Fausto Masó / El Nacional
Con tantas cosas que pasan se olvidan las elecciones de diciembre, entre la tonelada de cocaína, la vuelta de Nicolás de China, su renuncia a hablarle al mundo desde las Naciones Unidas; el 8 de diciembre se torna borroso cuando en cada esquina oímos decir que se acerca el fin del mundo y olvidamos que al alcance de la mano está la joya de la corona. ¡La Alcaldía de Libertador! Si Maduro pierde el oeste de Caracas, no valdrá una locha partida por la mitad. Nada le ocultará al país lo que están descubriendo los propios chavistas: Maduro está usurpando el trono del dios, del comandante eterno, del hermano de Bolívar, del primo de Jesucristo; en sus manos la revolución se desinfló. ¡Perdió Libertador!, exclamarán los chavistas, mientras andan de un lado a otro buscando un panetón, porque los pocos que hubiere desaparecerán en un segundo como ocurre ahora con los rollos de papel higiénico. Miles de chavistas desalentados no habrán salido de sus casas el día de las elecciones porque culpan a Maduro de los errores que fueron del propio Chávez. Maduro pagará la cuenta del difunto hasta el último centavo por no enterrar el legado de Chávez, tan bien descrito por José Guerra.
Esta semana, inesperadamente, el vicepresidente Arreaza ordenó facilitar los trámites para importar y suprimir el IVA a ciertos productos, los barcos que lleguen a última hora se sumarán a los que están atorados en los puertos. En otros años, para la fecha ya se vendían productos de Navidad en Caracas. Arreaza pide trabajar en los puertos los fines de semana, lo que no bastará porque han estado importando los que no saben hacerlo, los burócratas: para producir o traer maíz o azúcar no basta con una orden enérgica como la que les da un teniente a los soldados. Los barcos se atropellan unos a otros y las amas de casa no encuentran el azúcar y el aceite. Naufraga un modelo voluntarista y chambón y ni siquiera con la espalda contra la pared Merentes y Maduro liberan la economía. Toman las decisiones tarde, mal, o nunca.
Los empresarios colombianos antes de mandar comida hacia Venezuela preguntaron quién garantizaba el pago, pronto y efectivo; pero una vez que coloquen la mercancía en la frontera por ley la transbordarán a camiones venezolanos, a los que les falta a menudo un repuesto. Algunos alimentos llegan a las cadenas de supermercados, porque falta una distribución eficiente: no saben llevarlos a las bodeguitas de los barrios; por esa razón se consigue aceite, azúcar o harina PAN en el este de Caracas y falta en el oeste.
Con el dinerillo que consiguió Maduro en China cubrirá algunos huecos, pero no reactivará una economía paralizada, porque a cualquier empresa le falta, por ejemplo, un pegamento importado para producir la etiqueta imprescindible de un producto. A cambio de esa platica y de algunos créditos los chinos se apoderarán de miles de hectáreas para mandar comidas a su país, y destinar alguna, claro, para Venezuela, y sacarán el oro de Las Cristinas, algo en lo que fracasaron los rusos y los canadienses porque no se les permitió traer trabajadores chinos
¿Qué hacer? La vieja pregunta de Lenin se responde igual: ganar la joya de la corona votando con la tarjeta de la unidad. Es posible. El PSUV ganó Libertador en abril por unos cuantos votos, votos que ha perdido el PSUV por el desabastecimiento y la inflación de estos meses. Cada día desciende la votación de un PSUV dividido en Libertador.