Moisés Naím / El Nacional
Acabo de pasar unos días en Silicon Valley. Desde este valle de California emanan con frecuencia nuevas tecnologías que cambian la vida de millones de personas en todo el mundo. Estuve conversando con inventores, emprendedores e inversionistas, así como con los jefes de las empresas donde trabajan. Muchas de ellas generan cuantiosas ganancias y otras aún no, y quizás nunca lo hagan. Las más sorprendentes son aquellas que son adquiridas por montos enormes a pesar de que sus ingresos son relativamente bajos. WhatsApp, una empresa que ofrece una aplicación para enviar y recibir mensajes, fue creada en 1999 y cuenta con 55 empleados y 20 millones de dólares de ingresos. En febrero fue comprada por Facebook por 19.000 millones de dólares.
Una tendencia que se ha acelerado es la de empresas basadas en Internet con enorme éxito y sin fines de lucro; solo quieren hacer el bien. Una de las más destacadas es la Khan Academy, creada por Salman Khan, un joven emprendedor que está revolucionando la educación a escala mundial. Otro ejemplo es Vint Cerf, uno de los creadores de Internet, que junto con sus colegas renunció a monetizar su creación.
Hablar de cambio en Silicon Valley es como hablar de pan en una panadería: es lo que allí se hace. De eso viven, solo en eso piensan y a eso dedican el inmenso talento que allí se concentra y la inimaginable cantidad de dinero listo para apostar por las ideas más audaces. Es la cultura inherente a Silicon Valley: la ambición, la búsqueda de grandes números de usuarios, la propensión al “solucionismo”, es decir, la suposición de que todo problema tiene solución y que muy probablemente esa solución implica el uso de Internet. Es una cultura de jóvenes, de gente que viene de todas partes del mundo, donde lo que importa es lo que uno sabe o lo que uno puede inventar, no dónde nació, su color de piel, su acento, cómo viste o quiénes son sus padres. Es la meritocracia más intensa que he visto. También es una cultura que desdeña al gobierno, las organizaciones jerárquicas y centralizadas. En cambio, venera la informalidad, la agilidad, la movilidad, la inteligencia y, sobre todo, la inclinación al riesgo y, más concretamente, el no tenerle miedo al fracaso. Mientras que en países un fracaso deja una marca negativa e indeleble en la historia de una persona, en Silicon Valley el fracaso se considera un valioso aprendizaje que ahorra errores en el futuro. Cabe también destacar que Silicon Valley se podría llamar el valle de los hombres: el número de mujeres es sorprendentemente bajo.
En esta visita detecté algunos cambios. Hay más empresas, más tecnologías, más iniciativas, más incursión en nuevos sectores –de automóviles a energía o exploración espacial–; hay más dinero disponible para la inversión y más ganas de tener clientes fuera de Estados Unidos. Muchas de las compañías recién creadas son micromultinacionales: nacen con la ambición de operar desde el inicio a escala mundial. Lo normal en otras partes del mundo es que las empresas se creen con la vocación de actuar en una ciudad o en una región y, si tienen éxito, se expanden a nivel nacional y luego a otros países. Silicon Valley no funciona así. Otra tendencia que detecté es que, aunque no lo reconozcan, los gigantes se sienten inseguros. Google, Facebook y otras de las empresas más grandes sienten la presión de consumidores que se rebelan ante algunas de sus prácticas y de gobiernos que tratan de endurecer las regulaciones.
Finalmente, ¿cuáles son las principales sorpresas que nos llegarán de Silicon Valley en los próximos años? Imposible saberlo. Pero me arriesgo a señalar tres sectores que aportarán innovaciones muy transformadoras. Uno es en el campo de la energía, donde habrá interesantes inventos relacionados con el almacenamiento y la mejora de baterías de gran tamaño, así como tecnologías más limpias y a menores costos. La segunda es “el Internet de las cosas”, es decir, la creciente interconexión de todo tipo de aparatos y objetos a través de la red. Se espera que muy pronto Internet esté conectando entre sí más cosas (desde electrodomésticos a stocks de farmacias) que personas. Un tercer sector es la salud: me llevé la impresión de que veremos interesantes avances en tecnologías que mejoran la calidad de vida de los ancianos y otras que aumentan drásticamente la eficiencia y abaratan la prestación de servicios médicos y hospitalarios. Y muchas más: de la popularización del dinero virtual como el bitcoin a la exploración del espacio o la proliferación de robots de todo tipo.
Y finalmente me parece interesante y muy revelador destacar algunos temas que nadie mencionó en mis conversaciones en Silicon Valley: el ébola, el Estado Islámico o Europa no parecían tener mayor interés para mis interlocutores.
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