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jueves, 29 de junio de 2017

“Aunque se incendie el país”. Por Laureano Márquez


Laureano Márquez Blog / Runrunes

“Si este niño no es para mí, no será para nadie, prefiero verlo muerto”. Algo así debió decirse a sí misma con malsana envidia, frente al trono del rey, aquella pérfida mujer que en la noche cambio a su hijo muerto por el de su vecina. Ésta acudió al sabio rey, convencida como estaba que su vástago era el que estaba con vida. El rey Salomón pidió a uno de los guardias que desenvainara la situación y cortara al niño vivo en dos mitades iguales para zanjar el pleito, dándole, a cada una de las supuestas madres, su pedazo de muchacho. La madre verdadera, llena de dolor rogó al rey que se lo entregara completo y vivo a la otra reclamante. Por este gesto de amor desprendido supo Salomón cual de las dos era la madre verdadera.

Estamos llegando a un tiempo terrible, tiempo de caos propiciado desde las alturas del poder. De quien prefiere ver el país destruido antes de ceder su insostenible posición. Frases como “aunque se incendie el país” son temerarias. Es una insensatez promover la locura, la violencia, el saqueo. La anarquía, aunque etimológicamente es “sin orden” en su raíz griega, nos conduce a la ley de la selva, del más fuerte, del mejor armado, del más violento y desalmado. La ausencia de orden y de ley, puede llegar a ser la más terrible de las leyes. Es un disparate pensar que alguien puede sacar algún dividendo de ello. La ruina es solo destrucción de todo aquello que afanosamente durante muchos años ha sido edificado y puede tomar minutos. Es la vida de la gente lo que está en juego, en sentido metafórico (donde ha puesto todos sus años de esfuerzo), pero también en su sentido real. Se respira en el ambiente el grave riesgo que corremos todos, jacobinos y girondinos. La historia enseña que cuando el invento del Dr. Guillotin entra en acción, fácilmente se pierde el control.

Venezuela ha vivido a lo largo de su historia momentos terribles. Del español heredamos –según Gil Fortoul- el indomable espíritu de la guerra. Del pasado democrático podemos discutir muchas cosas, cuestionar otras tantas, pero fue el período de paz más largo que conoció Venezuela. Los políticos de antes, seguro cometieron muchos errores, pero nunca arriesgaron de tal manera el destino de sus conciudadanos, cierta mesura regía sus conciencias, había límites, incluso en los de mayor desenfreno. Si vamos más atrás, hallamos guerras civiles, montoneras, caudillos, rotundas y generalotes. Más atrás aún, la guerra a muerte, con atrocidades de parte y parte: en Valencia Boves organizó un baile donde obligaba a las damas de la ciudad a bailar el Piquirico a latigazos suyos, mientras sus huestes asesinaban a lanzazos a los hombres de la ciudad como si estuviesen cazando bestias. Bolívar por su lado, ante la arremetida realista ordenó fusilar a los prisioneros españoles y canarios de La Guaira, incluyendo a los enfermos del hospital, hasta llegar a la cifra de 800 gentes.

Quien esto escribe es de los que piensa que nuestra tierra ha tragado demasiada sangre derramada injustamente; que es menester una mirada de amor sobre nosotros mismos; que la única paz duradera es la que puede construirse sobre la voluntad mayoritaria de los ciudadanos; que 40 años de puntofijismo nos enseñaron que ser mayoría no comprende la aniquilación del otro, sino su inclusión, porque más allá de la opinión política, está la ciudadanía como derecho inalienable; que es insensato trampear con artilugios leguleyos la voluntad soberana para fingir mayorías que no se tienen, porque tarde o temprano las mentiras caen y es peor; que se puede fusilar el Congreso, como Monagas, pero que la historia te lo cobra; que no es justo, ni bueno, ni honorable, ni sensato, ni patriota pasar por encima de la voluntad de todos, “aunque se incendie el país”, porque bombas lacrimógenas hay muchas, pero extintores veo muy pocos y ya se sabe que las llamas son ingobernables.

@laureanomar


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