ANGEL OROPEZA | EL UNIVERSAL
La anterior es una de las expresiones que se suelen recoger por allí, sobre todo de la boca de algunos miembros de nuestro inmenso pueblo opositor. Dado el potencial efecto desesperanzador y frustrante que puede tener dar esa oración por cierta, es necesario discutir abiertamente sobre su veracidad. Y ello pasa por definir qué significa eso de que votamos y supuestamente no ha servido para nada.
El "no pasa nada" es esencialmente un juicio perceptual -y, por tanto, subjetivo- que es en parte explicable por 2 razones: por un lado, el entendible cansancio de la gente, luego de 3 lustros de oscurantismo, ante la evidencia de un país que se empobrece a pasos agigantados en medio de una orgía de dólares petroleros que sólo disfrutan los ricos del Gobierno. Y, por la otra, la dificultad para percibir los cambios que, aunque reales y progresivos, no suelen ser tan evidentes como algunos quisieran.
La cotidianidad y cercanía con cualquier realidad a veces dificulta darse cuenta de los cambios que esa realidad experimenta. Así, los visitantes eventuales del niño pequeño son más hábiles en percibir las transformaciones y cambios físicos en el infante que sus propios padres, quienes conviven con él a diario. Igual pasa con quien tiene tiempo sin vernos, o el amigo que hace rato nos dejó y ahora nos visita. Pero el que a veces los cambios nos pasen frente a los ojos y no reparemos en ellos, dada la excesiva proximidad de quienes sufrimos la realidad con ella misma, no significa que tales cambios no estén ocurriendo.
Lo cierto es que, contrario a la expresión a que hemos hecho referencia, en Venezuela votar ha producido, y continúa haciéndolos, cambios muy importantes. La victoria popular del 14 de abril pasado pudo ser secuestrada en su dimensión formal por las instituciones corrompidas de un gobierno decadente, pero no ha podido ser erradicada del sentimiento colectivo. En otras palabras, si bien no se ha logrado -mientras tanto- la toma formal del poder, ya el pueblo ha alcanzado un despertar de conciencia que luce difícil de revertir, y que tiene evidentes consecuencias conductuales.
Algunas de estas consecuencias son las más de 450 protestas mensuales que se registran mensualmente en nuestro país, producto de la indignación del pueblo ante la indolencia de la oligarquía gobernante; y el desarrollo y profundización de una organización popular que avanza a pesar de las presiones e intentos de compra de dignidad por parte de los poderosos, y de la exitosa estrategia de invisibilidad mediática hacia todo lo que no huela a genuflexión gobiernera. Pero, además, el estado calamitoso del país, con "emergencias" en lo económico y lo alimentario, en vialidad e infraestructura, en salud, seguridad, educación, y en todas las áreas de la vida de los venezolanos, es producto de la imposibilidad de que el madurocabellismo pueda levantar cabeza. ¿Y esto por qué? Porque existe un vínculo necesario y fundamental entre ilegitimidad y capacidad para la solución de los problemas sociales. Un gobierno ilegítimo es estructuralmente incapaz de reconocer, abordar y resolver la problemática social. Y esa ilegitimidad quedó al descubierto porque votamos y ganamos el 14 de abril.
A Maduro y a Cabello nadie les para, nadie los toma en serio. Tienen poderes, armas, escoltas y mucha plata, pero no tienen autoridad. Su auctoritas -la cual sólo existe cuando hay reconocimiento a la moralidad y legitimidad socialmente aceptada de un mandato- es tan precaria como risible. Por eso la insistencia en la amenaza y el miedo, porque es la única forma de obtener, ya no obediencia, sino al menos simple acatamiento.
Maduro y Cabello tienen un plomo inmenso en el ala debido a su ilegitimidad. El país reclama por los cuatro costados un cambio, y eso es consecuencia de haber votado y de haber ganado el 14 de abril. Por ello lo más inteligente y políticamente más efectivo, -porque además ha demostrado ser la única estrategia exitosa tras 15 años de lucha- es insistir en el camino de la organización popular, la acumulación de espacios de poder y la vía del voto vigilante, como herramientas de transformación social y de cambio político. El camino ya se inició, y para que pasen más cosas de las que ya están ocurriendo, hay que hacerlo cada vez más masivo y extenso, aunque al Gobierno le encantaría -porque, de hecho, es su única esperanza para evitar la debacle- que se abandone en manos de la desesperanza y la inacción.
Desde todos los rincones del país, soplan vientos de cambio. Y soplan, porque hicimos evidente que somos mayoría a punta de organización y de votos. A los amigos que piensan, en su buena fe, que votamos y no pasa nada, hay que recordarles que para conquistar efectivamente el poder, había que primero conquistar al país. Y esta última tarea, si bien es un trabajo cotidiano y un compromiso permanente, ya se alcanzó. Sobre esa poderosa base, lo primero es sólo cuestión de tiempo.
@angeloropeza182