Por Luis García Mora | prodavinci.com
Lo peligroso de “electoralizar” la política es que se pierden las perspectivas y te entrampas.
Y a la oposición, amigo lector, se la mira otra vez “entrampada”.
Ojalá uno se equivoque pero, más allá de su objetivo inmediato de asistir e intentar barrer al chavismo en los comicios locales de diciembre, no se le observa ningún otro objetivo estratégico definido.
Luce desmovilizada. Paralizada.
La política es mucho más que votar, por lo que la última elección presidencial del 14-A, al margen de haber encerrado o no una trampa que le quitó la victoria a Henrique Capriles, ya está sobrepasada por la vía de los hechos. Y sólo debe servir para avanzar en una política, no para estancarla. Igual debe ocurrir con las próximas elecciones locales.
Son pasos, sólo pasos. Momentos que jamás deben sacrificar una visión política superior, como lo es aventajar el establecimiento de este sistema sectario, esencialmente basado en la exclusión del oponente, en la argucia ideológica que convierte a los miembros de la oposición, activistas o manifestantes enfrentados a su política, en traidores a la patria o en fascistas, espejeándose con los regímenes fundamentalistas islámicos, como el egipcio que acaban de defenestrar.
Maduro, hasta este momento, al igual que su antecesor, se comporta como el presidente Morsi: en lugar de constituir un gobierno incluyente que sirva a los intereses de la sociedad venezolana, sólo está al servicio de su hermandad, una hermandad que (antidemocráticamente) ha asumido el voto, el respaldo ciudadano, como un vulgar cheque en blanco para hacer su soberana gana.
No. Ante esto, ante la necesidad de superar esta situación soportada sobre una crisis descomunal (política, económica, judicial), la ausencia de una visión estratégica opositora, bien por falta de visión política, por incompetencia o por voluntad de inmovilismo, se está haciendo demasiado inquietante.
El Gobierno ahonda la polarización.
Maduro abre espacios al diálogo económico y financiero, pero margina quirúrgicamente lo político, al tiempo que la presión fundamentalista lo cerca.
Jaua, como orador de orden de la Sesión Solemne del Día de la Independencia, amenaza con una “rebelión total” ante las actuaciones “fascistas” (repitiendo las necedades del magnicidio y el golpe) de una oposición que no se mueve, y advierte que si esa oposición desborda “el marco de la legalidad democrática”, la revolución bolivariana tendría “otro carácter y la forma de lucha principal sería diferente a la de los últimos años”.
¿Y Diosdado Cabello? Para remarcarle el radicalismo a Maduro, también agita el hacha de guerra y amenaza a la oposición inmóvil con una respuesta “extremadamente contundente”. Algo como “una declaración de guerra” o, más aún, “un acto de guerra”.
Mientras la oposición luce sumergida más y más en los vericuetos jurídicos de una impugnación en la que no le queda más salida que acusar a la Sala Constitucional de abusar de sus funciones —¿qué más, si ese es un juego trancado?— mientras que, apresado en ese laberinto judicial, Capriles recusa a todos los magistrados de la Sala y nos recuerda la naturaleza ministerial del TSJ.
¿Hasta ahí? ¿Hasta ahí llega el vuelo opositor?
Como me dice un opositor angustiado: “Tenemos un plan político de gobierno. Tenemos un liderazgo. Un estilo. Lo reconocen las encuestas. Henrique tiene gente que lo acompaña con expectativas, pero parece que no sabemos hacia dónde vamos ni, peor aún, cómo llegar”.
¿Se le teme realmente a movilizarse?
El Gobierno está sumamente nervioso. Indirecta o directamente, le ha cercado al liderazgo de Capriles y a la oposición el acceso a los medios radioeléctricos audiovisuales. Por lo que el panorama se puebla de interrogantes.
¿Se tiene claro cuál es el objetivo movilizador? Es decir: ¿para qué movilizarse? Concretamente.
No puede ser una movilización hacia lo teórico, hacia lo abstracto, como un objetivo jurídico, judicial, como imponer la impugnación del 14-A. Hay una crisis mayúscula que la sobrepasa, para reducir una movilización a una cosa esencialmente judicial.
No.
Hay demasiada materia crítica en el conflicto venezolano.
Entonces: ¿cuál es el objetivo general de la política opositora? ¿Salir de este Gobierno? ¿Cuándo? ¿En 2016? ¿En 2019? ¿Cambiar este modelo? ¿Hacia dónde dirigir el movimiento? Las elecciones locales concitan la resolución de problemas y necesidades locales, circunscritos. Pero por encima de ellos está evidentemente el conflicto nacional que los sobrepasa. El desabastecimiento —alimentario y no alimentario—, la inseguridad personal y social que alcanza niveles salvajes, la inflación galopante. Es el fracaso de un modelo de gestión. De un estilo de gobernar.
La criminalidad organizada.
La amenaza de disolución social.
Y lo que le preocupa al Gobierno: la indignación. Ésta es la angustia del Gobierno. La escasez. Las colas.
¿Puede Capriles conducir esta indignación? ¿Para dónde va Henrique?
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Cráteres
- O Capriles es un buen estratega, que lleva el pulso y gradúa el objetivo principal, o no sabe qué hacer. Y esto sí sería preocupante. O esta oposición es preocupante, por lo que la masa opositora se pregunta: ¿Quo Vadis, Domine? ¿Adónde vas, Señor? ¿A la Asamblea Nacional Constituyente? ¿A la reforma puntual de la Constitución, que disminuya el período presidencial y elimine la reelección indefinida? ¿A adelantar las Parlamentarias? ¿O a seguir el ritmo y ver cuándo se puede hacer el Revocatorio Presidencial? Como dice otro opositor: “Estás en la autopista. Vas a la presidencia en 2019, pero no sabes cómo. Nosotros tenemos que creer que el silencio es por una definición estratégica. Pero, amigo, sí es necesario apurar el tono”. Y responder a aquella pregunta de Pedro.
- El país está entrampado, pero se dice que el gobierno aún tiene capacidad de reacción. Hicieron las auditorias de todos los entes paraestatales, Fonden y otras instituciones y bancos del Estado en operaciones grises y, al parecer, han encontrado en la oscuridad entre 7 mil y 17 mil millones de dólares. Así que podrán acudir a un programa de subastas seguidas en las que si tiran 5 mil millones de dólares se chupan del mercado una pelota de bolívares y secan la liquidez desaforada (900 mil millones de bolívares), resolviendo por ahora el desabastecimiento y el disparo del innombrable.
- Ya la devaluación se dio. Hoy se compra todo a 30 bolívares por dólar. O sea, que el impacto de las subastas estaría absorbido. El problema es cuánto dura la bombona de oxígeno, porque no hay nada mas caro que el desabastecimiento. ¿Duración del parche? Un año. Amén de que después de un año, ¿a cómo estará el barril de petróleo? Lo que los favorece es que no hay pago importante de deuda externa hasta 2017.