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sábado, 7 de mayo de 2016

Maduro, capitalista. Por Fausto Masó


Fausto Masó / El Nacional

¿Se aprende de la vida manejando un autobús por las calles de Caracas? Sí, mucho. Suponemos por compasión que Maduro fuera un conductor honesto y que confiaba en que el autobús lo llevaría a alguna parte. Tenía razón, llegó hasta Miraflores, antes perdió tiempo en cursos de adoctrinamiento en La Habana, el marxismo nunca ha servido para nada. Como realmente conoció su país fue manejando por la capital y olvidando los cuentos que le habían hecho sobre Marx en La Habana. Al frente de un autobús se aprende más sobre Venezuela que en la escuela de estudios políticos sobre marxismo. El tiempo que pasó junto a Chávez se aburrió porque el extinto siempre hablaba de lo mismo, en privado repetía lo que decía por radio y televisión. Ahora ha descubierto el Mediterráneo, las empresas privadas producen mucho mejor que las socialistas.

Chávez siempre se amarró a los lugares comunes. Maduro imita a su maestro, pero le falta la gracia del llanero, copia los gestos sin entusiasmar al país. Maduro está matando a los venezolanos de tedio. Ya el país no quiere golpes de Estado, el comunismo es una doctrina muerta, en la isla los hermanos Castro también se aburren. Ellos y Maduro saben que nunca los invadirán, los hermanos Castro han aceptado que los invasores lleguen con camaritas fotográficas y en busca de mujeres por el Paseo del Prado. Para su desgracia, Venezuela no atrae los turistas; los venezolanos carecen de esa tradición de reírles las gracias a los visitantes, nunca han buscado que llegue el turismo, ellos son los que han hecho turismo por el mundo, y ahora sin dólares no viajan. Nadie viene a Venezuela.

Muerto Chávez, no queda nada de la revolución. Maduro le ha agarrado el gustico a Miraflores, no quiere abandonar la silla presidencial. Con razón. Llegó allí porque Chávez tomaba las decisiones sin pensar que moriría en unos meses. Chávez se creía inmortal hasta las últimas semanas y supuso que Maduro no le haría sombra, ni siquiera cuando él estuviera en el otro mundo. Ya estamos olvidando a Chávez, o ya lo hemos olvidado, nos queda Nicolás que perderá todas las elecciones, pero no convocará a un referéndum revocatorio ni renunciará.

En su mejor época con cualquier pretexto Maduro viajaba a La Habana. Ya no lo quieren tanto por allá. Maduro trae mala suerte, pero no piensa salir de Miraflores.

Los revolucionarios franceses se jactaban de representar un mundo libre de supersticiones que funcionaría como reloj, el alba de la racionalidad. A pesar de esto, Robespierre quedó asociado a la guillotina y a la diosa razón, el intento cursi de crear una religión laica. Hoy en las paredes de las ciudades latinoamericanas se lee que tal héroe vive en el corazón de su pueblo, cuando está muerto, bien muerto, y a veces ya completamente olvidado, o, como en el caso de Alí Primera, sus canciones las emplean los adversarios de la revolución.

Maduro no sabe quién fue Robespierre ni le interesa, y ya se considera más inteligente que Fidel. Y quizá lo sea. Castro nunca se ha librado de las lecciones de los jesuitas del colegio de Belén, donde fue un excelente alumno. Los jesuitas de antes, no los de ahora, claro, marcaban a sus estudiantes, los volvían grandes reaccionarios. Los de ahora, nada de nada.

Maduro estuvo en la universidad de la vida. Toca la música de oído. No cree en nada, ni siquiera en el imperialismo.

Y repetimos, hoy, Alí Primera es un compositor popular entre los exilados.

¡Qué horror!

Maduro se está volviendo capitalista, ha descubierto que solo el sector privado reactivará la economía. Tiene razón.

¿Dónde están los parientes de Maduro y de Cilia? ¿Cometieron la locura de irse a hacer negocios en Estados Unidos? Sí, claro que sí. En Estados Unidos está el bendito dólar.


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