Por Orlando Viera Blanco / Runrunes
“Es bajo la creencia que Dios nos favorecerá por ser tierra de gracia, como Luis Herrera toleró la sobrevaluación del bolívar; Lusinchi desbancó al Estado o CAP jamás pensó que el pueblo le reviraría y AD le enviaría a la cárcel…“
Son muchas las culpas que podemos descansar en otros. Pero lamentablemente la responsabilidad que poco vemos o no-pedimos cuenta, es la propia. Ello tiene su génesis en el proceso de conquista y sumisión al Estado-Providencia, que desde la feroz arremetida de Hernán Cortes contra los aztecas hasta la influencia hispana de nuestros días (nobiliaria, vertical y clasista), hizo de las sociedades latinas un mar de desgracias o fortunas dependientes de un Mesías, del Estado o de Dios…
Les doy un ejemplo propio. Le pedí a uno de mis hijos sus notas del último semestre. Al rompe, con voz un poco provocadora para mi gusto, pero pretendidamente sabia y bien plantada, me dice: “Papá, aún nos las sé porque no me las han dado”. Me llamó la atención tanto el tono, como el argumento. Horas más tarde, evitando “el desafío”, me le impongo. ¿Buscaste tus notas? Al rompe me responde, con cara de no me lo puedo creer. “No papá, no las sé, porque no es fácil retirarlas”. A este punto su displicencia vino acompañado con un dejo de pereza, por lo que le dije con una contenida inflexión: “Yo creo hijo que debes buscar -tú mismo- las fulanas notas porque no aparecerán por obra y gracia de la Santísima Trinidad. ¿Estamos?… Pero me sentí mal. Me cuestioné. ¿Somos los padres quienes hacemos permisivos a nuestros hijos? ¿Por qué desde niños, es costumbre que las cosas no las tienen que hacer o si dejan de suceder, es por culpa de otro? Al decir de los franceses todo se reduce al fenómeno del gavache (gaznate) o mal hablar, que siempre inculpa al vecino. Se-me quedó la cartera. Se-me hizo tarde. Me-rasparon el examen. Sáquenlo, búsquenlo, tráemelo, resuélvelo. En fin, prefijos que registran un agente externo que sugiere, no-fui yo, no me toca… Así exculparnos es la regla y asumir la excepción. Una virtud -el reconocimiento- que comporta un cambio de mentalidad inmenso, que nos haría entender cómo Suiza produce los mejores lácteos y chocolates del orbe, sin contar con materia prima (que sí la tenemos en Venezuela), o como Japón -80% montañoso y sin agua-es uno de los primeros productores de energía y la segunda economía del mundo.
Es clásico llegar tarde diciendo que la Valle-Coche estaba trancada; o que había un choque en la Guarenas-Petare; o que un rayo partió en diez un árbol en la Cota Mil y colapsó. Otro pretexto más contemporáneo “y que me gusta”, por institucional: “Estaba bachaqueando”… Mi hijo apareció y me dijo: “Toma padre. Son mis notas. Tenías razón. Las publicaron hace un mes y no las retiré. Lo siento. Por cierto, estoy en el promedio de aceptación universitaria en la carrera que quiero”. A partir de ahí su actitud cambio. Se levanta temprano a estudiar. Es más competitivo y busca saber qué nota obtuvo, antes de publicada. Ese simple acto oficioso de procesar información, le hizo concluir que nada llega del cielo… En el despacho también ocurrió lo esperado (o inesperado). Una de nuestras abogadas llega tarde a un acto y le pregunto: ¿Qué pasó Doctora? ¿Trancada la Panamericana? Y me contesta: No. Me quedé dormida. Anoche trasnoché trabajando con mis padres y hoy no me pude levantar. Lo siento Doctor. Pero ya me ocupo… Esta simple respuesta -humilde y confesa- hizo entregarle un tema que dudaba poner en sus manos. A partir de este acto de mea culpa, la confianza se elevó, acumuló más trabajo, se hizo más experta y autosuficiente.
Los latinos nacemos con una suerte de “perdón garantizado” a cuenta del mito misionero que Dios es paisano. Nuestros atavismos culturales, grupales y conductuales, mismos que nos anclan, los esquivamos a cuenta, que el Todopoderoso es venezolano y nos resolverá. La irreverencia y patanería de Boves (ascendente hispano/mestizo), la zanganería del dizque ilustrado Guzmán Blanco, la tiranía entrelazada de grandeza del mismo Bolívar o Páez; el gendarme necesario o el agrario inevitable de Gómez hasta los hombres de nuestros días, comportan jefaturas divinizadas que desdicen de nuestra propia gloria. Es bajo la creencia que Dios es nativo y nos favorecerá por ser tierra de gracia, como Luis Herrera toleró la sobrevaluación del bolívar; Lusinchi desbancó al Estado, CAP jamás pensó que el pueblo le reviraría (y menos que AD le enviaría a la cárcel). Y llegó Chávez, que creyó Fidel era Dios, pero igual no detuvo su partida. Ahora Maduro nos dice que Dios proveerá, y otros arengan que sus tiempos [los de Dios] son perfectos -sic- Un malange de endiosamientos que van de Miraflores a las fronteras, y por creer que Dios es socialista o del Magallanes, nos da licencia para deportar colombianos, permutar oro o invocar los dioses de la guerra contra Donald Trump…
Le digo más amigo lector. Nuestra crisis moral, política y social no será superada si seguimos delegando -desenfadadamente- nuestros deberes en “el Señor”. Algo sí es seguro. De tanta galbana, externalidad y lasitud, muchos no tenemos el cielo ganado en momentos -como leí de un colega en el exterior- que los venezolanos no solo generamos lástima, sino ahora también, ¡rabia! Pues nada: ¡Qué Dios nos agarre confesados…!
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