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martes, 17 de mayo de 2016

Carta a Hermann Escarrá. Por Claudio Nazoa


Claudio Nazoa / El Nacional

Es difícil escribirle una carta a quien no tengo el gusto de conocer en persona, pero por ser usted un hombre público, lo conozco muchísimo.

Doctor Escarrá, usted llama la atención aunque no hable. Es un hombre elegante, inteligente y bien vestido. Tiene un cabello perfectamente engominado y mejor peinado que el de Superman. Nunca lo he olido, pero imagino que debe oler a colonia Jean Marie Farina.

Su pañuelo, en impecable armonía con la corbata, parece dibujado en el bolsillo de la solapa de su paltó. Y sus zapatos, doctor Escarrá, brillan misteriosamente a pesar del barro, del agua o del polvo. Daría mi vida por tener unos zapatos tan pulidos en medio de tanta pesadumbre.

Otra cosa interesante, mi envidiado doctor, es su cara siempre activada en forma de respuesta adecuada ante cualquier pregunta. Usted responde con palabras cultas, con dicción pausada, estudiada y perfecta, llena de sapiencia mientras cita leyes antiguas y modernas y, acrobáticamente, lanza uno que otro latinazo.

Cuando usted era uno de los nuestros, es decir, uno de los venezolanos a quienes no les gusta que comunistas criollos enloquecidos, dirigidos por cubanos, nos arruinen y nos humillen, yo lo escuchaba. Nunca entendí bien qué había que hacer para salir del gobierno que, según usted, era una dictadura.

Jamás pensé que Chávez era un dictador hasta que usted lo sugirió. Incluso recuerdo su idea sobre “la marcha sin retorno a Miraflores”. ¡Menos mal que no la hicimos! Bueno, usted sí la hizo, convirtiéndose en el jefe de navegación del Titanic llamado Venezuela. País enrumbado no hacia el iceberg, ya que hace años chocamos contra él, sino hacia el oscuro abismo en el que hoy estamos cayendo.

Me molesta cuando lo atacan diciéndole gordo igual que cuando, de manera despectiva, dicen que Maduro es chofer de autobús. ¿Qué importa si usted es gordo y el otro chofer? La historia está llena de gordos utilísimos como Winston Churchill y de obreros maravillosos como Lech Walesa. Este último luchó contra comunistas destructores convirtiéndose en el mejor presidente obrero del mundo.

Señor doctor, no sé el porqué le escribo, sin embargo, con todo respeto, quiero que me explique, ¿cómo es posible que un gentleman como usted, con su elegante porte, exquisitos modales y sabiduría, se enlode ayudando a preparar el barro putrefacto en el que nos hundimos los venezolanos?

Ese barro, doctor Escarrá, lo manchará por dentro eternamente, aunque por fuera usted luzca impecable.


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