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martes, 29 de octubre de 2013

¿Por qué amo a los motorizados?. Por Roberto Giusti


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Es la propuesta de la lucha de clases, llevada al pavimento de las calles caraqueñas

ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL

Si usted le pregunta a un automovilista caraqueño qué sentimientos le inspiran los motorizados de la ciudad, casi seguro su respuesta girará alrededor de los peores epítetos que, para ser suaves, podríamos resumir en una palabra: aversión. Injusta o no, con alguna porción de esos venezolanos, trocados en verdadera fuerza de ocupación, la realidad es que a la aversión se une el sentimiento vergonzante del miedo. Miedo a atropellarlos y no solo por el daño que le puedes infligir a uno de esos suicidas urbanistas, sino por la suerte que estás condenado a sufrir si por obra de las malhadadas estadísticas de manera involuntaria lanzas contra el pavimento a uno de ellos.

Entonces, un lunes por la mañana, agarras tu canal del medio en la Francisco Fajardo y avanzas con la lentitud exasperante de la cola, rabiosamente unidireccional, sin salirte ni un milímetro de tu exiguo territorio (no se diga ni siquiera imaginar un cambio de canal) mientras a ambos lados una enloquecida caravana de caballitos de acero, chinos en su mayoría, con marcas y nombres exóticos, y a cien kilómetros por hora, vuelan a ambos lados de tu automóvil, todos tocando la corneta, algunos con una señora gorda de tacones en la parrilla, otras con un niño sentado frente al manubrio.

Claro, también puede ocurrir que a pesar de permanecer en carril alguno de ellos se lleve por delante el espejo retrovisor de tu carro, casi pierda el equilibrio y dando tumbos, milagrosamente no caiga. Así, mientras lo insultas en silencio (si lo haces público algún solidario colega que te pille puede caerte a cascazos, es decir pegarte con el casco) el tipo, o la tipa, sin voltear, te hace el gesto respectivo previsto para ese tipo de ocasiones, levantando el brazo izquierdo (equivalente en lenguaje verbal al término "pajúo") para perderse, raudo, en la infernal hilera móvil que nunca cesa.

Huelga añadir que hay motorizados "buenos" y motorizados "malos". Delincuentes que se valen de la moto para cometer sus fechorías y honrados profesionales del manubrio que derivan el sustento de tan arriesgada profesión. En realidad la clasificación resulta mucho más compleja y constituye tema de otra entrega, pero, por ahora, sí me atrevería a aventurar que todos, pero absolutamente todos, (incluso los señores disfrazados de black angels, con indumentaria de cuero y unas Triumphs al estilo de "Busco mi Destino", que salen a pasear los domingos) pierden la chaveta cuando sienten el rugido de la máquina entre las piernas y entonces entramos en el mundo del caos, la arbitrariedad y la locura, inducidos por un gobierno que así como en otro plano estimula la lucha de clases, en el automotor promueve la guerra entre motorizados y automovilistas.

@rgiustia


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