Está claro que el Gobierno ganará la mayoría de las alcaldías del país
LUIS VICENTE LEÓN | EL UNIVERSAL
Normalmente las elecciones municipales tienen vida propia y los protagonistas suelen ser los candidatos, por encima de la corriente política a la que pertenecen, aunque ésta no deje de tener relevancia, especialmente para las personas comprometidas con los polos.
Soy alérgico a los comentarios tipo Libertad Lamarque mezclada con Lupita Ferrer, que surgen en cada proceso electoral cuando algún dirigente (¿debo decir también dirigenta?) lanza, con cara de circunstancia, manos en alto y cuello con venas prensadas, una especie de grito de guerra de camping de carajitos: "¡esta es la elección más importante del resto de nuestras vidas y aquí se juega el futuro de nuestros hijos... chiquitos, medianos y grandes!". Y uno se pregunta: panita, ¿y no me habías dicho eso también en todas las anteriores? Pero, bueno, dejando aparte la cursilería, lo que si es verdad es que son unas elecciones locales muy particulares.
El entorno electoral está influenciado por varios factores. Son muy cercanas a la elección previa, con una campaña que terminó pulverizando la ventaja del chavismo, sorprendiéndolos a ellos por chiquitos y a la oposición por grande, a pesar de ser prácticamente iguales en dimensión. Obviamente ambos grupos quedaron picados de culebra y la batalla de fuerzas no terminó con la elección. El desconocimiento de los resultados, la crisis económica, la decisión gubernamental de arrancar una cruzada contra sus adversarios, la radicalización del debate político y la respuesta opositora pidiendo a la población que se exprese para mostrar su descontento hace que el ambiente nacional contamine las elecciones municipales y las convierta en una especie de medición de fuerzas entre ambos bandos, es decir, pasa de ser una elección con protagonistas locales que se salpican del debate nacional a un debate nacional salpicado por las características intrínsecas de los candidatos locales.
Es evidente que la oposición necesita crear un "momentum" como el que tuvo en la elección presidencial y que se ha enfriado. Las municipales se convierten en la ruta natural para reconectarse. El llamado a votar es vital para la oposición, pese a la desconfianza que ha manifestado en el proceso electoral. Es el llamado al voto castigo, convirtiendo la elección en un plebiscito nacional simbólico, el que puede dar nuevas fuerzas a la articulación opositora.
La respuesta del Gobierno ha sido inmediata. Obviamente no está interesado en una contienda plebiscitaria, con una crisis severa y tantos problemas por resolver. Pero una vez que la evaluación de su gestión es inevitable, Maduro juega duro. La radicalización del debate político, las denuncias de corrupción con piquete, el incremento de divisas a 6,30 y liquidez para maquillar la crisis, y ahora el brinco a la esfera de los ataques personales, vinculado incluso a las preferencias sexuales de sus contendores, son la respuesta al reto opositor.
Está claro que el Gobierno ganará la mayoría de las alcaldías del país. Su penetración en poblaciones remotas, donde se escoge un alcalde con un puñado de votos, es evidente, frente a una oposición con ventaja en grandes centros poblados y pocos alcaldes. Pero el total de votos es otra cosa y ahí la batalla será campal. Si el Gobierno gana, dirá que el pueblo apoyó a Maduro y si pierde dirá que es un evento local que no pretende evaluar la gestión presidencial, mientras muestra el gráfico con su porcentaje de alcaldes. Pero es evidente que ganar o perder en el número de votos totales manda un mensaje político potente y la gente no debería ser tan bolsa como para no entenderlo, aunque con los años he comenzado a pensar que lo único realmente democrático... es la estupidez.
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