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domingo, 19 de junio de 2016

La rebelión de los bachaqueros. Por Luis Vicente León


Luis Vicente León / El Universal

El Bachaqueo, que en economía llamamos arbitraje, es una distorsión que ocurre cuando se discriminan mercados y se pretende vender productos baratos, usualmente por debajo de los costos de producción, alterando artificialmente el valor de las divisas, controlando los precios o subsidiando con manguera. La economía, que es un río rebelde, siempre busca ajustar esa irregularidad. Como es de suponer, la demanda de los productos baratos se hace infinita y no importa cuantos pongas en el mercado, vuelan y no alcanzan para todos.

Los usuarios deben hacer colas gigantes para comprar y la distribución se hace irregular y sesgada, dejando sin productos a una parte de la población, que se ve obligada a pagar sobre precios para obtener la mercancías. Se produce con esto un triple efecto perverso: el gobierno se descapitaliza, la escasez crece exponencialmente y se hacen peores las colas y las restricciones de compra y finalmente, el mercado negro es el rey.

En la medida en que la situación se prolonga, el problema se agrava. La capacidad de subsidio del gobierno se agota y la oferta de bienes se desploma. Es más rudo conseguir los productos y la brecha de precios entre el regulado y el negro se dispara. Ese diferencial es tan atractivo que más y más personas quieren ser bachaqueros y se crea una cadena vinculada a ese negocio, que incluye a quienes sacan mercancías al exterior, quienes revenden directamente, los vende puesto en la cola, quienes financian a los bachaqueros, los que dan información para identificar los puntos donde estará la mercancía y los bachaqueros de luxe, que compran a los primarios y venden por Internet. Hay algo claro, el bachaqueo es muy rentable y una vez desarrollado, desmontarlo es tan complejo como hacerlo con los cultivadores de marihuana.

Resolverlo no tiene que ver con la distribución sino con el modelo general que origina la distorsión: el intervencionismo y control. Sin abrir mercados, estimular la producción y sincerar los precios no hay solución. Cuando se van por la ruta primitiva de poner gasolina a la candela, controlando aún mas la producción y la distribución, el resultado es aún peor.

Controlando la distribución, no produces más y sólo logras distribuir la escasez. El intento del gobierno de cambiar el bachaquero privado (que es en efecto un problema) por un repartidor público (CLAPS), controlado por seguidores de su revolución, lo único que logra es cambiar un bachaquero privado por uno público, lo que dejará claro frente a la gente que el gobierno no tiene capacidad de producción, ni de importación ni de distribución y concentrará la responsabilidad en él. Pero lo más peligroso es que añade presión a la calle. Las grandes castas de bachaqueros, acostumbrados a salir diariamente a la calle para luchar por productos que revender, ahora se paran ahí mismo, exigiendo productos que necesitan para revender. Ellos sí están dispuestos a tomar camiones, saquear locales, trancar calles y enfrentar a quienes pretenden sacarlos de su rentable actividad.

Los CLAPS añaden un ingrediente potente al cóctel Molotov en el que se ha convertido el país. A la molestia e hipersensibilidad de una sociedad abatida por la crisis y afectada por la escasez, se le suma ahora la lucha de un inmenso grupo de bachaqueros que sienten perder sus privilegios y su forma de vida.

Lo que hoy estamos viendo es el inicio de una rebelión, pero no todavía de la gente común. Es la rebelión de los bachaqueros, un monstruo que el mismo gobierno creó y que se convierte ahora en su peor pesadilla. El drama para ellos es que este monstruo es un potencial disparador de protestas masivas que podrían complicar aún más la gobernabilidad.

luisvleon@gmail.com


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