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sábado, 21 de septiembre de 2013

Jorge Giordani, embajador en el Vaticano. Por Fausto Masó


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Fausto Masó / El Nacional

A Venezuela le queda una última esperanza, los chinos; sólo ellos obligarán al socialismo del siglo XXI a aplicar las recomendaciones que ordena el sentido común, obligarán a Maduro a un manejo más racional de la economía: los chinos no creen en pajaritos preñados.

Comprobaremos que Maduro aprendió algo estos 12 días en Pekín si designa a Jorge Giordani embajador en el Vaticano y le ordena a María Cristina Iglesias ingresar a un convento de clausura. Maduro le habría dado entonces la espalda al legado de Chávez, el despelote, y terminaría con un sistema en el cual el venezolano humilde sabe que no hay negocio igual que ponerle la mano a los dólares de viajero.

El Gobierno ha enviado de emisarios a Pekín a Diosdado Cabello y a Ramírez. Ahora Maduro volverá con un cheque de 5.000 millones de dólares, a cambio de entregarles a los herederos de Mao la explotación del oro, campos petroleros, y comprometerse a que Pdvsa se porte con seriedad en sus negociaciones, cosa que intenta desde que el comandante eterno dejó de ser eterno, sólo que los malos hábitos no se superan de un día para otro y todavía negociar con Pdvsa es sacarse la muela del juicio sin anestesia.

En este despelote los buhoneros venden en la calle productos regulados al triple de su precio oficial, sin que se entere Samán; los motorizados se apoderan de las aceras; los contrabandistas protestan porque les impiden seguir con su negocio; los pranes explican al país las razones por las que ordenaron matar a sus enemigos; los colectivos liberan a uno de los suyos detenidos por la policía, mientras que el Gobierno limita su eficacia a perseguir diputados de oposición y controlar a los medios. Este no es un socialismo de héroes asesinos como fue el de los rusos alguna vez, pero depende de unos convencidos, como la ministra de Salud, excelente profesional, pero que si la dejan acabará con las clínicas privadas. Este socialismo depende de los últimos creyentes en la utopía y de una legión de vivos criollos dispuestos a matar en defensa de sus privilegios, fortunas en dólares, mansiones.

Otra prueba de que Maduro tomará las cosas en serio sería que ordenase construir 10 cárceles y castigar a los presos que asesinan a los otro reos, les sumara las condenas, impidiera que los familiares pernoctaran en las cárceles, limitara las visitas y castigara con 30 años de prisión a los que mutilaron a sus enemigos. Esto es imposible, porque va contra el dogma revolucionario de que los presos son angelitos y creer que el sistema carcelario sólo requiere agilizar los procesos para que salgan pronto a la calle, como llevan haciendo hace tiempo. Sin duda, hay presos que siguen entre rejas injustamente, pero liberar a sicarios y estafadores sólo aumenta la inseguridad.

A este despelote creciente lo llaman socialismo: ocuparse de lo que ocurre a 10.000 millas de distancia y no de la razón por la que se asfalta la autopista y a la semana reaparecen los huecos. De estos asuntos no hablarán los chinos con Maduro, se limitarán a pedirle que maneje con un poco de racionalidad la economía, en la parte que les toca a ellos y les permita traer chinitos a explotar sus negocios, sin preocuparse por la LOT. ¡Quién fuera chino!, pensará un empresario criollo.

Y otra cosa, quizá lo que atornilla a Giordani es que tantos pidan que salga del gabinete y lo presenten como el monje encargado de velar por la pureza revolucionaria.


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