Por Luis Vicente León | Prodavinci
En Venezuela tenemos una crisis larga y difícil que se ha traducido en una caída de las inversiones y de la producción, altos niveles de inflación y desabastecimiento, devaluación explosiva, sentimientos negativos de la gente, migración y huida pero, sobre todo, un empobrecimiento galopante de la población.
No hay duda sobre las causas de esa crisis. En materia económica, es el resultado esperado y natural de la aplicación de un modelo de intervencionismo y control extremo, con todos sus componentes clásicos de manipulación cambiaria y de precios, la sustitución de la producción e importaciones privadas por públicas, con expropiaciones ineficientes y corrompidas y la hostilidad frente al sector privado, que pulveriza las inversiones, la oferta de bienes, la generación de valor y la confianza. En el plano político, el concepto es el mismo. La concentración de poder y el autoritarismo primitivo, con todas sus consecuencias conocidas.
El impacto de esta situación, que afecta la vida cotidiana de la gente, se observa claramente en el campo político. 90% de los venezolanos sienten que la situación del país es mala o muy mala. 78,5% responsabiliza al presidente Maduro de esa situación y 80,5% quisiera un cambio de Gobierno y de modelo, que rescate los equilibrios y le devuelva al país, a las empresas y a la gente la esperanza de un futuro mejor.
Lamentablemente, las vías institucionales están colonizadas y cerradas para cualquier posibilidad de cambio, en el marco de la constitución y las leyes. El Gobierno abusa de su poder e impide que la población se exprese a través de las vías pacíficas y electorales, que el mismo líder de esa revolución incorporó en el marco jurídico venezolano.
El análisis del futuro está lleno de incertidumbres. Algunos piensan que no hay forma de que la población se habitúe. Que la crisis hará que la gente explote y se producirá un cambio inevitable. Otros piensan que eso no es más que uno de los múltiples escenarios posibles, pero no es una certeza. Los mismos que ven obvia la reacción popular, también creían que Chávez y el chavismo eran insostenibles y que la población venezolana, con el bravo pueblo, jamás aceptaría el deterioro y el empobrecimiento, ni harían grandes colas para comprar comida, ni mendigarían medicinas en medio de una penosa enfermedad. ¿Se acuerdan de eso que ahora suena a la misma imposibilidad de mantenimiento del castro-comunismo en Cuba para los cubanos en Miami hace 60 años? Claro que puede ocurrir un escenario de cambio. Eso también ha pasado muchas veces y en muchas partes, pero es algo que tendrá que construir la misma gente y no dejar en manos del “destino”.
En todo caso, la palabra que más se ha mencionado recientemente para explicar cómo saldremos de esto es: milagro. El presidente Maduro apeló a ella para explicar cómo resolvería la crisis económica, esperando un milagro en el mercado petrolero, mientras que más recientemente la Iglesia ha dicho que espera resultados del diálogo porque esa institución milenaria confía plenamente en los milagros.
Yo también creo en los milagros, pero al oír esa solución potencial para nuestros problemas gigantes como país, recuerdo el cuento del español que se cayó por un barranco y quedó guindado de la camisa en una ramita como en las comiquitas y empieza a pedir ayuda. Aparece de repente un ángel y le dice que no se preocupe. Que se tire al vacío y él batirá sus alas para hacer una cámara de aire que lo reciba abajo e impida que se estortille. El hombre mira al ángel, con coronita, cabello rubio y espléndidas alas, tal cual como en las pinturas del museo Vaticano. Pero aún así, luego de darle las gracias al ángel, lanza un último grito desesperado. ¿Pero hay alguien más?
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