Una parte de los productos está en los mercados negros y otra en las alacenas de los hogares
LUIS VICENTE LEÓN | EL UNIVERSAL
Si analizamos la información referente a la escasez de productos alimenticios esenciales, encontramos que la situación es mala y proyecta empeorar. En efecto, el promedio en Caracas supera el 70% promedio, llegando a situaciones extremas de algunos productos donde los niveles rozan el 90%.
Si en adición consideramos que la población reporta ocho horas promedio de cola a la semana para compras básicas y una visita promedio de cuatro establecimientos para completar su cesta (parcial) de bienes, la conclusión de primera impresión es que la gente debería estar hipersensible y enfurecida.
Sin embargo, el ambiente no se compadece con esa percepción. Es cierto que el deterioro de la economía afecta la evaluación de gestión del presidente. Más allá del repunte moderado que logra como consecuencia de su campaña antisanciones de Estados Unidos, la base de partida era muy baja y la sostenibilidad del repunte luce pobre. Todo parece indicar que esa espuma bajará en breve, pulverizada por la crisis económica, que es mucho más que una percepción. Pero, aunque lograra mantenerlo, el punto de llegada sigue ubicándose, por ahora, debajo del 30%, una popularidad nada despreciable para un presidente que ha sido incapaz de rescatar los equilibrios económicos, pero insuficientes para ganar una elección.
Pero si bien la popularidad se compromete y pone en riesgo la capacidad electoral del gobierno, la presión social no se eleva y no se ven en el país protestas pacíficas, ni de otro tipo. ¿Qué ocasiona esa pasividad?
Tres elementos parecen explicarla. El primero tiene que ver con la situación real del desabastecimiento en hogar. Si bien en los comercios la escasez es impactante, no es cierto que en hogar sea similar. Los estudios indican que el desabastecimiento de bienes regulados promedio en casas es cercano al 25%, una situación mala, pero muy inferior a la del comercio. El desabastecimiento en las cadenas no tiene que ver con los argumentos de la guerra económica sino con los impactos del control de cambios y precios. Hay escasez debido a la falta de divisas entregadas al sector privado, pero el problema más grave es que el absurdo control de precios y la falta de confianza genera estímulos para el bachaqueo y las compras nerviosas. Una parte de los productos está en los mercados negros y otra en las alacenas de los hogares para protegerse. La población de estratos más elevados compra más caro y paga un "impuesto directo" a la población que bachaquea, la cual obtiene una transferencia de ingresos, convirtiéndose en un estabilizador social. No hay entonces una situación extrema que los ponga al borde de la explosión. En la medida en que el gobierno no resuelva la crisis ni libere mercados ni entregue divisas, la escasez, incluso mercado informal, será mas grave y se agudizará el problema en hogares y es ahí cuando la situación podría complicarse.
Los otros factores son la frustración y el miedo. La frustración se trata de que una parte importante de la población, producto de los resultados de las guarimbas 2014, cree que la protesta, pacífica o radical, no tiene vida, ni líder, ni organización. El miedo, bailando pegado con el anterior, se genera porque aprendió, en ese episodio, que el gobierno está dispuesto a reprimir, encarcelar y disparar. Se crea entonces la bóveda de miedo y 77% de la población responde que no a la pregunta sobre su disposición a protestar pacíficamente, mientras 88% dice que no participaría en ninguna barricada o Guarimba.
La sociedad es cambiante y volátil y esto puede variar en el transcurso de una crisis, pero por ahora, esta es la razón que explica lo que muchos interpretan como pasividad y que en realidad es un fenómeno muchísimo más complejo.
@luisvicenteleon
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