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miércoles, 4 de enero de 2017

¿Y si Lorenzo se atreve?. Por Andrés Cañizález


Andrés Cañizález

Le invito a un ejercicio de política-ficción. Imagine usted que Lorenzo Mendoza, el presidente de Empresas Polar, decide en este 2017 lanzarse a la arena política. Ese hecho solamente, ¿no estaría provocando un cambio de envergadura en el escenario político venezolano? En mi opinión sí, pero eso no dependerá de usted o de quien escribe, sino de una acción personal de esta figura pública que nos ha dicho a los venezolanos que no se imagina en una posición distinta que dirigiendo las empresas de su estirpe familiar.

Andrés Cañizález / @infocracia / El Nacional

Es un mero ejercicio de política-ficción. Debo aclarar que no tengo ningún vínculo ni con este empresario ni con sus empresas. Tampoco recibí un encargo de una encuestadora. Estoy, como muchos otros venezolanos, pensando en cómo podría encontrarse política y democráticamente una salida a la crisis venezolana. Cualquier escenario que imagino requiere de líderes que tengan capacidad de amalgamar a los venezolanos en su descontento y presentarle a la sociedad un proyecto de cambio.

Tal como ocurrió hace casi dos décadas, la crisis del sistema abre oportunidades. Los actores políticos tradicionales (y en esta categoría caben tanto el PSUV como la MUD, en este momento) no tienen capacidad de darle respuestas a la sociedad en el anhelo de cambio. Esta situación de deterioro puede prolongarse, abrirle la puerta a otro mesías (como ocurrió en 1998) o sencillamente entenderse como una oportunidad para que líderes de otros ámbitos incursionen en la vida política.

La incursión de empresarios en la carrera política presidencial es amplia. Donald Trump no es el mejor ejemplo de empresario, pero a fin de cuentas debe entenderse como el outsider ante el desgaste de las opciones tradicionales. Del mundo de los negocios han salido, entre otros, Mauricio Macri (actual presidente de Argentina), Sebastián Piñera (ex presidente de Chile) y Juan Manuel Santos (el jefe de Estado colombiano proviene de una de las familias empresariales de su país).

En Venezuela –en cambio– se ha entendido la incursión directa de los empresarios en la política como un tema tabú. Hasta ahora. Muchas cosas están cambiando en el imaginario político de los venezolanos, producto de esta crisis. Las encuestas recientes arrojan cambios importantes en la necesidad, por ejemplo, de que la economía no esté estatizada, de que haya sinergias entre empresariado y Estado, y lo más importante: una franja muy importante de venezolanos no le dan crédito ni al gobierno ni a los partidos de oposición actuales.

Muchos aseguran que es la antipolítica. Yo creo que es lo contrario. La politización de los venezolanos los hace seres críticos con el liderazgo político. Estamos ante un mar de descontento, en todos los ámbitos sociales y en todos los rincones del país, y con actores sencillamente apoltronados. Unos en su posición de poder y otros en su posición de oposición, de estos últimos no pocos han limitando su acción política a poner mensajes en Twitter.

Nadie está convocando, ahora, en el peor momento de la crisis que haya conocido al país, a una cruzada por el cambio. ¡Con éxito! Es decir, logrando que la gente les siga. De eso se trata el liderazgo. No solo de trazar una línea, sino de que lograr efectivamente que otros te sigan y se sumen.

Lorenzo Mendoza podría encarnar un liderazgo político en Venezuela. Cumple con diversas de las condiciones ideales que, en este momento, percibe la gente como necesarias para conducir el país.

Una sola vez he visto en persona a Lorenzo Mendoza. Hubo un acto a mediados de 2016 en la Universidad Católica Andrés Bello con diversos obispos de la Conferencia Episcopal. Él estuvo allí. Luego del acto hubo muchísimas personas que se acercaron a estrechar su mano. En general escuché a la gente decirle Lorenzo, con familiaridad. Pasado el furor una señora bien humilde se le acercó. No supe qué le dijo la señora, pero ella rompió a llorar. Mendoza la abrazó. No se trataba de un acto para las cámaras, percibí compasión genuina ante el dolor de aquella señora.

Mendoza asegura que su prioridad son sus empresas, y ello es legítimo. Pero no estamos en un país de condiciones políticas normales. Tal como van las cosas, es posible que la existencia en sí de Empresas Polar necesitará de que ocurra un cambio político en el país.

Tal vez para “salvar” a Empresas Polar (como otras tantas empresas aguerridas que sobreviven en el país) será necesario en primer término lograr el cambio en Venezuela. Por ello me pregunto: ¿se atreverá Lorenzo?


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miércoles, 6 de julio de 2016

Aquí va a reventar un peo. Por Andrés Cañizález


Hace algunas semanas regresé a Venezuela, luego de estar en una visita académica en Costa Rica. Venía, como viene ahora todo venezolano que tiene la oportunidad de ir al exterior, cargado de productos de primera necesidad para medianamente paliar la escasez, al menos por unos días.

Andrés Cañizález / @infocracia / El Nacional

Al momento de pasar las maletas por las máquinas de rayos x el oficial aduanero me pregunta: ¿Qué trae en esas dos maletas? Le respondí: De todo, traigo de todo lo que pude comprar. Ya en mi declaración escrita, al momento de ingresar al país, había sido lo más explícito posible en detallar los productos, sus cantidades, etc. Lejano está el tiempo en que los venezolanos traían de sus viajes al exterior chocolates o algún dulce, ahora mi maleta venía cargada de artículos de higiene personal, algo de comida, leche, pañales. El oficial que me atiende me dice siga adelante y buen viaje a Barquisimeto.

Dado que no había conseguido pasajes aéreos para hacer conexión a Barquisimeto ese mismo día, en el que llegué desde San José, decidí contratar un taxista de confianza y salimos rumbo a Barquisimeto, por tierra. Cerca de Valencia el carro se accidentó, una falla eléctrica de envergadura. Luego de un par de horas de espera, finalmente conseguimos una grúa para seguir el viaje y poder llegar al destino final, Barquisimeto.

A todas estas nos había alcanzado la noche en la vía. Encomendados a Dios el taxista, el gruero y yo nos dispusimos a hacer el trayecto entre Valencia y Barquisimeto. Todo resultó bien, es decir, llegamos al destino, luego de varias horas y de diversas detenciones en alcabalas. En general, solo nos preguntaban destino final y quién era el propietario del vehículo que iba en la grúa. Solo hubo una excepción, en un punto que no identificaré, dado el giro que tomó mi conversación con el teniente de la Guardia Nacional Bolivariana que me abordó.

El intercambio comenzó con el tono imperativo: Se bajan del vehículo. Papeles de propiedad del vehículo, etc. Eran ya las 9:00 de la noche en plena carretera. Encontrarse en medio de la noche con dos maletas que aún tenían la identificación de la aerolínea y que evidenciaban mi reciente regreso al país, abrió otra línea comunicativa. Señor, ya el tono imperativo había desaparecido, en Costa Rica las cosas están tan jodidas como en Venezuela, me preguntó el teniente. Otro guardia de menor rango dejó de prestarle atención a la revisión que le había ordenado su superior.

En medio de la maleta apareció milagrosamente una caja de chicle. Me regala uno, señor. Le dí la caja completa: para que compartas con tus otros compañeros, le dije.

Le expliqué cómo un país mucho más pequeño y en teoría menos rico que Venezuela, Costa Rica, exhibe hoy un nivel de vida más que adecuado para sus ciudadanos. Por qué no se quedó allá, me preguntó el teniente, si todo está mejor que aquí. Le dije lo que suelo decirme a mí mismo de por qué sigo viviendo en Venezuela, porque aquí está mi familia, tengo mis raíces acá, y deslicé una frase, además porque creo que nos tocará vivir tiempos mejores.

Señor, aquí va a reventar un peo, me soltó el teniente de la GNB. Su arma y su postura corporal habían pasado de estar en una posición preventiva a una total confianza. Y lo peor es que el gobierno nos pone a nosotros a dar la cara, me confesó. Es a nosotros a quien nos toca enfrentar las vainas en la calle, dar la cara, mientras todos ellos están cómodos en sus casas, remató. Por si quedara alguna duda de su descontento, me dijo el teniente: Estos carajos jodieron el país.

Mi conversación, en ese peaje y en medio de la noche, terminó con una palabra de aliento para esos jóvenes. Tanto el teniente como su subalterno eran apenas unos muchachos, tratando de meter miedo con sus armas, pero en el fondo profundamente atemorizados y decepcionados. Nada diferente de como estamos el resto de los venezolanos, en verdad.


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viernes, 20 de mayo de 2016

20 de mayo: Estado de Decepción. Por Andrés Cañizalez


Son las 5 am, mientras madrugo para poder disfrutar de las dos horas en que el Internet funciona sin fallas (de 5 a 7 de la mañana), y así poder trabajar en lo que suelo hacer de seguimiento informativo y análisis nacional, pienso que este viernes 20 de mayo resulta un buen día para tener una dosis de patria y compartirla con quienes me leen.

Andrés Cañizález / @infocracia / El Estímulo

Tenía programada para ese día una cita en un banco del Estado, a donde el propio Estado me obliga a ir, cada vez que viajo al exterior para poder hacer uso de mis tarjetas de crédito. Este 20 de mayo cuando llegué al banco había una cola gigantesca. Programé una cita para el día en que cobran los “viejitos” su pensión. Es fácil saber cuando los pensionados, en Venezuela, les llega el día de cobrar: hacen largas colas, en algunos casos bajo el sol inclemente (como fue el caso de este 20 de mayo, en Barquisimeto). Me dediqué a interactuar y escuchar lo que se hablaba en la cola.

Escucho la conversación de dos señoras: en el barrio se están robando las bombonas de gas y hasta los bombillos ahorradores. Una ratifica lo que la otra dice: antenoche me desperté y salí corriendo y pegando gritos al patio, porque había ruido, y yo pensaba que me estaban llevando las bombonas. Pero no, eran unos gatos. Gracias a dios, concluye la otra. Ahora hasta las bombonas de gas –y los bombillos- son piezas que buscan los malandros.

Detrás de mí una señora aprieta el brazo de su hijo de cinco años. Mascullando le intenta transmitir la impotencia que le embarga: Julio, no tenemos plata ahorita para desayunar, después que salgamos del banco, cuando la abuela cobre la pensión, te compro una empanada. El niño de unos 5 años mira con resignación la cola que le separa de su desayuno. Son las 9.30 y sólo dos horas después fue que esa señora sin dinero en su cartera pudo ingresar al banco, y –espero- comprarle la empanada a Julio.

Quienes estamos en la cola de un banco, por una u otra razón, no parecemos ser los que estamos en peores condiciones en esta Venezuela. Una señora con dos niños, francamente en harapos, recorre la cola de una punta a otra y nos va diciendo: mis hijos sólo comen mango, no tengo otra cosa que darles. La pobreza les viste de pies a cabeza, la madre y los dos niños tienen cara de estar pasando hambre.

Delante de mí, luego de largo tiempo de espera, una señora habla fuerte, como para que todos escuchen: Tengo 79 años y nunca pensé que en mi vejez me tocaría vivir esto. Por primera vez en mi vida tengo que estar mostrando la cédula y haciendo cola para poder comprar cuatro pendejadas de comida. La señora prosigue, no le habla a nadie en particular, sólo necesita desahogarse: me acostumbraron desde chiquita a darle café a las visitas, y que yo sepa Venezuela producía café y azúcar, ahora a las visitas sólo se les puede dar agua, no tengo más nada.

Otra señora, un poco más adelante, le dice a la vecina de la cola: yo gracias a Dios tengo una hija que vive en España y ella cada dos meses me manda las medicinas de la tensión. Aquí –en Venezuela- no se consiguieron más. La otra le responde, qué bueno que usted tiene esa hija afuera, pero imagínese cómo estamos las que tenemos a todos los muchachos dentro de Venezuela.

Un señor que antes había comentado tener 70 años, el típico que habla fuerte en una cola o en una reunión, dice: aquí es tiempo de cambiar de presidente, Maduro no dio la talla. En esta cola, frente a un banco del Estado, nadie defiende la opción de que el mandatario prosiga para hacer frente a la crisis. O salimos de Maduro o no nos quedará nada de país, dice. La gente asiente. Esto no se aguanta, remata la señora de 79 años.

Es un viernes 20 de mayo, justo una semana después de que el presidente Maduro anunciara su decreto de Estado de Excepción, puede ser que exista en el papel tal decreto, pero en realidad en Venezuela lo que está vigente es el estado de decepción.


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