JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
El desenfrenado curso represivo que lleva el gobierno -digno de una montaña rusa galáctica- ha ocupado en las últimas semanas una rendija significativa de atención en los medios de comunicación internacionales. No es para celebrar que las miradas se centren en este país gracias a la monumental obra de demolición de la sociedad, llevada a cabo por la fuerza de choque con domicilio en el Palacio de Miraflores. El estupor generalizado se retrata en una interrogante -casi un lugar común planetario-: ¿cómo es posible que un país con tantos recursos haya llegado a esto? Se exclama en tanto se da cuenta de la letanía cruel de males que aquejan la noticia: desabastecimiento, inflación desatada, filas infinitas, inseguridad pública, represión y encarcelamiento de la dirigencia de la oposición democrática.
Nunca como ahora, el gobierno venezolano, y quien lo dirige, habían tenido los puntos tan bajos en la opinión pública internacional. Pero el reverso de la moneda es que, de nuevo, la atención también se centra, colateralmente, en el sector que estaría llamado a propiciar un cambio en la situación: la oposición democrática. Y la valorización de su desempeño también se retrata en una frase: ¿cómo es posible que no estén unidos? Los editoriales referidos a la situación nacional, digamos en el New York Times o El País de España, por citar tan solo dos periódicos principales, terminan resaltando con desasosiego profesional lo que podría convertirse en una marca de fábrica opositora: su desunión.
Los partidos sentados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) han dado un paso determinante al escoger por consenso y primarias sus candidatos a las elecciones parlamentarias. Y deben ser, junto a su secretario ejecutivo, reconocidos por llevar a buen destino una labor tan complicada. Como era de temerse, ya aparecieron quienes quieren minar el proceso de escogencia con el argumento -¡Dios, que son ocurrentes!- según el cual el consenso sería antidemocrático. Que bien caería -agüita de ajonjolí- una presentación unitaria, en voz alta y vinculante, de los candidatos a ocupar un escaño en la Asamblea Nacional por el campo opositor democrático.
Pero hará falta más que eso, pues las parlamentarias van a marcar un punto de inflexión fundamental en la contienda democrática que estará lleno de vicisitudes y requerirá de un equipo cohesionado, sólido, inmune a los cantos de sirena y a la atracción fatal de urdirse una gesta particular para cumplir con un supuesto destino manifiesto hecho a la medida. Si como advierten las encuestas, el éxito de la oposición democrática en las parlamentarias es altamente probable, los esfuerzos por consolidar la Unidad no deberían ceder ante las perspectivas de una victoria. Muy por el contrario.
No se trata de ponerle un torniquete al entusiasmo de la "autografomanía" -todo el mundo debería tener el derecho a solicitar firmas por una causa justa e incluso no tan justa- o silenciar el voceo de opiniones diferentes -todo el mundo debería tener derecho a un Speaker s Corner para expresarse en su Hyde Park particular. Pero aquí estamos hablando de una contienda decisiva, que no admite veleidades personalistas o partidistas. No se vale retratarse en la mañana con el traje unitario y salir en la tarde a declarar su insatisfacción con lo decidido. Luce -es lo menos que se puede decir- poco serio a los ojos de cualquier observador desapasionado.
Se requiere de una conducción única, un programa común dirigido a todos, y una voluntad férrea de remar en equipo en la misma dirección. Una oposición con osteoporosis unitaria no es eficiente a nivel nacional; ni atractiva como interlocutor válido para nadie en el ámbito internacional. Guste o no guste, el apoyo internacional será un factor determinante para asegurar el respeto a un eventual triunfo en las elecciones parlamentarias y hay que seguir labrándolo con infinita paciencia.
La Unidad sí tiene quien le escriba, a pesar de que unos díscolos quieran cegar los buzones unitarios para que no lleguen las cartas.
@jeanmaninat
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