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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Los tumbos del becerro. Por Marianella Salazar


Marianella Salazar / El Nacional

La descomunal movilización del 1S ha significado un hito en el proceso que guía la lenta y dolorosa recuperación de la democracia en Venezuela. De manera impecable, el raudal popular venció uno a uno los inmorales obstáculos con los que el narcorrégimen agonizante pretendió impedir lo que todos sabemos desde hace tiempo: que la revolución perdió la calle, que el rechazo a Maduro y la cúpula de hampones que lo acompaña es superior a 90% de la población. Intentaron llenar la avenida Bolívar, que resultó inmensa para recibir a las milicias uniformadas de franelas rojas y a los pocos simpatizantes que por inercia pululan en el chavismo, quizás motivados por la promesa de una bolsa con harina PAN o un carapacho de pollo.

El contraste de las dos convocatorias no pudo ser peor para el régimen; se mostró que hay un país entero unido a favor de una salida constitucional a la crisis de hambruna y gobernabilidad que padecemos, impecablemente pacífica y firme en su mensaje a instituciones carcomidas por la corrupción.

Las imágenes de la grandiosa marcha que desbordó Caracas salieron al mundo para conmover incluso a quienes habían volteado convenientemente hacia otro lado, como el presidente colombiano Juan Manuel Santos, que se lanzó un pronunciamiento contundente a favor del reclamo de los venezolanos de hacer el referéndum revocatorio este año.

Maduro acusa otro golpe inesperado después de la batuqueada propinada en la isla de Margarita por gente del pueblo, al día siguiente de la Toma de Caracas. La negación de Maduro al asistir a la supuesta remodelación de un barrio popular en el sector de Villa Rosa no pudo ser peor, allí fue recibido por un pueblo que espontáneamente salió iracundo a repudiarlo indignado. En su ceguera de poder, pensó que lo aclamaban y decidió salir de la caravana presidencial, que con camionetas y ambulancias, rodeadas de esbirros, humillaba a un pueblo enardecido que, además de no tener agua ni electricidad, sufre la misma crisis de inseguridad, hambre y salud del resto de los venezolanos.

Familias enteras, cacerola en mano, salieron valientemente a la calle, desafiando los anillos de seguridad, para espetarle en la cara sus justos reclamos. Insultos y groserías que salían del alma de la gente calificaban su incapacidad para gobernar. Los videos se hicieron virales en las redes sociales y durante más de 12 horas fue la noticia más vista en el mundo. Los gritos de ¡becerro!, ¡becerro!, aderezados con todo tipo de vulgaridades sacaron de quicio a Maduro; obnubilado, no tuvo mejor idea que confrontar físicamente a la gente, a mujeres mayores, a quienes, según testigos presenciales, no solo agredió físicamente, sino que intentó desarmar de sus ollas, desesperado como estaba ante la cayapa de patria y la atónita mirada de la Casa Militar.

Huyendo y corriendo, como los cobardes, el deshonroso comandante en jefe de la FANB se retiró aterrorizado, desnudo ante un pueblo que le perdió el miedo y, sobre todo, el respeto que nunca supo ganarse. Como los becerros alebrestados en el llano terminó dando tumbos a lo loco para dejarse arrear por los cabestreros, como lo hacen con él los dictadores cubanos, que conscientes de la inminente caída de su hombre en Venezuela se aseguran otro proveedor de petróleo, estable como el de Rusia y lo dejan guindado de la brocha.

Los espontáneos sucesos en Villa Rosa llenan de euforia a quienes sufren lo indecible con un régimen opresor al servicio de su megalomanía, tienen algo de iniciático y liberador, que se acerca como un tsunami de libertad, que se aproxima a toda velocidad, sin freno posible.


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