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domingo, 24 de mayo de 2015

Maduro y Diosdado en la hora de la verdad. Por Manuel Malaver


No fue enfático, dramático, heroico, ni “echao palante” Maduro en su declaración del martes de que, “quien se mete con Diosdado se mete conmigo”, y, mucho menos, en su llamado a realizar una campaña nacional e internacional en defensa del segundo hombre de la revolución.

Manuel Malaver / La Razón / ND

Todo lo contrario, el desgano, la abulia, la indolencia, le brotaban por los cuatro costados, como para dejar fluir lo que realmente cruzaba por su mente: “Tú te metiste en tu tremedal y a ver cómo te salvas”.

No se atrevió a gastar un bostezo que, igualmente, hacía parte de aquella escena tantas veces repetida, tantas veces actuada y tantas veces aburrida en 16 años de revolución, pero es que, ya hasta los bostezos escasean en la Venezuela del “NO HAY” y la bravata acabó como había empezado: con un entusiasmo helado

Por su parte, el teniente o capitán, y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, le respondía el miércoles en su programa “Con el mazo dando” en el canal 8, tranquilo pero amenazante, ambiguo pero acusador y forrado de versículos que, no es que resultaran explícitos, pero si dejaban traspasar ese doble lenguaje que es, verdaderamente, la lingua franca de esta y toda revolución:

“¿Quién soy yo?”, se soltó. “No soy nadie. Diosdado Cabello nunca ha existido, y nunca existirá, porque yo soy Patria, Patria y Patria. Lo que se ofende o defiende en esta hora crucial, no es la integridad y la honra de un individuo, sino de algo más grande, inmenso, inmortal, universal: la Patria”.

“Una compañera, la directora del canal, Desirée Santos, me dio por ahí una etiqueta para publicarla en las redes. Pero yo no quería. Yo no soy así, pero ella, me dijo: Camarada, obedezca, y yo obedecí. Pero no compañera, con todo respeto, no me gusta, yo no soy Diosdado, yo no soy Cabello. Yo no soy Todos. Yo soy la Patria”.

Después: “Ojalá que muchos compañeros no se equivoquen, duden, vacilen y salgan a creer las calumnias de la CIA y los imperialistas. A ellos, les digo, compañeros, no se equivoquen”.

“Andan por ahí, en Miami, y Colombia, trasmitiendo una telenovela que se llama “El señor de los cielos”, sobre un narcotraficante mexicano. Es un culebrón de hace unos tres o cuatro años, pero que le han añadido unos capítulos donde aparece un narcotraficante venezolano, a quien llaman Diosdado Carreño Arias, y los protagoniza, el actor Franklin Vírguez, de oposición, aquel de “Por estas calles” y de “como vaya saliendo, vamos viendo” y yo le digo, quédense tranquilos y no me anden buscando comparaciones que no existen, con Colombia, Pablo Escobar y sus sicarios”.

Los recuerdos vuelan y es inevitable que aterricen en la Colombia de comienzos y finales de los 80. Gobiernos de Belisario Betancur, Virgilio Barco y César Gaviria y los dos últimos son sometidos por Pablo Escobar, Rodríguez Gacha “El Mexicano”, los hermanos Ochoa y Carlos Lehder (principales líderes de los carteles de la cocaína), a una presión feroz para que no firmen un tratado de extradición de narcotraficantes a los Estados Unidos.

Crean una organización criminal, “Los extraditables”, cuyo lema era: “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos”, y para demostrarlo, en cuanto los gobiernos colombianos se muestran contumaces, lanzan una guerra pavorosa cuyo saldo de asesinados, heridos, secuestrados, torturados y desaparecidos, en poco tiempo, se acerca a los 5 mil.

Bandas de sicarios, matones a sueldo, mercenarios, o asesinos puros y simples, de los que matan por placer, están a la orden del día, y, lo que es más perturbador, no pocas instituciones públicas, privadas, políticas, empresariales, religiosas, culturales y deportivas, se revela que han sido tocadas, usadas e incorporadas a la red de los carteles, para los que trabajan consciente o inconscientemente, de buen o mal corazón, por dólares, pesos o alguna otra ventaja.

Un suceso sin precedentes en la época moderna -por lo cual, es perfectamente postmoderno- solo rastreable en la Alta Edad Media, donde un poder no político ni ideológico, sino económico, social y mágico-religioso, se levanta en armas contra un estado nacional y amenaza con destruirlo y sustituirlo.

El mundo universitario de Europa y América enmudece, transpira, corta la respiración y se acerca, aproxima y estudia el fenómeno. Mary Kaldor, Robert Kaplan y Raúl Sohr lo analizan y dan personería académica, mientras, con asombro, ven que se replica en las guerras balcánicas, transcaucásicas y del África subsahariana, pero que cada día cuenta con versiones y aportes nuevos como pueden ser las guerras que el fundamentalismo islámico hace pasar, de las de “Al Qaeda” en la década pasada, a la del “Estado Islámico” en la actual.

Guerras de Nueva Generación, Globales, o Asimétricas las llaman los scholars, pero testimonios que llegan diariamente de Irak, Libia, Siria y Turquía las están rebautizando como “Apocalípticas”.

Como pudieron llegar de Colombia cuando a comienzos de los 90 el gobierno de César Gaviria embiste contra los carteles de Cali y Medellín, y después de meses de contienda fratricida, caen (ya asesinados, ya detenidos, ya extraditados) sin muchos honores, Pablo Escobar, Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, los hermanos Ochoa, los Rodríguez Orejuela, y -¿quién lo iba a creer?- la rancia, añeja, tradicional y bicentenaria oligarquía colombiana.

Y llegan de México, donde los carteles de Sinaloa, Tijuana, Juárez y Guerreros desafían al estado nacional mexicano, y el PRI y el PAN enfrentan un empuje, no muy diferente al que resistió don Porfirio Díaz de otro poder contestatario de comienzos del siglo XX: el de la revolución.

Digamos de una vez -y para actualizarnos- que la actual crisis política, económica y social venezolana recoge matices de los cataclismos ocurridos 100, 30, 20, o 5 años atrás, pero también incorpora rasgos de la identidad nacional que… ¡ojalá no obliguen a los historiados del futuro a incluirnos en un capitulo del Evangelio del Apocalipsis del Siglo XXI!

Para empezar, el estado nacional venezolano no existe, colapsó, o sobrevive de manera precaria, porque el real ha sido difragmentado, fraccionado o seccionado entre las dos, o tres familias, que comparten el poder desde el comienzo de la revolución, y mantienen una estabilidad o equilibrio que apenas se sostiene.

Cada familia tiene un territorio que administra a través de alcaldes y gobernadores leales, segmentos de las FAN y de bandas de civiles que delinquen y se apoyan en jirones del poder central, regional, o local para los cuales “trabajan” a cambio de protección.

Como no existe el estado o poder político formal, tampoco existe una economía formal y esta es la expresión de las disímiles operaciones que, bien sea con el robo, la extorsión, los secuestros, el contrabando, el bachaqueo y el sicariato dan curso al flujo de bandas cada vez más ricas, poderosas, archimillonarias y pudientes.

Para hablar de una sola, le dedicaré unos párrafos a la banda de José Antonio Tovar Colina, alias “El Picure”, la cual surgió en el Estado Guárico en un campamento de trabajadores que se creó cuando los chinos iniciaron un proyecto ferrocarrilero que nunca arrancó, y un grupo de desempleados estableció que solo podía sobrevivir a través del delito.

Y lo ha hecho… ¡y de qué manera!, pues si es cierto que se han lanzado operativos para detenerla y encarcelarla, todos han fracasado y la banda de “El Picure” campea a sus anchas, cobra vacunas, es dueña de haciendas y negocios, tiene un “batallón femenino” y se extiende a estados vecinos como Anzoátegui, Miranda y Aragua.

No se crea, como dato adicional, que hablamos de un hombre, “El Picure”, que ha traspasado la cuarentena, la cincuentena o la sesentena de años, no… apenas cuenta 26.

Entre ocho de la noche, y seis de la mañana del día siguiente, hay toque de queda en el Estado Guárico, impuesto por “El Picure” y su banda y me cuentan que uno que se cuida de no violarlo, es el gobernador de la entidad, capitán Ramón Rodríguez Chacín.

¡El capitán Ramón Rodríguez Chacín!…, el oficial de quien se dice fue el responsable de que la narcoguerrilla de las FARC y el recién estrenado gobierno del teniente coronel, Hugo Chávez Frías, se vincularan e iniciaran la aventura por la que, la primera está sentada en un proceso de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos, y los herederos de Chávez son acosados para que entreguen al gobierno de los Estados Unidos a uno de sus cabecillas acusado de narcotráfico.

Herederos de Chávez, sucesores o albaceas que no son otros que el presidente de la Republica, ex líder de un sindicato de choferes, Nicolás Maduro, y un ex teniente del Ejército, y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, empujados al centro del desiderátum del poder, pues, uno de los dos sobra, y el que tire el zarpazo primero será el vencedor.

Sin duda que, evaluando sus recursos, sus posibilidades, sus armas, sus bandas, sus efectivos y la oportunidad de embestir el uno contra el otro.

Hay muchas, cientos, miles de bandas como las de “El Picure” en toda Venezuela, armadas hasta los dientes, traficando con alimentos, uranio, medicinas, oro, coltrán y cocaína, aliadas de los poderes militares y políticos que aun sobreviven, y listas para atacar o defenderse según la paga, según la alianza, según la protección.

Choque que vuelve a recordarnos la guerra de los carteles de la cocaína contra César Gaviria a comienzos de los 90 en Colombia y a preguntarnos si Maduro y sus grupos estarán en capacidad de enfrentarlos o se dejarán arrasar por ellos.


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