JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
A apenas tres meses de que Henrique Capriles, el líder de la oposición venezolana, lograra uno de los éxitos más rotundos de la lucha democrática reciente en el país: rozar los ocho millones de votos en una elección presidencial –a todas luces intervenida y manipulada por las fuerzas del régimen–, de haber logrado evidenciar contundentemente la ausencia de autonomía en los poderes públicos, de haber desafiado en la calle la represión oficial y sus bandas armadas, y de haber impugnado los resultados electorales ante el TSJ; hay quienes todavía no están satisfechos con su desempeño y le piden que se deje de perder el tiempo en tonteras, salga a la calle y de una vez por todas esfume al gobierno. ¡Suficiente hemos esperado!
Requieren de un lobo de pulmones sorprendentes para que de un soplo les vuele los aposentos a los tres cochinitos y los libre de la contrariedad. Todos llevamos un niño incombustible por dentro, más o menos dijo Freud, con el indulto del maestro de psicoanalistas, don Carlos Valedón.
Fíjese, algunos le critican a Capriles haber desactivado la marcha de protesta que él mismo convocó para el 17 de abril hasta el CNE, frente a la amenaza pública y notoria del gobierno y sus grupos armados de diezmarla. Si la hubiese llevado a cabo, los mismos críticos de ayer lo estarían juzgando, hoy, por llevar a la gente a semejante matadero. Lo agarra el chingo.
Si decide impugnar el resultado de las elecciones ante el TSJ, una extremidad porosa del régimen, y éste lo engaveta como era previsto que lo iba hacer, lo acusan de no haber hecho lo suficiente para que el resultado fuera el que correspondía a una justicia digna de ese nombre. Debió llamar a la gente a acampar al frente de la "institución" hasta que ésta reconociera su propia inequidad. Lo agarra el sin nariz.
Si se reúne con el presidente Santos y le causa una pataleta de marca mayor a Maduro, y luego otros mandatarios sucumben a los espasmos amenazantes del gobernante venezolano y arrugan el talante democrático; y aún así prosigue en la faena de presentar la lucha democrática del país a nivel regional, le echan en cara que Unasur aún no desconozca a Maduro. Lo agarra el chingo.
Si sigue a la cabeza de la gobernación del estado Miranda –porque ganó las elecciones– y no descuida la suerte de sus habitantes, se empeña en el nada fácil esfuerzo de resolverles lo que el gobierno central no les resuelve, y continúa recorriendo sus pueblos y ciudades; se le reclama que dejó de lado su condición de líder de la oposición de todo el país. Lo agarra el sin nariz.
Si asume la conducción del comando de campaña de la fuerza democrática representada en la MUD –sí, hoy es una fuerza como nunca lo fue, duélale a quien le duela– para enfrentar las próximas, y determinantes, elecciones municipales de diciembre asumiendo el riesgo que significa confrontar de nuevo a la maquinaria del Estado; se le dice que está santificando las trapacerías del sistema electoral que ya denunció. Lo agarra el sin nariz.
Si persevera en denunciar –de frente y sin remilgos y a pesar de quienes dicen que Maduro ya se instaló– los atropellos, las indolencias, las ineptitudes del gobierno y aún encuentra tiempo para salir a caminar las calles del país y escuchar a su gente; se le conmina con iracundia enpijamada para que saque a la población a la calle a combatir. Lo agarra el chingo.
Si tiene un traspiés, si falla en un juicio, si adelanta o retarda una jugada, entonces se lanzan presurosos a denunciar que no es el superhéroe que se habían prometido como tifosis exaltados de cualquier juego multitudinario. Olvidan, sin querer queriendo, que la política es un oficio pertinaz, sembrado de trampas explosivas que hay que desarmar, logros que hay que salvaguardar, y espacios a conquistar. Lo agarran el chingo y el sin nariz.
No hay duda, desde que la política es la política, el chingo y el sin nariz siempre se pagan y se dan el vuelto ellos mismos. Eso sí, en poco colaboran.
@jeanmaninat