Carlos Blanco / El Nacional
En la cumbre del poder dictatorial que Maduro ejerce, sus movimientos son violentos y torpes. Cada manotazo que lanza termina en su rostro. Cada grito se le devuelve como eco multiplicado. Sí, reprime, pero está aislado, acompañado en el bunker por aquellos que como él no ven futuro sino presente hiperreal, en el cual la soledad del poder muestra sus arrugas y pústulas más ominosas.
Cuando el poder se concentra en tan gigantescas proporciones le ocurre como a los cuerpos ultradensos: estallan. Es que no solo han violentado derechos de opositores, críticos, medios de comunicación, gremios y sindicatos; es que también lo han hecho con los suyos: los gobernadores, ministros, jefes políticos chavistas, han perdido poder. Fuera de una docena de personajes, nadie saca el pecho por Maduro y los que lo hacen, tienen un estilo lateral, no vaya a ser que en el hundimiento aquel quiera agarrarlos por la solapa y llevárselos.
Sí, están recolectando recursos y haciendo los fraudes conocidos de cara a las elecciones, para luego convocarlas. Piensan que así pueden revertir la abrumadora mayoría que se les opone. Pero nada de esto resuelve el problema que tiene Maduro, consistente en que tal concentración de poder ha convertido a sus colaboradores –más allá de sus dotes intelectuales en el curioso caso de haberlas– en una panda de inútiles que ronronea alrededor del erario público.
A Maduro solo le ha quedado un instrumento de política, si es que a eso se puede llamar política, que es la represión. Ya apesta en la comunidad internacional y los aliados de Hugo Chávez le sacan el cuerpo, con discreción, aunque a veces Maduro impone indeseadas visitas.
Su actitud ante los presos políticos y sus familiares, ante la huelga de hambre, ante el clamor de la calle, es la típica de los déspotas en la etapa terminal de sus mandatos. Apelan a sus instrumentos predilectos, el garrote y la pistola.
El aislamiento doméstico del régimen va de la mano del internacional. Las luchas desde enero de 2014, el coraje de los presos políticos, las voces de líderes comprometidos, han hecho posible las visitas de los expresidentes, sus declaraciones conjuntas y la alta visibilidad internacional que la batalla por la democracia venezolana ha alcanzado.
Ahora el régimen está presionado por la fecha de las elecciones. Hará todo para imponerse fraudulentamente, como en el pasado; solo aceptará su inexorable derrota si el costo de no hacerlo es mayor que el de hacerlo. ¿Qué puede obligarlo a convocar elecciones y no hacer fraude?
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