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viernes, 19 de septiembre de 2014

Las desventuras de un hipertenso. Por Roberto Giusti


ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL

No se trata solo del comunismo sino, más bien, de consumismo, es decir, de los hábitos de consumo porque casi sin darnos cuenta los venezolanos hemos venido perdiendo "derechos adquiridos" en un aspecto tan importante como el de la alimentación, aun cuando la situación también se manifiesta en la adquisición de bienes y servicios no comestibles. En realidad el asunto no se refiere solo a la imposibilidad de acceder a los bienes de primera necesidad sino, también, a la pérdida progresiva de hábitos, muchas veces por prescripción médica, ante un suministro espasmódico, caprichoso e irregular de determinados productos. Esto sin considerar otros factores como la bajísima calidad de artículos que, en ocasiones, nos vemos forzados a adquirir porque hace tiempo perdimos otro derecho, en este caso, el de escoger entre diversas opciones, teniendo a nuestra disposición la potestad de elegir sobre la base de precio, cantidad, composición y procedencia del bien.

Así, por ejemplo, enfrentar un mal tan frecuente como la hipertensión en Venezuela adquiere ribetes trágicos. En primer lugar por la escasez de los medicamentos, en otros países de acceso inmediato y permanente. Luego, si el médico te recomendó, como medida elemental, no estresarte porque eso sube la tensión, ya de por sí alta, el solo hecho de ir de farmacia en farmacia, con el récipe, en la mano, clamando por el remedio o, al menos, un sustituto parecido, es un factor que te acerca aún más al temido infarto. Considera, también, que debes modificar totalmente la dieta y tu estilo de vida: dejar el cigarrillo, no beber alcohol en exceso, eliminar grasas y fritangas, reducir el azúcar, controlar los carbohidratos, privarte de harinas (arepas, pasta, pan blanco) y consumir, de preferencia, alimentos saludables como frutas y legumbres, además de hacer ejercicios tan simples como caminar.

Pues bien, lo de reducir es posible porque la harina no se consigue, el azúcar mucho menos. No se diga el aceite y si debes olvidarte de la copa de vino, no hay problema porque el precio de un chileno, común y corriente, sobre pasa los 500 bolívares. En eso sí ayudan la escasez o la carestía. Pero trata de sustituir el cochino frito por un róbalo al vapor, un cartón de leche completa por uno bajo en grasa o la galleta achocolatada por un pedazo de patilla, el queso madurado uruguayo por la cuajada criolla y te toparás con el muro de lo imposible. No se diga caminar de noche, por una calle caraqueña, para cumplir la orden médica. A semejanza de los países del socialismo real tendrás que enfrentarte con la triste realidad: No consigues lo que buscas. Se consigue pero se trata de un sucedáneo de baja calidad. O se consigue pero el precio es tan alto que está fuera de tu alcance. Entonces comprendes que debe bajarte de la nube, consumir lo que haya y si no te gusta, te niegas o reniegas, no te vayas a morir; hay escasez de urnas.

@rgiustia


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