FRANCISCO GÁMEZ ARCAYA | EL UNIVERSAL
En Venezuela, un mango a medio morder tirado en cualquier sitio es suficiente para producir un frondoso árbol nacido por obra y gracia del Espíritu Santo. Esa es parte de nuestra naturaleza. El cambur crece como monte, de cada barranco cuelga una mata de auyama y los árboles de lechosa se cortan por feos. Hasta el petróleo, nuestro recurso generador de dólares imperialistas, está a nuestros pies sin que hayamos hecho nada para merecerlo.
Esa generación espontánea continuada permea hacia muchos ámbitos, incluyendo la política. Los que asumen el poder llegan a él por un instante de euforia colectiva. Bastan unos meses de campaña emotiva y el pueblo responde gratuitamente. Luego, cuando los electos gobiernan mal, como estos rojos depredadores de hoy, entonces todos esperamos la implosión. Pero, ¿qué es implosión? La implosión es un colapso espontáneo o autoprovocado, cuya onda expansiva se invierte hacia dentro, dañando únicamente a los componentes colapsados. Muy fácil. Es como tirar el mango a medio morder y esperar la mata. Y así hemos sido. Tan es así, que uno de los más lúcidos analistas políticos del país llamaba Chacumbele al difunto presidente Chávez. Asumía que los visibles errores de Chávez eran suficientes para que su gobierno eventualmente implosionara, tal y como Chacumbele que "él mismito se mató". La realidad es que Chávez gobernó catorce años, sus errores no fueron suficientes y la expectativa de implosión nos hizo esperar lo que nunca llegó.
Las caídas de los malos gobiernos no suceden por sí solas. No esperemos la implosión que no vendrá. Así ocurrió cuando los abstencionistas regían los destinos opositores. Pensaban que no votar provocaría la anhelada implosión. Pero la inacción no produce resultados. Hoy en día, escandalizados ante tanta estupidez gubernamental, pero paralizados ante la espera de que caigan, los que debemos protestar no lo hacemos y los llamados a implosionar se consolidan.
@GamezArcaya