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jueves, 31 de agosto de 2017

Pence con los venezolanos. Por Carlos Blanco


Fui invitado a la asamblea con el vicepresidente de Estados Unidos, Michael Pence, en Doral, Florida. Después de una larga cola de identificación de una hora, y tres horas más de espera, comenzó el acto. Convocatoria demasiado temprana por razones de seguridad, lo cual me pareció innecesario e irrespetuoso con la audiencia. Saludos por aquí y por allá, y mucho tedio en una espera que se hizo larguísima. En algún momento me enteré de que la reunión se demoraba por el encuentro del vicepresidente y parlamentarios de Estados Unidos con políticos venezolanos, magistrados nombrados por la Asamblea Nacional y familiares de las víctimas. No supe qué se trató allí, pero por las intervenciones posteriores, especialmente la de Pence, el tema fue el de la violación de derechos humanos y políticos.

Poco después de las 4:00 pm comenzó el acto con intervenciones de dos sacerdotes, uno de ellos venezolano, con explicaciones de por qué tenía lugar el encuentro en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Luego hablaron el representante Mario Díaz-Balart, el senador Marco Rubio, el gobernador de Florida y el vicepresidente.

Las intervenciones se dieron en dos registros simultáneos: uno de tono republicano, y, otro, el de una política de Estado respecto de Venezuela. En cuanto al primero, los oradores se empeñaron en destacar, alborozados, cómo el gobierno de Trump había hecho más por Venezuela en pocos meses que el de Obama en ocho años; en cuanto al segundo, fue contundente el mensaje, sobre todo de Pence, según el cual Estados Unidos estará al lado de la lucha por la democracia venezolana: “No nos quedaremos inmóviles viendo cómo Venezuela se desmorona”. Expresiones que antecedieron por unas horas las sanciones impuestas a transacciones financieras y comerciales.

Desde luego, no hay “invasión militar” prevista; lo que sí hay es la derrota de la política representada por Shannon, Rodríguez Zapatero y los “dialogantes”, y la adopción de una política de Estado, directamente manejada por el vicepresidente de Estados Unidos, para apoyar la democracia en Venezuela. Es una política elaborada con meticulosidad para afectar los canales políticos y financieros que alimentan el régimen de Maduro, en procura de que sus efectos no deterioren aún más el nivel de vida de los venezolanos. Esa separación quirúrgica no la veo posible dado el papel que desempeña el Estado como concentrador de los ingresos; pero el objetivo fundamental es atacar en la línea de flotación de Maduro: cerca del ombligo.

No hay duda, el bochinche bolivariano se aproxima a vivir lo que no ha vivido.


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