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domingo, 6 de septiembre de 2015

En esta guerra no hay ganador. Por Marta Colomina


Marta Colomina / El Nacional

Escribo el viernes 4, cuando el tribunal inquisidor que juzga a quien ha condenado desde que lo encarceló injustamente no ha emitido su veredicto. “El chavismo quiere condenar a Leopoldo López a 14 años de cárcel por instigar a la violencia” es titular del ABC de Madrid. Será condenado sin prueba alguna, porque hasta los testigos promovidos por la fiscal chavista han declarado a favor de Leopoldo negando los cargos de los que se le acusa, o absteniéndose. Esa justicia “podrida” y entregada al canibalismo de Maduro declarará “culpable” a Leopoldo, como teme Henrique Capriles y tememos todos. Una razón adicional de peso para que asistamos masivamente a votar el 6-D, si es que el desesperado Nicolás no suspende los comicios alegando que todo el país está bajo “estado de excepción” decretado por él con la excusa de los presuntos delitos de los colombianos en la frontera. A pesar de los fraudes, no hay ciudadano dentro y fuera de Venezuela que no esté convencido de la imposibilidad de que el gobierno gane las parlamentarias.

Todo en Maduro y sus compinches es impostura, falsedad, simulacro que pretende enmascarar la ruina en que han convertido a Venezuela y los delitos de lesa humanidad de su régimen. En el artificial y peligroso conflicto creado por Maduro con Colombia por el intempestivo cierre de la frontera y la suspensión, por ahora parcial, de garantías constitucionales, está el propósito de suspender las elecciones parlamentarias que sabe perdidas. Pero está también el ocultamiento de las tensiones internas entre el Ejército y la GN a causa del contrabando masivo de quienes “custodian” la frontera, de alimentos subsidiados, gasolina con precio de ganga, y hasta de narcotráfico, como documentasen los diarios ABC de Madrid y El Nuevo Herald de Miami. Los tenientes del Ejército que descubrieron un cuantioso contrabando de droga en camioneta conducida por dos GN, fueron emboscados y heridos a los dos días, no por “paramilitares” colombianos –frase acusatoria de Maduro– sino en venganza por haber descubierto el enorme botín de contrabando ilegal del que sería propietario un alto oficial de la GN. Cuando Maduro “exige” a Colombia que se ocupe de “su éxodo humanitario”, se está refiriendo a los colombianos que llegan a Venezuela y salen con bolsas de alimentos regulados o una pimpina de gasolina, en un contrabando al menudeo que existe en la frontera vigilada por militares venezolanos. Pero Nicolás no dice ni una palabra sobre el contrabando masivo de sus militares en connivencia con poderosas mafias de Colombia. “Nadie niega –escribe el internacionalista Salgueiro– que tales hechos delictivos se llevan a cabo por una colaboración entre contrabandistas y fuerzas militares que permiten o protegen tales actividades”. Si los colombianos deportados fueran los culpables del desabastecimiento con su contrabando al menudeo, los tachirenses deberían tener ahora alimentos en abundancia en los anaqueles, y sin embargo tiendas y mercados siguen tan pelados como antes del cierre.

A las versiones sobre los motivos que animaron a Maduro a cerrar la frontera, El Nuevo Herald añade la de dos narcos colombianos que estarían siendo extraditados por el presidente Santos: se trata de Gersain Viáfara Mina y de Oscar Hernando Giraldo, que podrían acelerar los casos en contra de militares y dirigentes chavistas involucrados en narcotráfico a través del Cartel de los Soles. Dice El Herald que “Venezuela venía ejerciendo fuertes presiones para que Santos no aprobase tales extradiciones”.

Cientos de organizaciones y medios mundiales (UE, Internacional Socialista, la CEV y muchos más) han abogado por la liberación de los presos políticos en nuestro país y porque las relaciones entre Venezuela y Colombia regresen a la normalidad. Todos ellos han criticado la brutal violación de los derechos humanos de humildes colombianos deportados. “La tentación de apelar al enemigo o al conflicto exterior es recurrente en los regímenes que atraviesan grandes dificultades internas”, escribe El País en referencia a Maduro, a quien el conflicto fronterizo ha erosionado aún más su maltrecha popularidad, pues cerca de 70% de los venezolanos rechazan la medida de cierre y el inhumano trato recibido por los deportados, hechos que han reforzado en el exterior la percepción de que Maduro es un dictador. La última muestra “diplomática” del mendicante Maduro en China fue pedirle a Santos “que agarre mínimo, porque van a hacer el ridículo”, a propósito de la solicitud colombiana a la CIDH de la OEA a favor de los deportados y hasta de acusar a Maduro ante la CPI de La Haya. Con la medida de cierre Nicolás dice: “Quiero garantizar al pueblo venezolano su seguridad en el Táchira y en todo el país. Que se acabe el paramilitarismo en la frontera y en todo el país”. ¿No son paramilitares los “colectivos” y las bandas motorizadas armadas que delinquen impunemente bajo la protección oficial y a los que Maduro no cita? Al menos 41 organizaciones criminales operan en Caracas, sin contención del Estado, y por eso es la primera capital del mundo con más homicidios. Ante tan flagrante impunidad, 30 linchamientos se han producido este año en la Gran Caracas.

Santos acaba de sufrir en carne propia que varios países del continente, subsidiados por el petróleo venezolano, le dieron la espalda a Colombia en la OEA y se preguntaba adolorido: ¿Dónde está la región? Pues, esa región que les negó apoyo a los humildes colombianos maltratados por Maduro está donde estaba Santos –no su pueblo– cuando, encandilado “por ser amigo de su mejor amigo”, no escuchaba las súplicas de los perseguidos políticos, ni atendía las espantosas violaciones de los derechos humanos en Venezuela. Tan deslumbrado como lo está con unas “conversaciones de paz” con las FARC en Cuba y la mediación del impresentable Nicolás, las mismas FARC que acaban de ponerse contra Colombia y al lado de Maduro, apoyándolo en el cierre de la frontera, al igual que el ELN. Las FARC que –como dice el enterado Plinio Apuleyo Mendoza– “no pagarán un solo día de cárcel, a pesar de sus largos y horrendos crímenes, porque, si tuvieran que pagarlo, también tendrían que hacerlo quienes, según ellos, son también culpables del conflicto: presidentes, ministros, políticos, empresarios y hasta militares (…) Definitivamente –concluye Plinio– no van a entregar las armas, ni van a dejar el narcotráfico”.

En esta absurda guerra, de la que no son responsables los pueblos hermanos de Venezuela y Colombia, no hay ganador alguno.


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