OFELIA AVELLA | EL UNIVERSAL
La situación abruma, pero uno no puede dejarse abrumar, porque ¿qué lograría uno con eso salvo oscurecer un poco más el panorama? Esto no es invitación a eludir la realidad ni a ser ingenuo, sino a excavar dentro uno para descubrir las pequeñas o grandes motivaciones -a veces tan ocultas, que no hemos discernido todavía- que podrían darle un sentido a nuestras circunstancias. Que podrían, quizás, ayudarnos a tornarlas en un bien para nosotros y los que nos rodean.
Los momentos difíciles, oscuros, son generadores de creatividad. Las palabras fluyen, las ideas se desenredan y se clarifican, las inquietudes se multiplican. Y esto es así no porque se haya eludido el dolor creando como alternativa algo así como una realidad paralela. No precisamente. Es así porque enfrentando la realidad como es, como se nos presenta, nos dejamos al mismo tiempo interpelar por ella. Y ante un cuestionamiento uno debe, en principio, responder. Uno puede no hacerlo, es cierto, pero no responder sume en la desesperanza y ante el futuro, siempre indeterminado, siempre cabe esperar. Las preguntas despiertan en nosotros inquietudes desconocidas, inadvertidas hasta el momento. Y la realidad, de alguna manera, dialoga con nosotros forzándonos a responder con nuestras acciones. La respuesta, sin duda, puede ser la desidia, el desinterés, pero responder así es triste, porque a cambio de alguna reacción generadora de vida, esta actitud sólo deja el vacío que recuerda a la muerte.
Lo mejor es buscar qué cosa concreta lo motiva a uno por dentro. Por pequeña que sea, toda motivación es un principio orientador de vida y a un descubrimiento sigue siempre otro. Hay que discernir qué lo mueve a uno, qué es aquello que susurra en lo más íntimo y hemos quizás acallado por mucho tiempo, por parecernos una voz fantasmagórica, desconectada de ese mundo real y ruidoso, en el que trajinamos cada día. Las exigencias de una vida que clama por sus necesidades básicas pueden sin duda acallar esa voz, pero siempre es posible parar por segundos y hacerse de un espacio interior que vuelva a centrarnos y ayudarnos a escucharla.
Las voces exteriores son múltiples y diversas. Hacen tanto ruido que ensordecen. Curioso que el silencio nos ayude a escuchar y que el exceso de ruido ensordezca, pero sin duda ocurre así no sólo en el cuerpo sino en el alma. Por eso necesitamos construir esa especie de celda interior donde reposan las inquietudes y se escuchan los murmullos. Es allí donde hay que buscar las motivaciones más íntimas, ésas que responden a la pregunta de qué es aquello que realmente querríamos hacer, pues si algo desestimula es no saber qué se desea, qué se busca o hacia dónde se debe ir.
Encontrar estas motivaciones originarias da muchas fuerzas para vivir, para relativizar los problemas y trascender las situaciones difíciles. Discernirlas es ya un escudo que protege de tantas amenazas; la primera, la desesperanza, la tristeza, la parálisis del alma.
Si en algo podemos tornar en bien las dificultades que todos vivimos es precisamente en ese volver sobre nosotros mismos para lograr ser más profundos y reflexivos; para lograr descubrir ese norte que todos buscamos. El espíritu, las pequeñas inquietudes o ilusiones es algo que no podemos dejarnos quitar. Así como el silencio ayuda a escucharlas, a discernirlas, los momentos difíciles ayudan también a volver la mirada a nuestro interior en esa búsqueda de claridad, de intuición orientadora. Aprovechemos estos momentos para ver los caminos que podrían abrirse, a cambio de aquellos que se cierran.
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