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domingo, 24 de julio de 2016

Tiempos de desconcierto, por ahora. Por Fausto Masó


Fausto Masó / El Nacional

No hay nada nuevo bajo el sol, ni siquiera en Venezuela. Estamos condenados a repetir errores, críticas, esperanzas, siempre con la secreta convicción de que el barril reviente por encima de los $150. Vivimos amarrados a ese precio. Nunca perdemos la esperanza; incluso los que anuncian la ruina siguen creyendo que ocurrirá el milagro y el petróleo nos sacará de abajo sin tanto trabajo. Pero, en estos tiempos de Nicolás Maduro, vivimos en el desierto, solo aguardamos a que de una forma u otra desaparezca él de Miraflores, a pesar de que se aferra a la presidencia con tal energía que pareciera imposible desalojarlo del palacio presidencial. Maduro no dispone de seguidores incondicionales, no hay maduristas en Venezuela, ni siquiera sus ministros los que tan pronto abandonan el cargo piden su renuncia. No le guardan fidelidad. ¿Cilia no se pasará a la oposición?

Vivimos malos tiempos. Hasta fines del siglo pasado crecíamos sin demasiado trabajo, como si al país lo bendijera el Altísimo. De un tiempo a esta parte las cosas parecen cambiar, pero todavía no nos hemos convencidos de que no saldremos de abajo sin muchísimo trabajo.

Alguna vez el bolívar era tan fuerte como el dólar, el venezolano viajaba triunfante por el mundo, los habitantes del campo se volcaban en las ciudades donde se vivía mucho mejor. Se construían acueductos, autopistas, aeropuertos. Acudían los latinoamericanos a participar en el festín. Eso se acabó, como dice la canción, todo se derrumbó. Recordemos el lugar común, todo lo financiaba el petróleo. El petróleo subió de $3 a 37, fuimos ricos. Fuimos, ya no lo somos.

Viajamos, regalamos dinero a los países vecinos, quisimos ser actores de la política mundial, tuvimos un presidente que le alzaba la voz a los propios Estados Unidos. Todos saben cómo terminó la fiesta... Todavía no nos hemos recuperados. No nos dimos cuenta de que los países industrializados reaccionaban, ahorraban petróleo, construían vehículos eficientes, buscaban petróleo bajo las piedras, ponían en producción pozos que no habían sido rentables, usaban fuentes de energía alternativas, etc., y los precios empezaron a caer hasta llegar a siete dólares por barril a fines de los años noventa. Se produjo el llamado viernes negro en febrero de 1983 que significó el desastre.

Ahora estamos sin dólares para mantener el Estado bonchón, con tremenda inflación. Ningún otro país petrolero del mundo manejó tan mal su riqueza como Venezuela y además demostró que el modelo socialista, castro comunista, imitado por Chávez, agravaba la crisis.

Ahora, ¿renunciará Nicolás Maduro? Pareciera que Padrino ha tomado el poder, pero no es así. Puro teatro. Ni Padrino manda ni manda Nicolás.

Vivimos los tiempos del desconcierto, cuando nadie precisa hacia dónde marcha la nave del estado. Maduro sigue en Miraflores porque no sabe a dónde ir y nadie quiere asaltar el palacio presidencial.

Esto sí, no seguiremos así indefinidamente, solo que no hay lucecita al final del túnel. Maduro a ratos quiere cambiar de rumbo, pero ignora cómo hacerlo. Y la misma oposición no pasa de condenar a Maduro, lo que no requiere de demasiado esfuerzo, en verdad. El desconcierto impera en el país, pero de alguna forma saldremos hacia adelante. No hay otro remedio. Vivimos tiempos que no pasarán a la historia, quedarán olvidados el día que el país reaccione. Esto ha sido un mal sueño. Ojalá despertemos y nos encontremos en otro país. Ojalá. No es fácil.


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