Por Luis Vicente León | Prodavinci
Ninguna proyección seria de cuantas se han hecho sobre la economía venezolana ha previsto una mejora para el año 2016.
Cada una de las medidas económicas que han sido adoptadas por el Gobierno tiende a profundizar el control de precios, el control de cambio y los impagos de deudas. Es decir: decisiones que fortalecen la raíz del problema. Así, la posibilidad de que la economía venezolana mejore en 2016 ha quedado reducida a que haya un milagro en el mercado petrolero. Y no hay ninguno a la vista.
Cuando los ingresos petroleros han descendido a menos de la mitad, el gobierno no ha presentado ningún plan de ajuste de gastos, más allá de recortar las asignaciones de divisas al sector privado e impagar deudas comerciales con los proveedores internacionales, creando con esto más desabastecimiento. Además, parecen no entender que el intento de sustituir la producción privada por pública, a través de expropiaciones e intervenciones, ha sido un fracaso. Ni que el aumento desproporcionado de la participación de importaciones públicas por encima de las privadas es, simplemente, desastroso.
En una crisis de divisas inédita y en medio de una caída brutal de los ingreso, pretenden mantener los subsidios en dólares, generando demanda infinita e incapacidad de atenderla. Por ejemplo: el gobierno mantiene el subsidio regresivo a la gasolina (donde tira a basura más de 12 mil millones de dólares), mientras restringe las divisas para garantizar materias primas, insumos, maquinarias y equipos, medicamentos e insumos médicos, entre otros.
Trazan un círculo perverso de desinversión y desabastecimiento que demuestra que no hay una estrategia organizada para garantizar el suministro de bienes y servicios. Y, mientras eso pasa, el gobierno no logra avanzar en liberar los bloqueadores a la producción petrolera privada, algo que les generaría oxígeno indispensable para respirar en esta crisis.
Y parece que desde el Ejecutivo Nacional nadie está pensando en atender el desabastecimiento con políticas integrales de estímulo a la producción y a la oferta, sino viendo desde dónde se puede traer un container.
El país recibe, entonces, los duros embates de la caída del precio del petróleo sin poder compensar esa pérdida con incrementos de producción de otros sectores, como están haciendo el resto de los países productores de petróleo.
Los créditos de proveedores internos están bloqueados y cada día se añaden más casas matrices a la decisión de no meter más divisas en esta especie de “cárcel para el dinero” en que se ha convertido la economía venezolana. La confianza del mercado internacional en Venezuela está en lo que podría considerarse su peor nivel histórico y los ingresos menguados de la Nación están comprometidos para el pago de deuda externa, un asunto que hay que honrar para evitar consecuencias peores.
En dos platos: el Gobierno necesita dinero. Y eso es un problema cuando, por torpeza y razones ideológicas, no se acuden a organismos de rescate. Más aún si los mercados internacionales tradicionales están bloqueados para financiar al país. El único acceso proviene de China: un crédito limitado a incrementar nuestra dependencia importadora con ese país y obviamente insuficiente.
Hay algo claro: los controles de precios y el control de cambio alejan cualquier estímulo a la producción, pulverizan la inversión y deprimen radicalmente la capacidad productiva del país. Si el Gobierno no toma acciones que cambien esta realidad y si no aumentamos los ingresos en dólares, no habrá ninguna posibilidad alguna de mejorar.
Así que, si las políticas económicas siguen como van, 2016 será un año de mayor inflación, más desabastecimiento, más desconfianza y más empobrecimiento. No hay que ser una pitonisa para proyectarlo.
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