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sábado, 5 de noviembre de 2016

El diálogo y los traidores. Por Luis Vicente León


Por Luis Vicente León | Prodavinci

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No voy a entrar al fondo del problema: entiendo la razón y las circunstancias de los líderes opositores que decidieron mayoritariamente sentarse en la mesa a negociar, una vez que se involucró finalmente un intermediario confiable como el Papa, quien puede ser un aliado central en la búsqueda del rescate de los derechos y la institucionalidad del país.

Aunque no era precisamente el momento ideal para iniciar una negociación (sin haber primero consolidado y mostrado la fuerza de la mayoría, luego de la violación evidente de la Constitución y las leyes para aumentar con eso el poder de negociación, que también necesitarán más adelante), también comprendo que era difícil evadir estar ahí cuando ocurrió y no aparecer como el bloqueador de la racionalidad de estos acuerdos indispensables.

Pero, además, debo decir que entiendo que la negociación puede ser el único vehículo para conseguir algunos cambios institucionales básicos en este momento. Cambios que podrían abrir las puertas del cambio real, al menos a mediano plazo, y que hoy están cerradas y será imposible que se resuelvan sin participación conjunta.

Y también comparto la tesis de que difícilmente la violencia sin armas, ni organizacion, ni liderazgo ni instituciones llevaría a la oposición a un escenario mejor.

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También entiendo a quienes critican la idea de sentarse a negociar. Tienen algunos argumentos relevantes. ¿Por qué no luchar por el ejercicio de los derechos? ¿Cómo no darse cuenta de que el gobierno trata de manipular y que su objetivo claro es desinflar lo que él mismo infló? ¿Qué les impide ver que la negociación se presenta como la excusa perfecta para que el gobierno gane tiempo? ¿No ven que pretenden otorgar cosas secundarias a cambio de que, con el pasar del tiempo, pierdan la energía, pierdan el respaldo y la emoción del pueblo deje de ser un factor realmente peligroso para el gobierno?

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Es natural que exista disidencia y la división de opiniones dentro de la oposición, pues es un grupo heterogéneo. Se trata de una parte fundamental de la democracia, así que es válido que algunos critiquen y se sientan enfurecidos por el camino que han tomado los acontecimientos, sean de un lado o del otro.

Sin embargo, nada de esto justifica los ataques furibundos contra quienes piensan distinto a ti. De modo que oír y leer cómo algunos acusan a los líderes opositores de ser unos “traidores”, “vendidos”, “malditos” o “colaboracionistas” es preocupante.

A ver: supongamos que esto que han decidido hacer es un error, que era mejor asumir el riesgo de seguir una ruta de acciones masivas de calle, pese a que el chavismo iba a estar esperándolos del otro lado y dispuestos a todo, con armas y dinero y militares y organización y colectivos. De ser así, podrían decir que los líderes no están a la altura de las circunstancias, que se equivocan y hasta que son torpes en su función. ¿Pero de ahí a decir que son unos vendidos? ¿Unos traidores? ¿Colaboracinistas?

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Decir que quienes arriesgan su libertad y su vida todos los días por el cambio son unos traidores, decir que esos actores que hace unos días eran unos héroes ahora son unos bandidos, me parece inaceptable, burdo y primitivo.

También me resulta inaceptable criminalizar a quienes creen que es un error negociar. Se podría decir que son simplistas y que quieren conducir al país a una guerra que nadie sabe dónde podríamos terminar y no son ellos quienes van a tener que controlarlo.

Se podría decir que se obnubilan por el deseo de cambio y creen que en la oposición hay una fuerza que en realidad no se puede garantizar. Se podría decir que no son capaces de responder las preguntas claves para saber si pueden concretar lo que tanto dicen por la televisión, por radio y por las redes sociales. Se podría decir que, quizás sin quererlo, pretenden conducir a la oposición hacia un nuevo desastre, como los que ya hemos vivido, dejando sólo derrota y frustración. Pero creer que es un error negociar no indica que sean traidores, ni tarifados ni entupidos: simplemente no piensan lo mismo que nosotros. Y ya.

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Sólo la evaluación de los acontecimientos nos dará la clave de quién tenia la razón. Y lo más probable es que castigará a los derrotados y premiará a los acertados.

Cuando conviertes las diferencias en un chiquero, el resultado final está cantado: ni uno ni otro logrará el objetivo común, que no es otro que rescatar la democracia y el derecho de las mayorías, algo que no se logra con consensos imposibles pero sí con unidad en la lucha y el respeto a las reglas de juego.

Así es la política.

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