Axel Capriles M. / El Nacional
Hay una inmensa expectativa. Por fin un hito político vuelve a avivar la esperanza. La toma de Caracas planificada para el próximo jueves primero de septiembre no sólo ha logrado unir a esa difícil retacería que es la oposición venezolana sino que su sola planificación está movilizando emociones colectivas que amplifican su impacto simbólico.
Indígenas emplumados y en guayuco desplazándose desde el distante estado Amazonas, un sacerdote postrado boca abajo en el campo de Carabobo haciendo el juramento de morir por una salida democrática, incapacitados sudorosos en sillas de ruedas en ruta hacia Caracas, todos, muestra de una diversidad humana que va poco a poco incorporándose a un objetivo común, reflejo contemporáneo de aquella gran Marcha de la Sal con la que el Mahatma Gandhi desató la desobediencia civil masiva y concreta (dejaron de pagar el impuesto) contra el Imperio Británico.
El llamado a la toma de Caracas se ha hecho bajo el signo de la paz. Todos los líderes políticos de la oposición han insistido y aclarado hasta la saciedad que el objetivo de la gran concentración es solicitar el cumplimiento del ordenamiento democrático para la realización del referendo revocatorio del presidente Maduro. En medio del nerviosismo y la agitación, después de que el vicepresidente de la República, Aristóbulo Istúriz, anunciara públicamente que con la marcha “lo que están buscando es un muerto”, que “para quitarnos a Maduro tienen que matarnos” y “primero nos matan antes de quitarnos esta revolución”, una pregunta nos asalta desde abajo, desde esa parte del alma que no nos atrevemos a ver con sinceridad: ¿y qué pasa si después de la pacífica concentración el CNE se mantiene inmutable? ¿Cuáles son los recursos y opciones para obligar a un gobierno forajido a cumplir con la Constitución?
Hay, sin duda, grandes protestas sociales y manifestaciones pacíficas que han cambiado el mundo. Ayer, 28 de agosto, se cumplieron 53 años de la multitudinaria concentración en defensa de la igualdad y los derechos civiles de los negros en la que Martin Luther King pronunció su inolvidable discurso: “I have a dream”.
El efecto de esa magnífica manifestación pacífica caracterizada por su ambiente festivo fue inmediato. La diferencia, no obstante, entre lo que sucedió en USA en 1963 y lo que pueda pasar en la Venezuela del 2016 es quequien estaba en el poder en los Estados Unidos en aquel momento era, en lugar de Nicolás Maduro, John F. Kennedy quien recibió en la Casa Blanca a Martin Luther King y al resto de los líderes del Movimiento por los Derechos Civiles para impulsar decididamente los cambios necesarios. El efecto de las grandes manifestaciones dependen de la naturaleza del poder y del inesperado curso de los eventos. Se me hace que para que ocurran cambios en Venezuela tendremos que acercarnos más a la revuelta de Bucarest que llevó al derrocamiento del dictador socialista Nicolae Ceausescu que a la excelsa oratoria de Luther King.
@axelcapriles
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