Para los venezolanos la oscuridad comienza apenas abren los ojos y se preguntan cuánto costarán hoy los bienes y servicios más elementales. Desde 2016, el poder adquisitivo del bolívar se ha desplomado y cada día se presentan nuevos obstáculos a causa del colapso de un modelo económico sustentado en los controles a la actividad privada y un estatismo exagerado. El resultado de ese modelo ha sido la hiperinflación.
Por HUGO PRIETO / NYTIMES.COM/ES
La hiperinflación pasó a ser el principal problema del país desde noviembre de 2017, cuando el Índice de Precios al Consumidor, la metodología para medir la variación mensual de precios de bienes y servicios, mostró un alza superior al 50 por ciento con relación al mes anterior, según cálculos de la Asamblea Nacional. Las alarmas se encendieron y de inmediato se puso de moda el nombre de Phillip Cagan, el economista que en los años cincuenta señaló ese porcentaje como el momento en que la hiperinflación se materializa de manera innegable.
El deterioro económico venezolano ha ido aparejado con un incesante aumento de la criminalidad. En 2017 se contabilizaron 26.616 muertes, entre las cuales se reseña una novedad: 5535 corresponden a “enfrentamientos con la autoridad”. Es decir, son responsabilidad directa del Estado.
El efecto social de este fenómeno es el “sálvese quien pueda” marcado por dos termómetros. Uno es el tipo de cambio, que se dispara de la noche a la mañana. El otro es la búsqueda frenética de alimentos y medicinas, que han empujado a los venezolanos a una sobrevivencia bajo la ley de la selva, una lucha sin reglas, donde “vale todo y nada vale”. Los mensajes en redes sociales del servicio público de medicinas, por ejemplo, sirven para conectar al familiar desesperado de un enfermo con un revendedor de medicamentos que impone un precio exorbitante; el empleado de una industria de alimentos le vende el producto a sus allegados al precio de la calle, el vecino te toca el timbre a las siete de la mañana para darte la noticia de que a tu carro le robaron los dos cauchos traseros, la batería y “le ordeñaron” el aceite, como me pasó esta semana.
Alfredo Infante, un sacerdote jesuita, caminaba por el centro de Caracas cuando sintió que el frío le recorría su cuerpo. Como paciente diabético, Infante sabe que esa es la señal inequívoca de un bajón de azúcar. En una panadería pidió una barra de chocolate. “De las pequeñas, por favor”, dijo. La vendedora puso el chocolate sobre el mostrador y anunció el precio: 250.000 bolívares. Infante quedó estupefacto. “Me vas a cobrar un cuarto de millón de bolívares por un chocolate”, protestó. “El dólar amaneció en casi 300.000 bolívares. Te estoy cobrando menos de un dólar”, explicó la vendedora.
Para entender este “sálvese quien pueda”, deben analizarse los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2017, un estudio sobre las condiciones de vida en Venezuela que dirigen las tres universidades autónomas más importantes del país. Encovi revela que los venezolanos han perdido en promedio 11 kilos en los últimos dos años, al igual que otros datos aterradores: el 87 por ciento de los venezolanos se encuentra por debajo de la línea de pobreza; 8,2 millones de venezolanos comen dos o menos comidas al día. En Venezuela hay una crisis moral y social en medio del hambre.
El presidente Nicolás Maduro anunció esta semana un aumento del salario de 58 por ciento (329.646 bolívares —equivalentes a 1,83 dólares mensuales). El bono de alimentación quedó en 915.000 bolívares. Pero es solo otro intento de tapar una hemorragia con una curita: el ingreso de los venezolanos sigue siendo por mucho el más bajo de toda América Latina.
Ante el paso arrollador de la hiperinflación nadie quiere tener bolívares, ni en el banco ni debajo del colchón. Apenas reciben el sueldo o la pensión, los venezolanos salen en estampida a los supermercados a comprar comida, aunque no les haga falta en ese momento.
El espiral hiperinflacionario es tan intenso que es común que la gente ande con maletas de efectivo para pagar un café o un almuerzo. A la hiperinflación se suma la escasez de efectivo, que ha obligado a la población a hacer filas a las puertas de las agencias bancarias y ante los cajeros automáticos para obtener montos cada vez más limitados. Personas de la tercera edad han perdido la vida en las colas de los bancos tratando de cobrar sus pensiones y jubilaciones.
El dólar, la moneda del país que, según Maduro, quiere arrodillar a Venezuela, se ha convertido en el objeto más deseado de los venezolanos y ha pasado a ser el referente de las transacciones entre particulares a través de la calculadora DolarToday.com, que muestra el cambio del día. Las amenazas de penas de cárcel establecidas en las leyes cambiarias para quienes realicen operaciones en moneda extranjera ya no surten ningún efecto.
No es extraño que muchos venezolanos aspiren a tener un ingreso en dólares, así que han puesto su creatividad en función de lograr ese objetivo de las formas más variadas e inimaginables. Algunos emprendedores han intentado escapar de la hiperinflación incursionando en el mercado de las criptomonedas, donde han encontrado un refugio temporal de la hiperinflación.
Cité a Verónica Sánchez en la plaza Bolívar de Baruta, en el sureste de Caracas, para que me explicara cómo operan en el mercado estas monedas. En diciembre obtuvo ganancias equivalentes a 3.000.000 bolívares, que le depositaron en su cuenta cuando vendió los satoshi que obtuvo al completar figuras y números, conocidos como captchas, siguiendo las indicaciones de la página web RaiBlocks.
“La ganancia me sirvió para pasar la Navidad y comprarle ropa nueva al muchachito”, me dijo. De hecho, en Venezuela hay tiendas asociadas a las nuevas tecnologías que exhiben carteles con la leyenda “Se aceptan satoshi”. Verónica le dedicó tres horas diarias a completar captchas.
El gobierno también intenta subirse a este tren con su propia moneda virtual, el petro. Se trata de la primera criptomoneda emitida por un gobierno en todo el mundo y cuenta con el respaldo de una reserva petrolera que totaliza 5000 millones de barriles.
Con el petro, el presidente Nicolás Maduro espera evadir las sanciones financieras impuestas por el gobierno de Estados Unidos, pero economistas de tendencias diversas aseguran que el petro no es otra cosa que una “operación de crédito público”. Es decir, otro mecanismo para endeudarse en una moneda extranjera y que no sacará a Venezuela de la crisis económica. Pero para algunos venezolanos usar dinero virtual podría ser una solución.
“Quiero seguir investigando cómo ganar dinero en internet y estoy atenta a los anuncios del gobierno venezolano para registrarme en el portal que va a manejar el petro”, concluyó Sánchez.
La de los venezolanos es una carrera contrarreloj por convertir todo lo que pueden —sus ahorros, sus bienes y su patrimonio— a dólares. Los billetes verdinegros han empezado a circular para pagar actividades rutinarias. El pago en dólares puede surgir de manera espontánea. Ignacio Ávalos, profesor universitario y asesor en temas de ciencia y tecnología, me refirió la conversación que tuvo con su médico: “Todos los años voy a hacerme un chequeo. Le pregunté a mí doctor cuánto estaba cobrando por consulta y me dijo que 450.000 bolívares. ‘¿Aceptas dólares?’, le pregunté en broma. En la cartera tenía dos dólares. ‘Claro que sí. Dámelos’, dijo, ‘y perdona que me quede con el cambio’”. Una amiga trajo de un viaje 50 billetes de un dólar para atender gastos corrientes. Le pagó dos dólares a un joven que montó una biblioteca en su casa. “Él feliz de la vida porque pronto se va para Chile”, dijo mi amiga.
Huir del país ha sido la obsesión de Alejandro Rivas, un técnico en informática de 29 años que ha planeado radicarse, junto con su novia, en Lima, Perú. “Huyo de Venezuela porque no hay futuro, no puedo independizarme, comprar un carro, ni soñar con tener un hijo”. El viaje lo hará por tierra a un costo de 140 dólares. Grupos de venezolanos en Perú informan constantemente en Facebook y WhatsApp acerca de rutas y precios. “Siento una mezcla de tristeza y rabia por tener que dejar mí país, a mi familia, a mi papá que tiene un trastorno bipolar. Apenas pueda me lo llevo a Perú”.
El gobierno de Maduro no ha tomado una sola medida para contener la hiperinflación. Todo lo contrario. Sigue financiando el déficit de las cuentas públicas con dinero inorgánico emitido por el Banco Central de Venezuela. Tampoco tiene previsto pactar un programa de ajustes con el demonizado Fondo Monetario Internacional, que pronostica para el país una inflación del 13.000 por ciento con una contracción económica del 15 por ciento.
El salario mínimo en Venezuela no alcanza para comprar un kilo de pollo, un kilo de carne o un cartón de 30 huevos. Pero podría comprar 248.500 litros de gasolina de 91 octanos. Un reportaje del portal Prodavinci mostró que el salario mínimo actual no alcanza ni para el 20 por ciento de lo que compraba en 1998, cuando el barril de petróleo tocó un fondo histórico de ocho dólares.
El anuncio del aumento de salario lo hizo el presidente Maduro en una transmisión en Facebook Live. No sorprendió a nadie. La indiferencia obedece a que los precios de los bienes y servicios más elementales se ajustarán en cuestión de horas, siguiendo la ruta de esta carrera hacia el precipicio en el que alguna vez fuera el país más rico de América Latina.
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