José Vicente Carrasquero A. / Runrún.es
Si una profesión ha florecido en el obscurantismo de la era chavista es la de hampón en muchas de las ocupaciones posibles que involucra este oficio. Desde su llegada al poder, el mismísimo líder rojo manifestó entender que si alguien tenía necesidad de alimentar a sus hijos, entonces tenía el derecho a robar. Este infeliz comentario vino acompañado por un vertiginoso crecimiento de la delincuencia y lastimosamente de la violencia asociada a este tipo de prácticas antisociales.
Destaca el asesinato como el fenómeno que más se ha desarrollado en el país. La mayoría de las veces por razones baladíes. Es decir por asuntos sin importancia. Se han reportado asesinatos porque las personas se resisten al robo, o porque no tenían nada que robarle o, en muchos casos, porque al malandro simplemente le dio la gana de disponer de la vida de una persona. En mi opinión, el crecimiento del número de asesinatos se debe a los altísimos niveles de impunidad que los especialistas ubican en 94 por ciento.
El asesinato en Venezuela es idéntico a la primitiva práctica de la caza y la recolección. Los depredadores modernos salen a satisfacer sus necesidades materiales, ya sea de dinero u objetos convertibles en dinero, a través de un proceso muy parecido al del reino animal. Ubicar la presa y cazarla, muchas veces causándole la muerte. La mayoría de estos crímenes no son investigados. Por lo tanto, no hay culpable al que perseguir. Este asesino considera entonces que su negocio tiene riesgo mínimo. Y las ganancias son altísimas y libres de todo tipo de impuesto.
Es así como un malviviente o un grupo de ellos se pueden hacer de vehículos, costosos equipos electrónicos y bienes en general que después convierten en dinero en el mercado negro o guardan incluso para su uso personal. La acción del estado (con e minúscula) es nula y a veces contraproducentes. Porque hay gente en la burocracia gubernamental dedicada a negociar con estos buenandros para que disminuyan su accionar delictivo. La respuesta de los encargados de proteger a los ciudadanos es incluso infantil. Ofrecer dinero o computadoras a cambio de un arma resulta una bobería mayúscula. Con el arma, el delincuente puede hacer mucho más dinero que el que le ofrece el gobierno.
La industria del secuestro ha crecido de una manera impresionante. Los montos que piden por los rescates dependen de la capacidad de pago percibida por los delincuentes. Secuestran hasta en los barrios. Las tarifas allí son más bajas. Cuando se trata de una persona pudiente o de alguien de clase media la tarifa es mucha más alta y se aceptan distintas formas de pago. A pesar que la moneda de curso legal es el bolívar, muchos malandros pretenden divisas. Cualquier cosa que no sea ese papelito marrón cuyo valor es cada vez menor. Televisores de última generación, celulares, computadores personales son los objetos preferidos por esos delincuentes.
No podemos dejar de hablar de los hampones de cuello blanco, o debo decir rojo. Esos que meten la mano de forma indiscriminada en el tesoro nacional y amasan grandes fortunas sin que los organismos del estado se molesten siquiera en investigar. Si acaso hay algún tipo de acción contra alguno de estos rojo-asaltantes, es porque traicionaron al proceso y se pusieron a hablar para ver si se salvan de futuras persecuciones.
Muchos ¿héroes? de las frustradas intentonas golpistas del 92 están forrados de manera inexplicable. Exhiben unos niveles de riqueza incompatible con el ejercicio de un cargo ministerial o de gobernador o de diputado. Algunos tienen crías de caballo en el exterior. Otros llegaron a ser dueños de bancos. Unos pasaron de vender mobiliarios de oficina a organismos del estado a magnates que no pueden explicar el origen legítimo de sus bienes.
Otra versión del hamponato rojo lo representan los que fundaron empresas para engañar al nefasto control de cambio que la incompetencia roja se empeña en mantener más como mecanismo de sometimiento de la población que como medida que efectivamente evite la fuga de divisas.
Ni los ladrones que se sudan el dinero en el relativamente bajo riesgo de morir en un enfrentamiento producto de su accionar, ni los hampones de cuello rojo pagan impuestos. Disfrutan de una industria de bajo riesgo en la cual las ganancias son astronómicas. Eso explica los enfrentamientos con una policía minusválida tanto a nivel salarial como en poder de fuego.
El tesoro venezolano fue saqueado de una manera verdaderamente criminal. Teniendo en cuenta que al chavismo le entró más del doble del dinero que el que le entró a todos los gobiernos sumados desde 1811, no queda más que denunciar a esta clase política como una especie de mangosta que acabó con quizás el último chance que tuvo Venezuela de salir del subdesarrollo usando el recurso petrolero.
Venezuela se exhibe hoy como un país pobre. Con una población sometida por la delincuencia y por un ejército invasor que llegó al poder a través de los mecanismos de la democracia. Una clase política ignorante cuyo accionar nos ha hecho retroceder de una manera triste al nivel de una república bananera.
No podemos vanagloriarnos de ser soberanos. Las fuerzas criminales se debaten por el control del país. Las bandas criminales tienen territorios liderados. Mientras, los políticos en el poder buscan a como dé lugar mantenerse pegados a esa decrépita teta en la que ha devenido el petróleo para seguir saqueando nuestras riquezas.
No todo está perdido. Las encuestas dan cuenta de un pueblo preocupado que espera las elecciones para barrer a los delincuentes del poder para luego proceder a poner orden en el país.
@botellazo
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