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viernes, 6 de marzo de 2015

Gringos, visas y divisas. Por Daniel Lansberg Rodríguez


Daniel Lansberg Rodríguez / El Nacional

Como parte de su gran misión para convencer a cada hombre, mujer niño venezolano que el obvio desplome en calidad de vida que se sufre es culpa de otro, Nicolás Maduro nos ha mantenido en un auténtico carrusel de supuestos golpes de Estado por aproximadamente dos años. Un dato curioso: si al presidente Maduro le creemos, resulta que el número de golpes e intentos magnicidio en Venezuela durante los dos últimos años (18) son más que lo que se ha visto en todos los otros países del mundo combinados durante el mismo tiempo (14).

Nuestros supuestos líderes siguen apabullándonos con supuestos complots y conspiraciones; al igual que el pastor en la famosa fábula de Esopo, “Pedro y el lobo”, sonando falsas alarmas después de que los otros aldeanos dejen de prestarle atención. Son incapaces de respaldar dichas afirmaciones con alguna pizca de evidencia clara, y por eso tratan de convencer al público a través de una charada: respondiendo como si fuera cierto, poniéndole mano dura a inocentes y cambiando caprichosamente sus políticas en respuesta a supuestas provocaciones. El ejemplo más reciente de esta miopía estratégica, son la nueva serie de regulaciones burocráticas, de las visas y los pagos, que se colocaran ahora a los visitantes de Estados Unidos, y que incluye un permiso por el que deberán de aplicar con unos tres meses de anticipación.

En un momento histórico como el que este país está sufriendo, cuando una hemorragia de moneda extranjera ya está agravando de manera dramática las duras realidades de inflación, escasez e incertidumbre, esta medida representa algo mucho más peligroso que la política ridícula que estamos acostumbrados a esperarle al régimen. Con el mercado de petróleo inusualmente débil y volátil, están efectivamente cerrando una de las pocas posibles fuentes de inversión alterna, sin necesidad; un plan que se pasa de ser imprudente, es autodestructivo.

Aunque claramente existe cierta justicia filosófica a la idea de que las naciones se traten siempre como iguales, (después de todo Estados Unidos también requiere que el venezolano aplique con meses de anticipación por una visa de turista), es ingenuo ignorar los desequilibrios que existen entre la situación actual de los dos países. Sencillamente, no hay un diluvio de ciudadanos estadounidenses buscando quedarse indefinidamente en la Venezuela de hoy. Incluso Snowden, con invitación oficial y todo el apoyo del régimen, prefería sufrir los interminables inviernos moscovitas, en vez de mudarse a nuestro paraíso tropical.

Aunque varios países latinos requieren visas o pagos de reciprocidad para viajantes de Estados Unidos, todos estos permiten que se compre el permiso en el momento de entrada, sin tener que aplicar con anticipación. La única excepción a esta regla es Brasil, país que de cierto modo puede justificar su excepcionalidad por razones culturales, y además grandes eventos como la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos que se han organizado y se organizan allí. Pero para el turista típico, especialmente el estadounidense, cuyas perspectivas tienden a tener cierta estrechez mental respecto el resto del mundo, los países hispanoparlantes del continente se parecen lo suficiente para que estén efectivamente compitiendo entre sí. Si a un prospecto de turista se le obliga elegir entre visitar Colombia o Venezuela con tres meses de anticipación ¿quién va a calarse varios meses de burocracia tortuosa para poder seleccionarnos?

Venezuela recibe al año entre 600.000 y 700.000 visitantes, y solo una pequeña parte de estos provienen de Estados Unidos. Estos pocos visitantes estadounidenses pueden ser divididos en 4 categorías: los que vienen por negocios, los que tienen familia aquí, el turismo recreacional y el turismo político. Las dos últimas categorías en realidad ya han decaído mucho durante estos años. Venezuela hoy tiene una reputación internacional pésima en lo que a turismo se trata, el mundo nos conoce principalmente por nuestras historias de criminalidad, abusos gubernamentales, prisioneros políticos, e insultos a otros líderes internacionales. La situación es exacerbada aun más por ciertas torpes y memorables metidas de pata, como cuando una fotografía de Jim Wyss, un periodista estadounidense que fue detenido en Venezuela en 2013, se mostró oficialmente –ostensiblemente de manera accidental– como ejemplo de la bienvenida que les espera a los huéspedes de la quinta república.

Mientras tanto el turismo político, en la medida en que todavía existe, ha desaparecido casi por completo desde la muerte de Hugo Chávez. En la lona, la mal administrada y violenta Caracas ya no puede pretender ser un modelo exportable de gobernanza, e incluso otros movimientos izquierdistas en lugares como España y México actualmente hacen grandes esfuerzos para distanciarse de nuestra mala reputación. Hasta para poder conseguir la ocasional visita de Maradona, le tenemos que cubrir sus exquisitos amplios gastos por el privilegio de su compañía.

Entonces quedan los viajeros de negocios y los que vienen por sus familias, los dos grupos que representan la posible fuente de ingreso dentro del anémico panorama turístico nacional. Esta gente viene del extranjero y le inyecta dinero directamente a nuestra economía, apoyan negocios, se quedan en hoteles, van a restaurantes, y con frecuencia traen remesas familiares para sus seres queridos en Venezuela, que de otra manera no llegan por nuestro enredado sistema de controles cambiarios. Viajar a Venezuela hoy en día ya es bastante difícil: no hay casi vuelos (los que existen son caros e indirectos) y los incontables peligros del hampa también representan un desincentivo poderoso.

Además, para el mundo de negocios modernos, tres meses puede ser una eternidad, más aun, con Maduro y su pandilla. ¿Quién en Venezuela todavía siente suficiente confianza para planear algo con tres meses de antelación? ¿Se acuerdan dónde estaba el paralelo hace tres meses? ¿A quién le faltaba una razón más para no invertir en Venezuela?

El petróleo no se come. Sin dólares no hay paraíso, no hay revolución, y no habrán ni comida ni medicamentos. Cualquier gobierno serio se tragaría su orgullo y encontraría una manera menos destructiva de seguir mintiéndonos y excusándose.


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