José Domingo Blanco (Mingo) / El Nacional
Pobre de la víctima que, además de recibir los maltratos, termina recibiendo el castigo que debieron recibir sus victimarios. Y algo así nos está ocurriendo a los venezolanos. Padecemos y sufrimos las consecuencias del despilfarro, la corrupción, el saqueo, la escasez y las malas políticas económicas impuestas por esta especie tóxica que nos ha mal gobernando desde hace 17 años. Somos las víctimas de estos mediocres improvisados que asumieron el mando sin una pizca de capacidad, pero con mucha ambición, resentimiento, hambre de poder y deseos venganza. Y resulta que ellos, los responsables, a pesar de ser los ineptos que por años han tenido el control absoluto de las riendas del país, cuando se ven acorralados por la catástrofe –que, insistiré hasta el cansancio, ellos generaron– quieren responsabilizarnos a nosotros –la sociedad civil que no los apoya, los ciudadanos comunes y de a pie– de sus terribles errores. Pues, no señores, la culpa no es, para nada, nuestra. ¡La situación caótica y miserable que atraviesa el país no la provocamos quienes la padecemos! Ya hemos sido demasiado masoquistas resistiéndolos en el gobierno por tanto tiempo. Hemos sido los penitentes de sus errores, los cuales hemos pagado bien caros.
Mi queja se fundamenta en declaraciones tan infelices y torpes como las de la ministra esa que, a la ligera –y a mi juicio, sin una pizca de vergüenza– aseguró que los anaqueles están vacíos porque nuestras neveras están llenas. ¡Pues serán sus neveras: las de los ministros, jueces, diputados y militares afectos al gobierno! Me consta que las neveras de una buena parte de los venezolanos están a punto de ser desenchufadas, porque ni agua hay para llenar las jarras. La emergencia económica que atraviesa Venezuela (tan solo una de las múltiples emergencias que estamos viviendo en el país), no la generamos nosotros, ni los industriales, ni los agricultores, ni los propietarios de fábricas que, dicho sea de paso, muchas de ellas pasaron a manos del Estado vía expropiación y hoy están en la ruina. Maduro y sus acólitos no pueden seguir culpando a las víctimas cuando han sido ellos, y no otros, los victimarios. Nicolás no puede seguir argumentando que, si la Asamblea no le aprueba el decreto para afrontar la emergencia económica –decreto que, por cierto, no rectifica los errores que ellos han venido cometiendo– la culpa de lo que pase en el país será de los diputados que se niegan a aprobarlo; es decir, responsabilizar a quienes intentan hacerle ver que no son las medidas acertadas, sino que, por el contrario, nos estrellaremos –esta vez mortalmente– con la misma piedra.
Este comportamiento no es nuevo. Reconozco que se requiere de mucha entereza, gallardía, madurez política y valentía, para aceptar y reconocer, públicamente, los errores. Eso de “culpar a la víctima” es de vieja data. Viene de una expresión que acuñó William Ryan, en su clásico Blaming the Victim, para criticar la obra escrita por Daniel Patrick Moynihan, en 1965, The Negro Family: The Case for National Action, mejor conocido como el Informe Moynihan, un informe que resumía las teorías del autor sobre la formación de ghettos y la pobreza intergeneracional. Esto, como era de esperar, generó algunas reacciones, entre ellas las de William Ryan, quien se encargó de mostrar que las teorías de Moynihan eran intentos sutiles de desviar la responsabilidad de la pobreza de factores sociales estructurales, hacia las conductas y patrones culturales de los pobres. La frase, culpar a la víctima, fue rápidamente adoptada por los defensores de las víctimas de crímenes; principalmente, las víctimas de violación acusadas de promover su victimización.
Y este desgobierno ha sido en los últimos meses experto en incriminarnos a nosotros de los graves problemas que tenemos. Son tan descarados que la culpa de la sequía y el racionamiento del agua es solo de El Niño y no de ellos que, a lo largo de 17 años se cogieron y desviaron los recursos que debieron destinarse para la construcción de nuevos embalses. Eso es lo que hacen los gobiernos que planifican de cara al futuro y para enfrentar las contingencias que pudieran presentarse. No este, el que lastimosamente preside Nicolás, que ostenta el sitial de honor en el ranking de la corrupción.
Una apreciada amiga y reconocida abogada, a propósito de esta situación país que enfrentamos, calificó acertadamente a los oficialistas y a este modelo que insisten en implantarnos: “El comunismo es la fachada del crimen organizado”. Contundente frase que resume a la perfección lo que durante estos agotadores, terribles, inhumanos, insólitos y dantescos 17 años ha hecho el socialismo del siglo XXI con nuestro país.
Tampoco nos dejemos engañar con las manifestaciones de rechazo de algunos chavistas que ahora quieren aparentar que están contra el proceso. Cuando tengan la tentación de apoyar sus argumentos contra Nicolás, deténganse tan solo por un momento y recuerden a Arias Cárdenas, una ficha de Chávez –su partner del alma– quien fingió estar contra Hugo y ser su contrincante en una elección presidencial. Piensen mal de todo lo que huela a chavismo arrepentido. Arrepentirse es válido, como no; pero cuando el arrepentimiento viene acompañado con las acciones honestas y pertinentes que confirmen la disposición real a enmendar el error.
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