Daniel Lansberg Rodríguez / El Nacional
Algo me dice que faltan pocas semanas para que el régimen finalmente declare la victoria en lo que respecta a su fantasiosa guerra económica. Ya estamos viendo un alza pronunciada en la persecución a los líderes del sector privado –como Lorenzo Mendoza– y el régimen siempre ha sido fanático tanto de las estafas preelectorales como de la eterna búsqueda de chivos expiatorios y el triunfalismo farsante. Tomándolo en conjunto, no me sorprendería en absoluto si, una o dos semanas antes de que los venezolanos vayan a las urnas, una oleada de detenciones de alto perfil precipite un periodo de declaraciones públicas en cuanto a haber capturado y neutralizado a los nefastos responsables de la “guerra económica”. Justo después, podríamos ver también una nueva disponibilidad inmediata respecto de los bienes escasos (actualmente acaparados por el gobierno) –para ver si de esa manera logran engañar cínicamente a los votantes y mantener su mayoría legislativa–. Luego, cuando la escasez y la inflación reaparezcan –tal vez a finales de diciembre o principios del año– anunciarán nuevamente que la guerra ha resurgido bajo nuevo liderazgo, y la ridícula farsa puede comenzar de nuevo.
Entonces, ante dicha posibilidad del “fin” de la guerra, nos corresponde fijar quiénes han sido los ganadores de la batalla. Después de todo, nuestra concienciación de las grandes victorias, incluso las ficticias –ya sea en la Ilíada, la Tierra Media de Tolkien, o hasta una “galaxia muy lejana”– es una cuestión de “cultura general”.
El gobierno tratará de convencernos de que ellos mismos han sido los vencedores. Sin lugar a dudas, si es que –contra todo pronóstico, el karma, la divina justicia y las leyes del sentido común– logran mantener control del Legislativo de tal manera, entonces en cierto sentido triunfaron. Sin embargo, tarde o temprano, tendrán que rendir cuentas por haber destruido tan completamente nuestra economía nacional, y me cuesta envidiarles la tarea de enseñorear sobre una ruina empapada de sangre. Además, como nos cuentan generaciones de madres venezolanas, “ganar con trampa no es ganar”.
Otro amplio sector de posibles victoriosos pueden ser los famosos “bachaqueros”. No se puede negar que las distorsiones económicas ridículas en este país, a pesar del precio inflacionario que pagamos para mantener nuestro suntuoso bufé nacional de especulación y arbitraje, el sistema sí le genera ganancias a los venezolanos que mejor saben explotarlo. Aun así, en la mayoría de los casos, dichos márgenes son anémicos. Cada vez más venezolanos se encuentran obligados a pluriemplearse con el bachaqueo, como para compensar sus salarios risibles y sus ahorro desaparecidos. Visto así, nos hemos vuelto una nación de bachaqueros –y está claro que esa nación no ganó la Guerra económica, sino que perdimos feo.
Habiendo descalificado dos candidatos principales, nos quedamos con un tercero…
A través de la Gran Caracas, pero sobre todo en lugares como Petare, Catia y El Cementerio, los buhoneros son legión: vendiendo sus alimentos y bienes manufacturados baratos desde sus pequeños puestos callejeros y quioscos destartalados. A través de su numerosidad absoluta, espíritu empresarial, e inclinación por ignorar cualquier restricción regulatoria o legal, representan el epítome del nuevo venezolano. Su medio informal de subsistencia además genera problemas para el caraqueño común: tráfico intransitable, instabilidad municipal, y riesgos saludables provenientes de vender alimentos no regulados –incluyendo pescado, carnes y frutas– que a veces se han vuelto tóxicos por el sofocante calor del trópico.
En 2009-2010, fui jefe de División para Desarrollo Empresarial en la Dirección de Desarrollo Económico de la Alcaldía de Sucre. Dicho cargo significaba el tener interacción a diario con miembros de la comunidad buhonera en Petare, ya que yo era uno de los responsables de otorgarles permisos y regular su comercio. En mi experiencia, eran una comunidad altamente insular que poseía sus propios valores, líderes y sistemas rudimentarios de justicia y redistribución de riqueza. En su mayoría eran bastante pragmáticos respecto a la ideología y política nacional, los buhoneros hacían sus propias reglas, y lo habían hecho desde mucho antes de Chávez.
Sin embargo, recuerdo que durante ese periodo, el sector buhoneros se encontraba asediado. Los mercales habían socavado gran parte de su base de clientes, el gobierno los había expulsado (con mano dura) de zonas emblemáticas como Sabana Grande, y una ola de “nuevos buhoneros” –inmigrantes de Colombia, Ecuador y Haití– habían aparecido en Petare, aumentando la competencia y socavando la utilidad económica de los grupos buhoneros más tradicionales.
¡Cómo ha cambiado su situación! La semana pasada tuve la oportunidad de dar una vuelta por Petare y me encontré un panorama nuevo. Si bien hay muchas carencias en Venezuela, no existe escasez ni de bolívares ni de desesperación, y dicha combinación suele solo beneficiar a los buhoneros que venden –a precios bien inflados– esos bienes que para la mayoría de venezolanos solo existen en sus recuerdos lejanos.
Igual que en el país de los ciegos el tuerto manda, en un mundo donde la escasez convierte en tesoro los bienes de primera necesidad –la harina PAN, un polvo de oro; y la perla negra de la caraota– el buhonero es verdaderamente un rey.
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