Marianella Salazar / El Nacional
El plantón de Nicolás Maduro a la Asamblea Nacional al no asistir a la sesión solemne del Día de la Independencia es una declaración de guerra que reafirma su intención desesperada de disolver un Poder Legislativo emanado de la voluntad popular mediante el voto. La división de poderes es una exigencia democrática y ya sabemos que el régimen, tutelado desde La Habana, es muy deficitario en materia de democracia, al punto de que mantiene una mancha negra que aumenta de tamaño con más de cien presos políticos sin juicio y una represión brutal contra indefensos ciudadanos que protestan por falta de alimentos, a los que humillan en insufribles e interminables colas, sin la garantía de conseguir algún producto que pueda mitigar el hambre. Por eso las grandes mayorías quieren que Maduro se vaya de una buena vez, pero él está negado hasta la obstinación. En términos materiales la Constitución le resulta un verdadero estorbo, se ha quitado la careta y se muestra como un dictadorzuelo impresentable que no acepta el derecho constitucional que tiene el pueblo de revocarlo, le importa un pito que en medio de la desesperación la gente comience a tomar las cosas en sus manos, como ha venido sucediendo en Cumaná o en Tucupita. En toda Venezuela se está desatando el pandemónium y no hay Fuerza Armada Nacional que pueda contenerla; en los cuadros medios existe una rebelión, refrenada por los tiempos políticos que impone el proceso para activar el referendo revocatorio; en la FANB apuestan a salidas institucionales como el referendo y lo último que quieren los grupos disidentes es enfrentarse a tiros con sus hermanos y compañeros de armas, ni que se involucren a inocentes civiles, lo cual luce inevitable si el cuadro de caos y anarquía desatado por la orgía populista de la revolución bolivariana –con palizas y desnudos a seminaristas– continúa de esta forma irrefrenable. El Alto Mando Militar luce como un grupo acorralado, cuyas opciones son jugarse el todo por el todo o rendirse. Muchas cosas comienzan a converger para que la sustitución del gobierno sea inevitable. La realidad es visible. Los desplantes de Nicolás Maduro son patadas de un ahogado que perdió sistemáticamente toda legitimidad a escala nacional e internacional. Sabe que le llegó su cuarto de hora.
Independence Day
Hace diecisiete años, cinco meses después de que Hugo Chávez asumiera el poder, uno sus ex aliados, el historiador Jorge Olavarría, con un coraje notable, emitió el último discurso magistral que se recuerde en el extinto Congreso Nacional, como orador de orden el 5 de Julio de 1999. Olavarría se erigió en un Nostradamus cuando profetizó lo que sería una dictadura basada en el odio, la violencia y la destrucción. Desde la solemnidad de aquel acto, frente al cuerpo diplomático, le dijo al presidente de la República lo que lamentablemente pocos creyeron que podríamos padecer diecisiete años después. Lo demás es “historia viva”. Durante todos estos años el Poder Ejecutivo no hizo otra cosa que castrar a la Asamblea Nacional y arrodillarla. Hoy, el nuevo Parlamento, abrumadoramente electo el pasado 6 de diciembre, escuchó en sesión solemne para conmemorar el aniversario de nuestra independencia a uno de los grandes luchadores por la recuperación de la democracia: Américo Martín. La importancia de ese discurso como tratado político marcará la etapa final de un abominable ciclo histórico que nunca más debe repetirse.
Tic tac
Bunker: está cerca del hospitalito en Fuerte Tiuna, construido por “el galáctico” en la llamada colina Gato. Es el preferido de Maduro para enconcharse, como lo hizo el 6-D.
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