Fausto Masó / El Nacional
En diciembre votaremos para escoger concejales y alcaldes, pero habrá la oportunidad de propinarle una derrota ejemplar a Nicolás Maduro, lo que movilizaría a millares de personas que si no vieran en las elecciones un plebiscito se abstendrían. Es así de simple.
En los momentos que la hegemonía mediática es una realidad, la campaña electoral permite una movilización nacional. En 1931, unas elecciones para escoger concejales provocó el fin de la monarquía española. Venezuela no es ni Suiza ni la España de 1931, pero cuesta poco convertir esas elecciones en un plebiscito. En caso de una victoria abrumadora –algo posible si siguen los apagones, por ejemplo–, la oposición debería administrar su mayoría frente a Maduro, que despierta menos rechazo que su antecesor porque carece de su personalidad vehemente.
La polarización ayudaba a Chávez pero arruina a Maduro, a menos que nos acostumbremos –por así decirlo– a Maduro y que el PSUV repita la experiencia de un PRI criollo y, además de controlar las instituciones y los medios de tumbo en tumbo, vaya enderezando la economía sepultando las tesis de Giordani.
La oportunidad de obtener una victoria política en diciembre se desvanecería si la misma oposición le quita trascendencia a esas elecciones, las reduce a la renovación de los concejos municipales y no a un voto a favor, o contra, Maduro.
Maduro no resiste la tentación irresistible de utilizar el recuerdo de Chávez como principal argumento político. Algún publicitario de los que han hundido a tantos políticos le vendió la idea de promover a los candidatos del PSUV con los ojos de Chávez, lo que parece acertado gráficamente pero políticamente, fatal: alargará hasta el infinito el poco interés que tienen los chavistas por Maduro. Chávez vive, Maduro muere políticamente, claro.
¿A quién vigilan los ojos de Chávez en el tarjetón? A Maduro le impiden sacar las consecuencias de lo dicho por Merentes sobre el enorme error económico que representan estos 14 años, el fardo de desaciertos a rectificar. Los precios del petróleo pagaron esta gran fiesta del consumo que apuntaló la popularidad de Chávez, cuyos ojos desde el más allá no dejan dormir a Maduro, le impiden descentralizar Corpoelec, un monstruo inmanejable que acabó con la eficiencia de Edelca, la Electricidad de Caracas y de otras empresas. La culpa del apagón es más de Chávez que de Chacón y de Maduro.
El 8 de diciembre hay que votar para que haya luz, no sólo para escoger un concejal o un alcalde. Las elecciones municipales españolas fueron un plebiscito porque así la definieron las fuerzas republicanas, que no desperdiciaron esa oportunidad. Si en Venezuela la oposición presenta las del 8 de diciembre como un acontecimiento local, una victoria de la oposición no sería necesariamente una derrota de Maduro. Si se plantea el resultado electoral como un voto a favor de Maduro, es decir del apagón incesante, así lo vería el país antes del 8 de diciembre y después del 8 de diciembre.
A cualquier persona que lo observe sin cesar a un muerto desde el más allá pierde la estabilidad emocional. Pero, ¿qué remedio le queda a Maduro? Le muestran las encuestas en las que el presidente fallecido conserva su popularidad y, en vez de dejar que repose en paz, colocan sus ojos en las paredes, carteles y hasta en el tarjetón electoral. Pero, ¿no estarán cegando los ojos de Chávez también a la oposición?.