ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
Os confieso que al intentar escribir esta columna, amanecí (4:30 am) con la mente en blanco. Normalmente inicio esta tarea los miércoles y termino enviando mi ensayo jueves o viernes, dependiendo de lo que tenga que ajustar. Pero hoy, sentado en la "oficina" de mi diáspora (en el comedor de la casa), viendo caer una nevada indómita a -30C- me pregunté ¿Por qué? ¿Qué hago aquí? ¿Hasta cuándo? Y al comenzar a responderme, parió esta dedicatoria...
¿Por qué escribo? El escritor y crítico-traductor zaragozano, Félix Romeo, en medio de su espléndida irreverencia hispana, nos dice. "Escribo porque tengo miedo. Escribo para imponer mi versión de los hechos o contar mi versión de la historia. Escribo para levantarme cuando quiera o acostarme cuando lo desee. Escribo por fascinación. Escribo para ser feliz. Escribo para saber cómo escribo. Escribo para que se publique lo que escribo. Escribo para seducir. Escribo para ser apreciado. Escribo para existir. Escribo para ser visible. Escribo para despertarme cada día en un lugar del mundo. Escribo para seguir vivo. Escribo porque no me reconozco en las fotografías. Escribo para saber lo que pienso. Escribo para perder el sentido. Escribo porque busco el sentido...". De todo hay un poco. Pero no encontré razón más válida para escribir que ésta: "Escribo para recordar y para recordarme". De pronto mi mente se plena de recuerdos. Sí. La causa de las causas que me permite saber lo que pienso es recordar. ¿Recordar qué? Normalmente el futuro, el porvenir. Pero, ¿cómo recordar el futuro? Profetizando el pasado, tomando lo mejor de él y visualizarlo a un futuro semejante o mejor a lo vivido. Si en mi infancia me la pasé bien en chicolandia, El Pinar, el Ávila o patinatas navideñas con la pandilla de la cuadra, la misma nostalgia quisiera sembrarles a mis hijos para el resto de sus vidas. Sí aprendí a jugar beisbol con pelotica de tirro y palo de escoba, veraneando en Los Caracas o a ver la luna llena debajo una mata de mango sea en Caracas, Cagua, El Sombrero o Valle de la Pascua (porque la bendita mata se da en cualquier esquina de Venezuela), lo mismo anhelo para los míos en tierra de gracia. Es amanecer en Porlamar sin desmerecer Mount Royal. Por eso escribo, "para contar mi versión de la historia". Para recordar la mirada de mi madre cada día que me vestía para ir a clases. Sin miedo, sin reservas, sin angustia. Con el orgullo de un día más de escuela, bien plantado, bien planchado, bien ataviado de libros, lápices y sacapuntas... Hoy vivimos la añoranza de regresar a la Venezuela pujante, decente, disfrutada y vivida. En la que transitábamos normalmente entre costas, montañas y sabanas. En la que jugamos-normalmente-con metras, yoyos o perinolas, o nos reuníamos-normalmente-cada domingo en casa de parientes o amigos, para compartir un pollo, unas arepas o un café, cuando había, sin importar si sobraba. Una Venezuela normal, sin miedo a otra cosa que a no movilizarnos socialmente. Nada de temer a lo cotidiano, cómo que anochezca para regresar a casa, porque la nocturnidad tiene rostro de muerte. Entonces, escribo porque temo. Temo no regresar. Miedo a no volver a casa, a no volver a vivir la Venezuela que yo viví. Miedo de enrostrarla. Y no por mí, sino por mis hijos.
Escribo para existir. Escribo para despertarme cada día en un lugar de Venezuela. Escribo para seguir vivo... Escribo para no renunciar a la felicidad. Escribo para que el orgullo por un noble país que nos lo dio todo, no lo olvidemos. Escribo para agradecer que soy venezolano. Escribo para recordarme y recordarles que nuestra cultura, aún vivaz, rebelde o rapaz, comporta valores superiores provenientes del sacrificio trepidante de nuestras madres y el frenesí de nuestros padres. Escribo para que no quede dudas que nuestras reservas materiales y morales son suficientes para despejar los vicios, inequidades y rencores acumulados. Escribo para seguir en mi país. Un país que no muere, porque la esencia de los pueblos, nunca fallece. Escribo para que nuestros hijos sigan abrazando una bandera y una esperanza. Escribo para que no desclaven sus talentos, sus tonadas, destrezas y aptitudes. Escribo por cada venezolano que da el buen ejemplo. Gente laboriosa, capaz, pero sobre todo con un indoblegable sentido liberal, competitivo y democrático. Virtudes aprendidas en casa, pero también de nuestros maestros, vecinos y antepasados. Nadie piense que esta historia malvivida de los últimos tiempos es típica e insuperable. Gire su mirada al pasado. Encontrará su fragmento de luz, que no es más que la alegría de lo que hemos sido. Y relate a sus hijos esa Venezuela "bien trajeada", como dosis para derrotar el falso paradigma de decir, que los que se fueron ya no regresarán. En fin, escribo para unirnos más...
¿Por qué? ¿Qué hago aquí? ¿Hasta cuándo? No importa. Volveremos. Estar y luchar por Venezuela es esencial. Y pude escribir. Porque también escribo para reír y no llorar... al tiempo que una lágrima cayó en el teclado. Y no se congeló, por recordarte a ti-cálidamente- ¡Venezuela!
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