de 39,6%, una verdadera barbaridad en el marco de un control de precios y de cambio. Pero si particularizamos el alza de precios a rubros específicos como el de alimentos, nos encontramos con una cifra asombrosa: el aumento ha sido de 57,4% en el último año.
En nuestro caso, vale decir que la inflación que padecemos no es solo producto de las devaluaciones que han tenido lugar este año, sino que además juegan papel fundamental al menos 2 factores adicionales: la constante emisión de dinero inorgánico (no respaldado por bienes o reservas) por parte de un gobierno irresponsable por un lado, y el asfixiante índice de escasez por el otro, que se ha mantenido alrededor del 20% en lo que va de año.
Nada de esto es casualidad ni obedece a una coyuntura pasajera, sino que es el resultado de una política económica errada, de clara inspiración marxista y que ha buscado imitar modelos fracasados. Este es el precio que pagamos ahora por un esquema desenfrenado de intervención gubernamental, la expropiación de más de mil empresas privadas, la confiscación de más de 4 millones de hectáreas en el campo y el cierre de más de 8 mil industrias.
Frente a ello, el Gobierno solo parece dispuesto a soltar algunos dólares a lo que queda de empresa privada, pero no apunta a solucionar la raíz del problema, lo cual implicaría dar un giro de 180 grados en la política económica, desmontar buena parte de los controles y abrirse a las inversiones y el mercado. Por ello, la Sra. de la anécdota pagará por el tobito de mangos Bs. 70 u 80 la próxima vez, y así sucesivamente. ¡Esta es la patria nueva!
Diputado al Consejo Legislativo de Miranda y subsecretario general de ABP
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