FABIO RAFAEL FIALLO | EL UNIVERSAL
En recientes declaraciones a la cadena internacional CNN, el Presidente Nicolás Maduro se ufanaba de dormir "tranquilo y feliz como un niño", queriendo dar la impresión de que en Venezuela todo está bajo control. Lo que no implica, olvidó confesar, que esté exento de pesadillas.
En efecto, ¿quién, en su infancia, no llamó una que otra vez a sus padres en medio de la noche en busca de protección luego de un sueño escalofriante? Y puesto que Maduro asegura que duerme como un niño, no hay razón para pensar que su caso sea la excepción.
La primera pesadilla que socava su tranquilidad tiene relación con las protestas que sacuden a Venezuela y su incapacidad para sofocarlas.
Golpea y apresa a los manifestantes, y lo que obtiene es que las protestas se propaguen. Encarcela a Leopoldo López, y sólo consigue acrecentar su popularidad. Propone un debate con Henrique Capriles, y cuando éste lo acepta, se ve obligado a sepultar su propuesta por miedo a dejar en evidencia sus limitaciones intelectuales. Acosa y maltrata a María Corina Machado, y la convierte en una nueva pasionaria con proyección internacional.
Y para que esta pesadilla le sea más espantosa aún, la oposición asume roles complementarios, abarcando una gama de sensibilidades políticas más amplia que si tuviese un discurso único.
Mientras por un lado Leopoldo López y María Corina Machado galvanizan a los hastiados del chavismo, Henrique Capriles tiende la mano a los sectores sociales que tradicionalmente habían apoyado a Hugo Chávez, mostrándoles que ellos también tienen todas las de ganar en el camino propuesto por la oposición.
Otra causa de insomnio para Nicolás Maduro es la espada de Damocles que pende sobre su cabeza con la programada visita de la comisión de cancilleres de Unasur. Aparte de los recalcitrantes del eje chavista (Argentina, Bolivia y Ecuador), esos cancilleres no van a desplazarse a Venezuela simplemente para refrendar la represión. Estarán obligados a atender a los justos reclamos de los estudiantes, la sociedad civil y la oposición, so pena de recibir los embates de parlamentarios, periodistas y ONG del continente que los acusarían de complicidad con un régimen ultra represivo.
Por mucho que se haya regocijado de haberle cerrado las puertas a una mediación de la OEA, Maduro podría terminar lamentando haberse encomendado a Unasur. Pues si una misión de la OEA hubiese emitido una opinión adversa, él hubiera podido acusarla de responder a los intereses del "imperio" y ordenar su expulsión.
Pero ahora, después de haber ensalzado la mediación de Unasur, no tendrá más remedio que obtemperar a las propuestas que, de manera firme aunque diplomática, le formulen algunos miembros de la misión de Unasur, y no precisamente los menos importantes.
Otra pesadilla de Maduro la provoca el espectro de posibles sanciones estadounidenses. Hasta hace poco, por un quítame allá esas pajas Maduro despotricaba contra EEUU y expulsaba funcionarios de la embajada de ese país. Hoy, Estados Unidos contempla imponer sanciones contra el gobierno castromadurista por las múltiples violaciones a los derechos humanos en Venezuela; pero esta vez Maduro no sólo se abstiene de expulsar funcionarios, sino que le propone "humildemente" al Presidente Obama la creación de una "comisión de paz".
Tal cambio de retórica tiene una explicación, a saber: las sanciones vislumbradas por EEUU afectarían directamente a la jerarquía chavista y a otros miembros de la "boliburguesía" que poseen bienes y cuentas bancarias en el "imperio".
Y sintiéndose amenazada por las sanciones previstas, la jerarquía bolivariana podría lanzar un dramático "Hasta aquí llegamos, Nicolás".
Fue para tratar de obviar ese peligro que Maduro designó a Diosdado Cabello al frente de la representación venezolana ante dicha "comisión".
Aunque Cabello jamás ha descollado en diplomacia, es un hombre de confianza de las altas esferas del chavismo. Con ese nombramiento, Maduro delega en Cabello la defensa de los intereses de la jerarquía chavista, pasándole la papa caliente para no tener que cargar con la responsabilidad del fracaso de una eventual negociación con EEUU.
Así llegamos a la madre de todas las pesadillas de Maduro, es decir, el probable derrumbe del apoyo que recibe de la jerarquía chavista.
Maduro no puede ignorar el malestar que dentro de su propio círculo generan su catastrófica forma de gobernar y su sumisión al régimen castrista. Tal malestar suscita en él una justificada desconfianza hacia quienes le rodean o acorralan. De ahí su reticencia a subir a un avión, como lo muestran las cancelaciones inopinadas de sus viajes a Cochabamba, Sudáfrica y Santiago de Chile.
A diferencia de las pesadillas de un niño común y corriente, las de Maduro no desaparecen al despuntar el día. Antes bien, se hacen más tenebrosas aún.
Eso le pasa a Nicolás por haber convertido en pesadilla la vida de los venezolanos y por ponerse a escuchar, antes de dormirse como un niño, los cuentos y consejos de brujas del castrismo.
f.fiallo@ymail.com
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