Carlos Blanco / El Nacional
En una democracia, aunque sea cojitranca, los cambios tienen muchas facetas previsibles. Cambia el presidente, los ministros, con frecuencia muchos funcionarios; nuevos rostros se estrenan en declaraciones, pero la sala de máquinas sigue siendo la misma y el murmullo de las ruedas, poleas e ingenios es aproximadamente igual. En una transición como la que se avecina en Venezuela todo será diferente.
Semejará entrar en otra dimensión. No sólo los rostros sino los ritmos y hasta las leyes físicas parecerán alteradas. Lo de arriba estará abajo; lo izquierdo se volverá derecho (en el mejor de los casos) si no es que se vuelve verde oscuro; habrá que ir para venir, bajar para subir. Nuevos colores, aromas y sensaciones se mostrarán. Nadie sabe con exactitud.
La imprevisibilidad deriva de muchos factores. Uno de los fundamentales es que hay jefes de la nomenklatura actual que no tienen regreso. El mundo ha cambiado desde que se recibía en otros países a los dictadores bananeros, fuese Pérez Jiménez, Somoza o Baby Doc. Ahora también se pueden tender puentes de plata para facilitar las huidas, pero los vínculos alegados con el narcotráfico o el terrorismo hacen más angostos esos puentes. No hay lugares seguros para los indiciados y por eso resisten más.
La imprevisibilidad deriva también de la ausencia de información. Nadie sabe a ciencia cierta ni las cuentas ni los cuentos. Los fondos son fábulas chinas, las cifras del BCV y de Pdvsa también, lo que se debe y lo que deben son cifras que van y vienen. Los indicadores dejaron de indicar, de lo cual deriva que nadie sabe con precisión las medidas que habrá que tomar, salvo las generalidades: se debe muchísimo, hay que pedir apoyo multilateral y eliminar las distorsiones, pero eso sí, de una manera que no hagan que la explosión social global que Maduro evita le estalle luego a los que dirijan la transición.
La imprevisibilidad también se refiere a los rostros que estarán al mando. Contaba Ramón J. Velásquez que cuando se veía próxima la desaparición de JV Gómez, muchos de los consagrados abrieron sus baúles para sacar pumpás y levitas y tomar posesión del mando; pero apenas expiró el General los rostros fueron otros y nuevos; aquéllos se quedaron alborotados, con sus sombreros calados. Esa experiencia muestra que esos planes presidenciales y ministeriales que hierven cada vez que parece más cerca la salida de Maduro pueden ser como aquellos baúles escarbados inútilmente del fin del gomecismo.
En esta transición no hay garantías sobre cómo será el futuro, pero sólo el futuro es garantía.
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