JOSÉ GUERRA @JoseAGuerra
Todo el que esté en contra de pulverizar la Constitución de 1999 y darle carta blanca a Maduro, debe expresarlo ahora, porque después no vale Santa Lucia. Me dirijo en particular a ese sector político que alguna vez apoyó al presidente Chávez y que aún se identifica con la revolución.
Con 90% de rechazo a la Constituyente, es obvio que la mayoría de la antigua militancia chavista ya está clara de lo que está en juego, pero falta una mayor participación de la vocería chavista, tengan o no un cargo de conducción, porque ya esto no es una confrontación gobierno-oposición, sino de una camarilla contra todo un país. La realidad es que el régimen está enfilado a aplastar todo lo que no sea madurismo puro y duro, incluyendo lo que queda del chavismo.
En apenas cinco años, Maduro se ha encargado de desmontar los llamados logros de la revolución y es bien poco lo que pueda quedar del legado de Chávez. En el plano económico, Maduro escogió reforzar la mafia cambiaria del Dicom y el entreguismo ruinoso del Arco Minero, a costa del retroceso económico en todos los sectores, sin el menor atisbo de autocrítica o rectificación: “la Asamblea Nacional Constituyente no es una propuesta para resolver asuntos económicos”, sentenció Tibisay Lucena. En el plano social, la insensibilidad con lo que se ha lanzado a la miseria a miles de familias venezolanas, con la que se les ha abandonado a su suerte, condenándolos incluso a escarbar en la basura, es algo que dista mucho de los ideales de izquierda y que ha reemplazado el icónico Corazón de Chávez por un verdadero Corazón de Piedra. Y en el plano político, la ironía no podría ser mayor. Con la fraudulenta convocatoria constituyente se quiere poner fin a la democracia participativa y protagónica, adelantar la purga definitiva del Polo Patriótico y pulverizar lo que en palabras de Chávez era su mayor logro: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
De modo que al chavismo de base le sobran razones para protestar y enfrentar la arremetida madurista. No es cuestión de retratarse o no con la “oposición”, porque los hechos han demostrado que para la camarilla madurista toda disidencia es traición y toda protesta es desestabilización. En lo estratégico, ya todos estamos del mismo bando, unidos por el objetivo común de defender la Constitución y la convicción de que la lucha es por medios pacíficos y democráticos. En lo táctico, las opciones están abiertas. Los chavistas pueden integrarse libremente a los Comités de Rescate de la Democracia, o pueden conformar sus propias plataformas de lucha, lo importante es que se activen y defiendan sus ideales antes que terminen de expropiárselos. Maduro lo dijo clarito en rueda de prensa: “Traicionarme a mí es traicionar a Chávez, porque donde estoy yo está Chávez”, de modo que dentro de poco ya ni podrás llamarte chavista si no cuentas con la aprobación oficial del “líder supremo” y su corte imperial.
Quizás llegó el momento para que el chavismo y la oposición se sienten a dialogar sobre cómo enfrentar unidos el proyecto madurista, quizás al principio nos cueste abrir los espacios de encuentro, o quizás los recelos mutuos nos lleve a una dinámica de convergencia paralela. Como mínimo, nos une la miseria en que nos ha sumido el régimen: en mayo la canasta básica cerró en un millón cuatrocientos mil bolívares y en diciembre fácilmente superará los cuatro millones, eso es hambre pareja. Lo cierto es que el chavismo debe revelarse ya si no quiere ser sacrificado o simplemente pasar a la irrelevancia política.
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