Fausto Masó / El Nacional
Merentes ha sido derrotado pero sigue en el gobierno, cosas del socialismo. Esta semana aplaudía triste y desganado a Nicolás Maduro mientras en primera fila sonreían triunfadores Jorge Giordani y Ramírez. El debate económico ha terminado, se impuso la necesidad no las ideas: al gobierno solo le queda disminuir las divisas que recibe el sector privado. No hay dólares, puede imprimir bolívares hasta el infinito y echarle la culpa de la inflación y de la escasez a la guerra económica, por ese camino vamos al infierno. Todavía algunos en el sector oficial crean la fantasía de que la reacción los esté acogotando igual que ocurrió en el Chile de Allende. Asombroso, no reconocerán nunca que han estado equivocados toda la vida.
Hasta los niños de primaria saben que la lucha contra la corrupción no es la causa de que se quiera aprobar la ley habilitante, ha sido solo un pretexto para iniciar una ofensiva brutal contra la prensa y la propia oposición. Un titular inofensivo que moleste a Maduro se castiga con pena de cárcel.
La nave del Estado perdió el rumbo: se multiplican las declaraciones contradictorias, algunos funcionarios se jactan de que sobran las divisas, el vicepresidente Arreaza dice lo contrario: solo se utilizarán en las importaciones básicas para el gobierno y el pueblo. Las reuniones de Merentes con empresarios, o la del propio Maduro con el presidente de la Polar fueron una cortina de humo, o en ese momento todavía no habían sacado las cuentas. Esta semana Maduro promete que subastarán 100 millones de dólares semanales en el Sicad, una cantidad enorme, dice también que Merentes trabaja en un nuevo sistema cambiario. Ilusiones.
Las decisiones cambiarias no obedecen simplemente a un rígido esquema ideológico sino, repetimos, se acabaron las divisas. El gobierno las continuará despilfarrando como el misterioso funcionario que apareció en Bulgaria con casi medio millón de euros mientras los particulares no encuentran los repuestos para un carro.
Llegamos al llegadero. Hay que seguir imprimiendo bolívares para pagar los nuevos contratos de las empresas de la CVG que producen menos acero y aluminio, los sueldos de los trabajadores en las empresas estatizadas como las cementeras, los gastos de Agroisleña.
Acusar al sector privado no arregla el problema, pero entretiene. El sector importador en buena parte está en manos de los boliburgueses. En esas condiciones celebrar elecciones se convierte en un suicidio político, y suspenderlas o prorrogarlas también implica pagar un precio. Las encuestas reflejan un rápido deterioro de la imagen oficial, un proceso que amenaza con culminar con una derrota política de grandes proporciones el 8 de diciembre. Por ahora se curan en salud y dicen que estas elecciones son de una gran complejidad, el primer paso para prorrogarlas.
El país marcha a la deriva, ignoran hacia dónde se dirige, como en la mítica nave de los locos que la tormenta zarandeaba de un lado al otro. No hay nada tan peligroso como un político inseguro al que la tierra le tiembla bajo los pies y quiere demostrar su autoridad. El difunto presidente Chávez no necesitaba meter miedo.
A este paso terminaremos de rodillas frente al FMI.
El 8D es la última oportunidad de corregir el rumbo, si por fin todos se convencen de que el voto es realmente secreto.
Hay que ganar por paliza.