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miércoles, 29 de julio de 2015

La estampida del chavismo. Por Daniel Asuaje


DANIEL ASUAJE | EL UNIVERSAL

Esta semana mi hermana Adriana me dio una noticia que me dejó completamente atónito: la prima Chichita ya no era chavista. Su fervor sobrevivió a la anemia creciente del bolívar fuerte, a los suplicios del peregrinar por causa de la escasez y hasta un poco al desabrido liderazgo de Maduro. Varios sospechaban secretamente su defección, pero se hizo manifiesta el día del asalto a mano armada en su hogar y, junto con su hijo, vivió un trance sumamente difícil. Por delicadeza no transcribo sus expresiones cuando recuerda el hecho. El cambio de esta prima coincide con el de tantos otros que una vez siguieron emocionadamente a Hugo Chávez y denostan ahora del gobierno sucesor, y a veces de quien pidió votar por él.

Una cualidad notable de Hugo Chávez era su capacidad de ser seguido hipnóticamente por una diversidad muy grande de personas, eso posibilitó al chavismo ser una mezcla muy heterogénea de seguidores a un mismo líder. Una mixtura de exmilitantes de AD, Copei, MAS, Liga Socialista, exguerrilleros, exCausa R, militaristas, exmilitares, ni-nis y, en general, exvotantes de los grandes partidos. Pero también la mezcla era de sentimientos: resentidos sociales, revolucionarios ilusionados, antipolíticos obnubilados, desamparados sociales y por, supuesto, quienes se vendían por un favor gubernamental o buscaban asaltar los dineros públicos. Sin embargo, los más importantes fueron quienes lo siguieron por convicción y emoción. Recuerdo muchas veces estar en hogares de seguidores de Chávez con su voz como telón de fondo. No importaba qué decía, sólo contaba su "estar allí", acompañándolos.

Mientras Chávez vivió, el chavismo creció como la verdolaga. En efecto, de poco más de tres millones y medio de votos en 1998 y el 2000, se eleva a más de seis millones en el 2006, trepa hasta los ocho millones en 2012, aunque no llegó nunca a los ansiados diez millones para ponérselos "por el buche" a la oposición. La verdad es que la curva de variación no fue siempre ascendente, pues hubo dos bajones notables mientras Chávez estuvo vivo: en el 2007 para el referéndum y en las elecciones parlamentarias del 2010. En ambas la votación chavista fue menor a la de la oposición. Al analizar las elecciones del período quinto republicano observamos una relación directa entre abstencionismo y resultado electoral chavista pues cuando la abstención aumentaba, el chavismo decrecía en votos. Cuando Chávez logra los ocho millones, el nivel de participación es el más alto desde décadas. Un año después, Maduro triunfa por estrecho margen, siendo la participación electoral, aproximadamente, dos puntos porcentuales menores al registrado para la última elección de Chávez como presidente. Maduro gana, y esto es obvio, gracias al seguimiento masivo de la última voluntad política de Chávez. Pero aún así, casi 700.000 electores votantes a Chávez no dieron su voto a Maduro y desde ese momento la ruptura sentimental y política de electores chavistas ha sido una constante creciente y, a todas luces, indetenible por el gobierno.

Asumir que todos estos electores desafectos lo son por las mismas causas que la prima "Chichita", vale decir porque terminan tocados por la situación país, es un error de óptica sin duda. Hugo Chávez fue un líder con un deseo enfermizo de ser querido, adorado y lo logró. Muchos de los desafectos al gobierno siguen recordando con nostalgia a Chávez. Por cierto, anhelar ser querido no es delito, lo malo es cuando ese anhelo de ser querido y recordado por propios y extranjeros se convierte en política de Estado. Pero sigamos, más bien, con el análisis del deslave.

El drama de la cúpula madurista es una diabólica trinidad: Ni Chávez vive, ni los petrodólares fluyen como antes, ni Maduro es un líder de masas. Después de un gran amor a cualquiera le cuesta llenar el vacío de la pérdida. Lo usual es un duelo prolongado. Esta realidad muestra dos cosas importantes: Uno, muchos corazones chavistas siguen desconsolados. Mal harían los nuevos pretendientes (pues son varios), hablar mal del difunto. Un discurso de ataque si bien recogería la rabia y frustración de votantes como la prima Chichita, alejaría a los sentimientos heridos. Dos, no sirve imitar a quien se fue. Para conquistar esos corazones se debe ser tan auténtico como el ya ido. Puede optarse por ser del mismo tipo o ser distinto a quien ya no está, pero la clave es, independiente de la opción tomada, ser uno mismo, no una copia. Esos corazones saben que ya no hay tanto dinero como antes, pero necesitan tener ilusiones, esperanzas y confiar en alguien. Esas cosas no las proporciona la cúpula madurista. La herencia recibida, y las consecuencias de sus políticas, han llevado a Maduro a conocer la pesadilla política de gobernar bajo la lapidaria frase "Con Chávez todo, sin Chávez nada". Traducido hoy eso significa "Con Chávez todos los votos, con Maduro...".

dh.asuaje@gmail.com
@signosysenales


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