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miércoles, 4 de marzo de 2020

La vida ya no es como antes. Por Daniel Asuaje


DANIEL ASUAJE | EL UNIVERSAL

Los más jóvenes de hoy no vivieron la bonanza democrática, su conocimiento mayormente proviene de quienes si vivimos en ella

Escribir en estos tiempos no me es tan fácil como hasta hace poco. Esta es la segunda vez en este año que recomienzo mi escribanía semanal. Ahora el impedimento estuvo en una serie de eventos emuladores de la situación cotidiana nacional. Mis tropiezos comenzaron con la avería de la única computadora en servicio que nos quedaba. El rincón de artefactos descompuestos en la mayoría de los hogares venezolanos es un testimonio irrefutable de la precariedad de estos tiempos. Hoy mucho de lo reparable termina arrumado sin remedio por falta de repuesto o de quien lo arregle o de dinero. Llevar la computadora a reparar fue una odisea y es que nuestros hogares lucen cual modelos a escala del infierno venezolano. Cuando hay agua no tenemos luz, la cual muchas veces llega de madrugada ¡claro, precisamente durante las horas en las cuales cualquier hogar normal está despierto y enfocado en sus quehaceres!

A pesar de que tenemos dos autos uno solo está en funcionamiento, el otro descansa. El que sirve nos lo entregaron en enero, después de más de tres meses reparándolo a cuenta gotas. Ese día debía devolver la batería prestada y cuando fui a hacer el cambio por perezoso no me puse los lentes y, al sustituirla, invertí las paridades por lo que dañé el sistema eléctrico y quedamos de nuevo sin auto. Ahora de nuevo sin carro llevar la pc a reparar fue una lotería, pero el premio vino de la mano de un veterinario amigo de casa quien hace cuatro meses atrás nos había ofrecido que “la próxima semana” esterilizaría a nuestra gata. Esa misma semana la operó y hasta me llevó al sitio de reparación. En el taller ofrecieron tener lista la pc para el miércoles siguiente a la entrega, pero pasaron tres semanas más para que ello ocurriera. Milagrosamente me la trajo un día nuestro amigo el veterinario quien pasó por casa de quien la tenía.

Tenemos una red de mutuo apoyo, constituida por varios amigos quienes nos socorremos unos a otros bajo pedido, aunque la espontaneidad siempre está presente. Esta red, junto al apoyo de la familia en la diáspora, nos hace más llevadera la situación, sobre todo cuando las sanciones de la situación país hacen fallar el flujo de recursos. Nunca faltan ángeles, pero el verdadero prodigio ocurre por el empeño puesto por Liliana y yo en elaborar y ejecutar nuestros planes cotidianos de vida; afán en el cual figura el humor siempre, por lo que solemos muy a menudo reírnos de nosotros mismos o de cosas que nos pasan. El domingo una amiga compartió con nosotros una exquisita sopa y chicha de arroz con piña. Liliana las vio del mismo color y las mezcló antes de servirlas. La bautizamos como sopa “hawiana”, sabía muy raro y resultó incomible pero reímos mucho; los postres de Lily salvaron el lance, al decir de muchos hasta hacen olvidar la tristeza.

La casa es el micro mundo replicante de un país donde todo puede pasar. A veces no tenemos efectivo, la despensa sufre de desabastecimiento con frecuencia, nuestros medios de transporte con suerte nos llevan y del mismo modo que el país cifra sus esperanzas en la próxima elección, la venidera gira de Guaidó, la siguiente reunión del Grupo de Lima o cualquier otro suceso venidero, en mi casa el día de resurrección de la terca esperanza es el miércoles.

En nuestra cultura hay una difundida propensión a opinar que recordar es vivir y sin duda alguna para quienes tenemos más de treinta y cinco años (más o menos un tercio de la población actual) así es porque para este grupo la vida de hoy no es tan buena como la de antes. Fue Heráclito quien dijo que nadie se baña dos veces en un mismo río, por lo que cada instante de vida simplemente es diferente de otro y por eso resultaría un exabrupto comparar dos momentos cualesquiera pero muy seguramente para la mayoría de quienes trasponen cierta edad los momentos de más juventud fueron mejores o, al menos, las trampas de la memoria los hacen recordar como tales.

Los más jóvenes de hoy no vivieron la bonanza democrática, su conocimiento mayormente proviene de quienes si vivimos en ella. A mi hijo menor, quien tiene dieciocho años, le resulta inverosímil saber que hubo un tiempo en que la avenida Sucre de Caracas era una vía limpia, que ni Maracaibo, ni el país, sufrían por falta de agua o luz; que la mayoría de los venezolanos comían hasta tres veces al día, que las avenidas de noches tenían el colorido de los anuncios publicitarios, en fin, que Venezuela era otra y más vivible. Muchos el repudio del presente se manifiesta en una nostalgia irrefrenable del pasado o en la fantasía de un devenir tan luminoso como incierto. Con nuestros planes procuro minimizar la cuota de incertidumbre que nos toca y aunque por lo general muchas veces estamos libres de grandes riesgos yo suelo correr algunos cuando discuto con mi esposa.

Por cierto, mi artículo aparece cada miércoles en este diario, a lo mejor hay una oculta conexión entre este evento y lo que habitualmente suele pasarnos el miércoles de cada semana.

@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com


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