Fausto Masó / El Nacional
Se requiere mucho candor para suponer que el diálogo con el gobierno no será una farsa, y también se necesita demasiada ceguera para oponerse sistemáticamente al diálogo, para quedar internacionalmente como enemigos de la paz, y de paso no aprovechar el escenario en que se convertiría cualquier conversación, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones. No se trata de darles la espalda a los horrores de estos días sino de desbaratar la estrategia oficial, de obligar al gobierno a nombrar nuevas autoridades del CNE, cosa que no consiste en cambiar unos chavistas por otros.
Maduro juega a provocar la indignación, a convencernos de que frente al abuso de destituir alcaldes hay que no votar, cosa que dejaría pronto sin alcaldes a la oposición; en cambio, si en estas elecciones improvisadas pierde el gobierno catastróficamente, no repetirá la maniobra. El CNE convoca a elecciones de un día para otro apostando por que la dificultad para escoger un candidato de consenso derrotará a la oposición en San Diego y en San Cristóbal.
Según declara el presidente Santos, Maduro aceptó las condiciones para un diálogo con la oposición. Algo contradictorio con las declaraciones de Aristóbulo que declaraba que “solo con la confrontación avanza la revolución”…, “los procesos revolucionarios… son de confrontación permanente, y en cada confrontación estamos obligados a vencer y después de la victoria a profundizar la revolución”. Bernal declaró algo similar, o peor, hablando de la movilización de los revolucionarios. En realidad el gobierno ha emprendido una guerra civil de baja intensidad contra los lugares donde viven los estudiantes, los automóviles y los bienes de sus adversarios.
La estrategia oficial es clara: seguir invitando a Miraflores a los estudiantes, y reprimir con mayor fuerza. El discurso de Maduro es para consumo internacional; quiere culpar a la oposición de la violencia. Si la oposición cae en la trampa, si no participa en las elecciones municipales, si rechaza cualquier diálogo, le dejará el escenario al gobierno.
Políticamente, el gobierno se mueve con la habilidad acostumbrada. Miente, pide dialogar y golpea. Esta vez se equivoca. Los habitantes de los barrios no bajarán para marchar sobre Miraflores, son los propios estudiantes, en un gesto que demuestra madurez política, los que están subiendo a los barrios, como ya hemos comentado en esta columna, organizando asambleas, indagando sobre sus necesidades, hablando de ellas en su discurso, trascendiendo el discurso meramente democrático y poniendo el énfasis, por ejemplo, en la falta de bombonitas de gas, organizando una parrilla con leña frente a una dependencia oficial. Esto ya da frutos, los que protestan por el país, los que dan la cara en esta guerra civil de baja intensidad provienen de los barrios, como se ve en los noticieros y como refleja el desplome brutal de popularidad de Nicolás Maduro y que confirma la última encuesta de Alfredo Keller.
Maduro cree que con dinero resuelve el desabastecimiento y la inflación. Importará más alimentos, lo hará mal, los distribuirá peor, no impedirá que buena parte de la comida siga pasando hacia Colombia.
Hay que hablar y seguir en la calle. Por ahora es vital votar masivamente y nunca colocarse en la posición del que rechaza cualquier diálogo que busque una salida política, porque esto no disminuye la protesta ni significa negociar, al contrario es una oportunidad para denunciar a los cuatro vientos la verdad de lo ocurre en Venezuela.
Los estudiantes tranquilamente conversaron con los representantes de Unasur, los convencieron de lo justo de sus peticiones y hasta supieron apreciar en sus comentarios posteriores las diferencias que había entre unos cancilleres y otros. Los estudiantes saben que dialogar no significa olvidar los muertos y los torturados sino aprovechar la ocasión para poner en evidencia la estrategia oficial.
Esta guerra civil de baja intensidad desembocará en algún diálogo, cuando Maduro reconozca que está contra la pared.
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