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domingo, 31 de mayo de 2015

¡Carta de una venezolana que se fue!. Por Carlos Dorado


"¿Mi mayor orgullo? Saber de lo que soy capaz, pase lo que pase; y tener un hijo con un futuro".

CARLOS DORADO | EL UNIVERSAL

Esta carta la recibí por email. Sólo cambié el nombre, e hice pequeñas correcciones ortográficas. Aquellos lectores, que decidieron irse de nuestro país, o quedarse, o regresar, pueden escribirme y responderé sus cartas. ¡Creo que para todos, pueden ser muy enriquecedoras estas experiencias!

Estimado Carlos: Mi vida está llena de altos y bajos, triunfos y fracasos, esperanzas y desesperanzas, fortalezas y debilidades, abundancia y escasez, risas y llantos, de bondades y sacrificios.

Yo estaba recién casada, y emigré con mi esposo a Miami. Nos fue relativamente bien, pero extrañábamos mucho el país, y decidimos regresar a Venezuela. Con el apartamento de Weston que habíamos comprado a buen precio y vendimos en el momento del boom inmobiliario, llegamos "millonarios" a Venezuela (5 años antes habíamos salido sin un centavo). Al llegar, a mi esposo se le salió el venezolano y comenzaron las fiestas, la bebida, "las amigas". Había plata y alcohol, y cuando eso pasa; los amigos y amigas sobran.

Comenzaron los problemas y la separación. Pasé alrededor de 3 meses deprimida en una cama, pero la gente exitosa lucha por lo que quiere: "Tú eres dueña de tu destino"; "Siempre llegarás a donde quieras", me decía mi abuela. Diez meses después, partía a Canadá con mi hijo, y con una visa para estudiar francés.

La visa era por un año, pero yo estaba clara: ¡Yo no regresaría! Me dediqué a tiempo completo a aprender francés, ya que no tenía el permiso para trabajar. El tiempo pasaba y los ahorros con él. Comencé a trabajar (por debajo de la mesa) limpiando baños en un edificio de oficinas, luego pasé a ayudante de un conserje, y en ese mismo edificio encontré clientes para limpiar apartamentos. Así cubría parte de mis gastos.

Al año podía optar por una visa de visitante (era todo lo que necesitaba: un año más legal). ¡Después ya veré qué me invento! Comencé a contactar asociaciones que ayudaban a inmigrantes, y así llegó la opción de: Demanda de Asilo. La presenté muy nerviosa, y el oficial me dijo: "Pase por aquí para tomar sus huellas y foto. Nosotros la admitimos; pero es un juez quien decide si usted es elegible a una audiencia".

Ese trámite podría durar hasta 3 años, y el abogado me explicó que durante ese tiempo, si la demanda no era aceptada yo podría apelar por razones humanitarias, y obtener un permiso de trabajo y de estudio para mi hijo. Con el permiso en el bolsillo, encontré trabajo en un banco.

¡Yo estaba feliz, ya no limpiaría más pisos! Trabajé allí durante un año, donde sólo veía a mi hijo dormido, ya que trabajaba lejos, con turnos rotativos y trabajando muchos fines de semana. Ya no estaba tan feliz. Cuando limpiaba pisos me pagaban en efectivo, y tenía tiempo para mi hijo. ¡Renuncié!

Durante ese periodo conocí a un canadiense divorciado, con un hijo, y por sobre todas las cosas: "Gente". No nos hemos separado desde entonces, y después de dos años de incertidumbre, sin respuestas, ni audiencia: ¡Nos casamos!

¿Mi más grande motivación? Mi hijo. ¿Mis armas? Lucha, perseverancia, trabajo, confianza y fe en lo que eres y puedes alcanzar. ¿Mi mayor orgullo? Saber de lo que soy capaz, pase lo que pase; y tener un hijo con un futuro. ¿Mi satisfacción? Saber que soy un comodín para mi familia en tiempos de crisis, y que puedo ayudar a mi mamá desde aquí, cuando lo necesite. ¡No importa si el medio es seguir limpiando pisos!

Por favor sigue escribiendo Carlos, no sabes cómo me inspiras. ¡Te admiro! Susana.

Cdoradof@hotmail.com


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