Eduardo Semtei / El Nacional
Casi todas las grandes protestas en el mundo de los últimos años han comenzado por uno de estos dos grandes motivos: Alza del precio del transporte o aumento en los precios en el pan. El arrebato masivo de rabia contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez tuvo su origen en la subida de los precios de la gasolina situación que indudablemente está asociada al problema del transporte. Bueno, viéndolo bien, fue una justa protesta que tristemente degeneró en saqueo puro y simple; en asalto de mercados, supermercados, tiendas, ventas de artefactos eléctricos, en fin, todo aquello que tuviera valor.
Festín de delincuentes. Y para asombro nuestro y del mundo, el difunto presidente bautizó ese día como una fecha gloriosa. Los recientes acontecimientos en Brasil tuvieron su origen en el alza del precio del transporte, deslizándose rápidamente hacia un sinfín de áreas: Lucha contra la corrupción, mejores servicios públicos, plan de empleo, control del gasto público, disminución en la inversión en grandes obras deportivas, mejor sistema de salud, de educación y en fin; derechos de las minorías, disminución en la compra de armamento.
Tales protestas multitudinarias no tienen un partido político definido armándoles la agenda, ni cuenta con líderes mesiánicos ni dirigentes claramente visibles. Es la gente.
La mayoría. Intereses difusos.
Son centenares quienes aparecen coordinando y llamando a la protesta; los sistemas electrónicos y las redes sociales sustituyen de manera radical y óptima todos los modelos de comunicación anteriores. La Presidenta Rousseff, experimentada demócrata que viene de luchas similares no zapatea ni brinca acusando a USA, a la derecha internacional, a sus opositores, a supuestos conspiradores. No señor. La Presidenta llama al diálogo. Ofrece un plebiscito para decidir ciertas materias. Beyoncé, Lady Gaga y hasta Britney Spear declaran su solidaridad con el movimiento carioca de protesta. Y Dilma respeta la opinión de tales artistas, no sale a insultarlos, mucho menos a prohibirles la entrada a su país y muchísimo menos a acusarlos de agentes del imperio. Lamentablemente han fallecido en Brasil más de 15 personas, sobre todo en actos de saqueo y Dilma siempre responsable no ha ido a acusar de sus muertes a los dirigentes opositores y jamás de los jamases le pasaría por la mente declarar los saqueos "justa manifestación del pueblo" como muy bien hizo el difunto en repetidas ocasiones, llegando incluso a decir que robar comida no era ni tan malo si el propósito era bueno.
El dilema de Henrique Capriles se deriva precisamente de que es el principal líder opositor. Sólo en twitter tiene unos 3.5 millones de seguidores (verdaderos, no creados por repetidoras como los de Maduro, Izarra y Villeguitas) Si se pone al frente de las protestas o llama a una movilización como en Brasil, rápidamente ocurrirán la Fiscal, los Magistrados del Tribunal Supremo, la Defensora del Pueblo, la Asamblea Nacional, el Sebin, la DIM, la Policía Nacional, toda la podrida estructura del Estado, postrada lastimosamente frente al Ejecutivo, a responsabilizar a Capriles de todo cuanto les venga en gana. Es un chantaje feroz, implacable, protegido por una publicidad nacional e internacional de millones y millones de dólares.
Si Capriles no se pone al frente uno que otro tirapiedras profesional opositor desatará sus hígados en las redes para acusarlo de peores cosas que la mismísima Fiscal. Ante tal dilema, lo sensato es esperar.
No precipitarse. Guardar calma. Sosiego. El río encontrará el cauce perdido. La gente responderá. Que se desgañiten unos y otros. Las protestas en Venezuela dejarán pálido al movimiento brasileño. No tengo dudas. No hay mal que dure 100 años. Ni siquiera 19.