Laureano Márquez / TalCual / ND
Parece que los gastos en Nueva York fueron de una austeridad envidiable. Si te pones a ver, una cena de 80.000 dólares, tampoco es tanto. La inflación en el imperio también está alta y en un carpachito se te pueden ir 10.000 dólares “¡faachil!”, como diría Perolito. En realidad tampoco fueron 80.000 $. A esta oposición destructora del aparato productivo le encanta exagerarlo todo con fines inconfesables, fueron exactamente 79.880$ más 13.000$ de propina. Que si te pones a ver no es nada: cada uno de nosotros puso 0,003096 $, que eso ni enriquece ni empobrece a nadie, como diría el otro.
Se sirvieron 4 botellas de champaña Crystal Rosé, 3 botellas de vino Chateaux Petrus, y 3 botellas de vino Latache, cada una valorada en 5.000 dólares, según informó el Diario Las Américas. “Pétrus es un vino tinto de la región vitícola de Pomerol dentro de Burdeos, de donde es la denominación. Se elabora casi completamente con uva merlot. Aunque los vinos de Pomerol nunca han sido clasificados, Château Pétrus es hoy uno de los más apreciados y caros del mundo, junto con los primeros crus de la orilla izquierda de la Gironda: châteaux Haut-Brion, Lafite Rothschild, Latour, Margaux y Mouton Rothschild, así como Ausone y Cheval Blanc de la denominación vecina, en la orilla derecha, de Saint Emilion (Loveran)”. Esto dice la whiskypedia, que no hay por qué dudar de ella.
Según cuentan, porque nada hay oculto, el carpacho de trufas fue devuelto porque no gustó (devuelto a la cocina, quiero decir), en su lugar vino (de venir) uno de carne con parmesano. Lo único lamentable aquí es que hayan pescado inútilmente a una trufa (¡pobre animalito!). Los raviolis de caviar tampoco gustaron, no culpo al comensar, porque para comenzal, el caviar es una frutica pequeñita, como amarga y salada, que quizá con yogurt y cereal pasa en el desayuno, pero con raviolis lo mejor siempre ha sido una salsa de Boloña, cuyo precio no hace honor al nombre.
Quien esto escribe tiene la absoluta certeza de que nunca en su puñetera vida podrá pagar una cena similar, porque es que uno trabaja. Se habla de 2,5 millones de dólares de gastos totales, en una Venezuela en la que la chikungunya y el dengue hacen de las suyas y esa plata en acetaminofén o paracetamol, sería una ayudita.
La verdad, uno no tiene nada en contra de que la gente cene, pero es como mucho el exceso, más para quien promueve la pobreza como forma ideal de vida. En esta patria orweliana “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Un hot dog en el Bronx, habría sido mucho más consecuente, acompañado de diet coke, como muestra de tolerancia.
Seguro en los baños de los restaurantes caros de New York hay papel y el chef puede preparar exquisitos platos porque tiene a mano ingredientes que se consiguen en una economía realmente competitiva y productiva donde el gobierno no anda por ahí destruyendo cuanta cosa floreciente se le atraviesa en el camino, y los productos importados llegan. Definitivamente, la lengua es el castigo del cuerpo y la inconsistencia espiritual una de las peores calamidades.
Mientras, en este periódico, ya nos vamos quedando sin papel.
Envío este artículo sin la certeza de hasta cuándo podrá seguir publicándose. Venezuela es, sin duda, tierra de contrastes y contradicciones. En todo caso, amigos lectores, no se preocupen, seguiremos en la pelea aunque tengamos que salir en un tabloide del tamaño del menú del Nello’s de New York.
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