JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO) | EL UNIVERSAL
Últimamente, cada vez que me toca hacer algunas gestiones, me persigno y elevo una plegaria, resignado a "que sea lo que Dios quiera"; pero, sobre todo implorando al cielo para que pueda realizar mi trámite sin complicaciones y sin que "me reboten" –un término que me pareció gracioso y que le escuché a unos muchachos que lo usaron para señalar que no habían logrado el objetivo. Créanme que no estoy exagerando. No sé si a ustedes les habrá pasado; pero, tengo vivencias muy recientes que me hacen lamentar la cantidad de horas/hombre (¡y mujer! para que los del régimen y su obsesión con escribir y hablar mencionando ambos géneros no se ofendan) que se pierden en la cola del banco para, por ejemplo, consignar los recaudos Cadivi; después, otro pocote de horas más que se "evaporan" en otra fila similar cuando finalmente te aprueban las divisas y debes retirarlas... En fin: trámites para los que hay que armarse de paciencia.
Les cuento lo de Cadivi porque, a propósito de las vacaciones escolares de mi hija, alguien me sugirió que le pidiera los dólares en efectivo para menores de edad y así no se iría de viaje sin aprovechar lo que "por derecho" a la niña le corresponde. En teoría tenía todo: el boleto aéreo, cédula de identidad (tanto la de ella, como la mía) su pasaporte vigente, fotocopia de la partida de nacimiento; es decir, los documentos básicos-necesarios para meterme en la web de la Comisión de Administración de Divisas, registrarla, hacer la solicitud, generar la planilla y armar la carpeta.
Hasta allí, todo marchaba "muy bien" y resalto con comillas el muy bien porque, en el proceso de hacer esta solicitud, sentí una nostalgia inmensa. Añoranza de los días cuando, en nuestro país, no había control de cambio y podías adquirir la moneda extranjera que quisieras. Hasta las extintas pesetas y liras podíamos comprar. Lo único que necesitábamos era llevar los bolívares. Otra época, sin duda, mucho menos restrictiva que la actual. Pero, volviendo al tema Cadivi, el asunto es que ese primer paso no es sino la "muestra gratis" de lo que nos falta: después viene meterse en la web del banco, bregar la cita para consignar la carpeta, cruzar los dedos para que, en la agencia que seleccionaste, no te la asignen un día cercano a la fecha del viaje, imprimir el comprobante, repasar que tienes todos los recaudos y suspirar aliviado porque, este segundo paso, en apariencia, también salió bien.
Ya superados estos primeros escollos, no queda otra sino esperar pacientemente el día de llevar la carpeta al banco para lograr ¡500 dolaritos! A eso es a lo que mi hija, por este año, tiene derecho. Ni más ni menos. No importa si salió bien en sus estudios y merece como nadie sus vacaciones; no importa si ella con sus ahorros, quisiera comprar otros 500 más. No hay derecho a pataleo, ni mucho menos tiempo para subastar en el Sicad.
El banco es otro cuento. Es casi obligatorio llegar bien temprano. Y allí comienzan a transcurrir una buena cantidad de horas/hombre (¡y mujer!) mal usadas: tanto las del ejecutivo que, con la paciencia de un samaritano revisa, uno por uno, los recaudos; como las de nosotros, ciudadanos confinados, sumisos y arreados para alcanzar pequeños beneficios. En la cola del banco, son muchos los cuentos que la gente comparte. Escuchas a los que son expertos en trámites Cadivi; escuchas a los que se saben de memoria lo que te van a pedir en la agencia y que tú, obviamente, no incluiste en la carpeta porque no leíste en ninguna parte que ese documento era necesario; oyes al precavido que, cansado de tanto "rebote" se lleva hasta el registro mercantil de la agencia de viaje donde compró sus pasajes. Tertulias perturbadoras que, para bien o para mal, nos ayudan a matar el tiempo.
Cuando finalmente llega mi turno de ser atendido y arranca la revisión, contengo la respiración: -¿Original del boleto? Aquí lo tiene, respondo presto. -¿Pasaporte? Aquí está. -¿Su cédula original y vigente? Tómela. Y de pronto ocurre lo que tanto temía: la ejecutiva frunce el ceño. Me da la impresión que, incluso, en su rostro se dibuja una sonrisa con sorna: -¿Y la partida de nacimiento de la menor: original y vigente? ¿La trajo? ¡Bingo! Imagino yo, para mis adentros, exclama ella. Por más que le insistí que en ninguna parte decía que debía llevarla entre los recaudos, inflexible, anuncia el veredicto: -sin la partida de nacimiento original no puedo aceptarle la solicitud. Búsquela y, cuando la tenga, me trae los recaudos completos.
Historias como la mía, hay muchas. Cada banco tiene "su manera de matar piojos". Me pregunto incluso, si quienes nos atienden, son obligados a ponernos trabas para ver si desistimos de nuestro deseo de pedir dólares. Me levanto de la silla con una mezcla de resignación y frustración y le pregunto antes de irme a bregar por la partida de nacimiento: -¿También vas a necesitar el boarding pass?
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