ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
Un setentón enfurruñado que se proclama socialista y un multimillonario xenófobo que no oculta sus inclinaciones racistas se han convertido en irresistibles fenómenos mediáticos, con notables posibilidades de llegar a ser candidatos presidenciales de los partidos Demócrata y Republicano de Estados Unidos. Y acudo al término "fenómenos" porque se trata de dos personajes quienes, a pesar del moverse en la periferia de las dos grandes organizaciones políticas, se han venido imponiendo sobre los intereses de los centros de poder establecidos, con posturas heterodoxas situadas en los extremos del arco político.
El primero de ellos, sobre el cual escribimos hoy, es Bernie Sanders, aspirante a la candidatura demócrata, quien, contra todo pronóstico, ascendió, en menos de un mes, del foso donde se encontraba a finales del año pasado hasta emparejar sus aspiraciones con Hillary Clinton en las primarias de Iowa; toda una hazaña si consideramos que se estaba enfrentando a una competidora cuya victoria se daba por descontada, apoyada, como está, en una sofisticada y compleja maquinaria diseñada, más allá de las primarias, para la lucha por la presidencia, en contraste con las magras finanzas y una organización limitada por la falta de recursos con las que contaba el viejo senador por Vermont.
Pero lo llamativo de Sanders, por sobre todas las características que ya lo convertían en el precandidato perfecto para abandonar la lucha en las primeras de cambio, es el haberse autoproclamado "socialista"' en un país donde ese término se asocia con otra palabra que hasta ahora se consideraba anatema: "comunista". De manera que nadie con aspiraciones políticas se atrevía a reclamar esa condición y mucho menos a anunciar, como lo hace Sanders, que encabezará una "revolución política y le rebajará el copete a los capitostes de Wall Street, quienes, denuncia, financian la campaña de Clinton.
A la hora de buscar las razones para comprender el batacazo de Sanders, quien superó a Obama en la tarea de recoger fondos por medio de contribuciones de diez dólares a través de la red, uno podría pensar que hay un cambio de actitud en buena parte de un electorado desilusionado por el desmejoramiento del nivel de vida y el crecimiento de la desigualdad, no obstante los logros que en materia social (el Obamacare) y de reducción del desempleo exhibe la administración Obama quien, a juicio de Sanders, ha sido tímido a la hora de enfrentar "una oligarquía multimillonaria que conspira para mantener oprimida a la clase trabajadora".
No siendo precisamente un outsider clásico, el viejito gruñón no se anda por las ramas y su discurso trasciende los límites del radicalismo políticamente correcto en un socialdemócrata y más aún, en un dirigente del Partido Demócrata de Estados Unidos, para advertir que "sin revolución no va a pasar nada" y que la cosa va de un cambio estructural de modelo que implicaría la intervención de los grandes bancos, el aumento del salario mínimo desde los 7.25 a 15 dólares la hora, estudios universitarios gratis y un sistema de salud de atención universal tomando en cuenta que aún hay 29 millones de personas que están excluidas de los programas de salud. Todo esto se lograría aumentando los impuestos a los ricos y ejecutando un gran proyecto de construcción de infraestructura, a la manera del New Deal de Roosvelt.
Queda claro, entonces, cómo el discurso del viejito gruñón, está dando en el clavo (al menos por el momento) y ha puesto a soñar a buena parte de la sociedad, pero sobre todo a los más jóvenes, con lo cual se demuestra, ahora en el reino del capitalismo, cómo la quimera de un mundo mejor cala con inusitada intensidad en los espacios menos esperados y desafiando toda lógica puede imponerse, a pesar de que la historia demuestra lo contrario en sus resultados, cuando el sistema institucional de pesos y contrapesos deja de aplicarse en el ámbito social.
@rgiustia
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